La explosión sacudió el pequeño jardín de la casa en la ciudad de Blida, en la zona rural del sur de Líbano, y arrojó a Naemah Ghazi contra la tierra. Las esquirlas de la bomba atravesaron sus piernas y ella perdió rápidamente el conocimiento.
"Había mucha sangre. Todo su cuerpo sangraba", recordó su madre, Khadija. Naemah, de 48 años, vive con ella desde que su padre murió hace casi 30 años. Era todavía una adolescente cuando renunció a la posibilidad de casarse y a tener hijos para cuidar todo el tiempo de su madre.
Fue el 11 de septiembre de mañana. Naemah recogía verduras para la cena cuando una bomba de racimo israelí, enterrada a apenas 10 metros de la puerta trasera de su casa, explotó bajo sus pies.
La mujer fue conducida al centro médico Labib, de Sidón, un viaje que demanda dos horas. Debieron amputarle la pierna derecha debajo de la rodilla.
La mujer está todavía en el hospital, pequeña y frágil en su cama metálica blanca. Recibe antibióticos y analgésicos. El director del hospital, Shadi Hanouni, dice que cayó en un estado depresivo. Las heridas de su pierna izquierda se infectaron y las enfermeras cambian las vendas cada cinco horas.
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Blida es una ciudad pequeña y pobre. La mayoría de sus habitantes subsisten por sus plantaciones de tabaco y olivos, junto con el dinero que les pueden enviar parientes que viven en el exterior. El lugar estuvo ocupado por el ejército israelí y sus aliados de las milicias cristianas libanesas hasta 2000.
Cuando el verano pasado estalló el conflicto entre Israel y Hezbolá, fue uno de los primeros blancos para las bombas de racimo, que al detonar esparcen submuniciones que llevan en su interior, las cuales permanecen como una amenaza latente principalmente para la población civil.
Las bombas de racimo en Blida hirieron al líder de la ciudad, Suleiman Majdi, así como al sobrino de seis años de Naemah, Abbas Yousef Abbas, y a los otros tres niños con los que estaba jugando. Aunque lograron sobrevivir tienen profundas cicatrices en el estómago, brazos y piernas.
Cientos de miles de bombas de racimo están esparcidas por las ciudades de las áreas rurales del sur de este país y por sus fértiles valles. Aunque hubo 255 víctimas entre civiles y el personal encargado de eliminarlas, los pedidos de información a Israel sobre las zonas en las que arrojaron las bombas no han recibido respuesta.
"Ignoramos cuántas hay y jamás lo sabremos hasta que los israelíes nos lo digan", señaló Chris Clark, del Centro Coordinador de las Naciones Unidas para la Acción contra las Minas (MACC), que trabaja junto con el ejército libanés en la limpieza de las áreas sembradas de explosivos.
Hasta el momento han destruido más de 131.000 bombas de racimo. La mayoría son de fabricación estadounidense, pero también hallaron las del tipo M85, fabricadas en Israel, en campos y ciudades como Blida a lo largo de la Línea Azul, nombre con el que se conoce a la frontera establecida entre Israel y Líbano por la Organización de las Naciones Unidas.
Las bombas de racimo M85 están en los arsenales de Alemania, Estados Unidos y Gran Bretaña. Tienen la forma de una pequeña lata de aluminio y aunque las versiones más antiguas tenían un solo detonador las más recientes cuentan con un segundo, de "seguridad", que se acciona automáticamente en caso de una falla del primero.
"Hay desde hace años preocupación por las consecuencias humanitarias de las bombas de racimo luego de los conflictos", dijo Clark. "En un intento de mitigarlas, los israelíes adaptaron dos diseños estadounidenses y le incorporaron un mecanismo de autodestrucción."
Los fabricantes dicen que falla en menos de uno por ciento de los casos, razón por la que países como Gran Bretaña continúan empleándolas. Sin embargo, estudios independientes realizados en condiciones reales, no en laboratorios, han determinado que la cifra se ubica entre cinco y diez por ciento.
"Hemos establecido en Líbano que falla en seis por ciento de los casos", indicó Clark.
Este año se inició en Oslo una campaña para lograr la prohibición de las bombas de racimo en todo el mundo para 2008, impulsada por la Coalición contra las Municiones de Racimo (CMC), que representa a centenares de organizaciones de la sociedad civil.
Hasta el momento, 80 países —que incluyen tanto a quienes las producen como a los que las almacenan y emplean— han apoyado su eliminación.
Pero los principales fabricantes y exportadores —China, Estados Unidos y Rusia— se mantienen al margen y Gran Bretaña hace lo posible para que el modelo M85 quede fuera de la prohibición.
"Lo han reclamado durante varios meses, aunque se comprobó que fallan y son un enorme peligro para la población civil", dijo el coordinador de la CMC, Thomas Nash.