BRASIL: Biocombustibles luego de la euforia

Pasada la euforia inicial de Brasil por convertirse en la «gran potencia bioenergética», autoridades, académicos y activistas discuten soluciones para minimizar los eventuales efectos sociales y ambientales de los llamados «combustibles verdes».

El síntoma de esa preocupación se vio reflejado en la VII Conferencia Latinoamericana sobre Medio Ambiente y Responsabilidad Social (Ecolatina), que se realizó entre el martes y este viernes en la sudoriental ciudad brasileña de Belo Horizonte, y que este año tuvo como tema central los efectos de los cambios climáticos en la región.

Varios foros y seminarios de la conferencia convocaron a especialistas para debatir desafíos y oportunidades de las energías renovables, particularmente los biocombustibles, alcohol carburante y biodiésel destilados de vegetales como caña de azúcar, maíz, soja, girasol y ricino, entre otros.

Según datos presentados por Ecolatina, la bioenergía es un mercado en rápida expansión que en los últimos años recibió inversiones de unos 21.000 millones de dólares.

El temor es que esa vertiginosa y creciente demanda provoque aumentos en el precio de los alimentos e impactos ambientales por la expansión de áreas de monocultivo para los también llamados "agrocombustibles".
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La preocupación que lanzaron inicialmente organizaciones campesinas y académicas se "institucionalizó" a partir de un informe divulgado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), en junio pasado.

Según el estudio de la FAO, la creciente demanda de biocombustibles podría aumentar este año los gastos globales de la importación de alimentos en cinco por ciento, para alcanzar un valor récord de 400.000 millones de dólares.

El estudio se refiere especialmente al precio de los granos y aceites vegetales usados a gran escala en la producción de los biocombustibles, como el maíz en Estados Unidos.

Brasil produce actualmente alcohol carburante o etanol, que se mezcla con gasolina, a partir de caña de azúcar, y estudia elevar su producción de biocombustibles sobre todo a partir de enero de 2008, cuando entrará en vigencia una ley que obligará a utilizar una mezcla de dos por ciento de biodiésel en los vehículos que funcionan a gasóleo.

En términos de producción, eso significará una demanda de unos 850 millones de litros el primer año, volumen que aumentará progresivamente hasta 2013, cuando la mezcla obligatoria pase a ser de cinco por ciento de biodiésel, dijo a IPS Jorio Dauster, presidente de Ecodiesel, empresa que produce 55 por ciento de ese tipo de combustible en Brasil.

Mozart Queiroz, gerente de desarrollo energético de la empresa petrolera estatal Petrobras, cree que en el caso de Brasil "es posible mantener el equilibro entre la producción de alimentos y energía".

A diferencia del maíz utilizado en Estados Unidos para destilar etanol, lo que elevó su precio, en Brasil la mayor producción se obtiene a partir de la soja, un grano del que se extrae tanto la parte seca proteínica destinada a alimentación humana o animal, como el aceite para biodiésel.

"El desafío es garantizar una producción de forma sustentable", dijo a IPS el ejecutivo de Petrobras que, siendo una tradicional empresa de petróleo y gas ahora también apuesta a los biocombustibles.

La opinión es compartida por Dauster, quien afirma que el dilema "bioenergía o alimentos" es "falso".

Dauster argumentó que si aumenta la demanda de biocombustibles, como en el caso del obtenido de la soja, se elevará en la misma proporción su producción alimentaria porque "no hay como extraer su aceite sin extraer su harina".

El empresario, que cuenta con seis usinas de biodiésel en todo el país y que invierte en el estudio de otras fuentes, como ricino y piñón, recordó que los dos principales motivos para estimular ese tipo de energía son la necesidad de sustituir los combustibles fósiles no renovables y la de aminorar sus emisiones nocivas de gases de efecto invernadero, considerados responsables del calentamiento global.

Aunque eventualmente haya un aumento del precio de los alimentos, la opción estratégica es escoger el mal menor, agregó.

"Si disminuye la oferta de petróleo —un recurso fósil no renovable— y por lo tanto su precio, en el futuro también habrá un aumento del precio de los alimentos", anticipó.

"Y si no combatimos el calentamiento global, habrá mayores sequías e inundaciones, que perjudicarán especialmente a los más pobres", agregó.

No es la misma opinión que tienen otros expertos presentes en Ecolatina, como Roberto Smeraldi, de la organización no gubernamental Amigos de la Tierra.

Si bien tanto las plantaciones para alimentos como para combustibles pueden tener efectos sociales y ambientales "si no son cultivadas de forma sustentable", en el caso de un aumento masivo de las áreas de cultivo para biocombustibles, esos impactos podrían ser aun mayores.

"En los últimos dos años hubo un crecimiento del ganado en la región amazónica de casi dos millones de cabezas anuales y, por primera vez, en el (sureño) estado de São Paulo perdimos más de medio millón de cabezas" en el mismo período, ejemplificó Smeraldi. El fenómeno se atribuye "sin duda" a un aumento, casi en la misma proporción, de cultivos de caña en esa zona sur.

Además, la creciente demanda de áreas de cultivo para ese fin "sin duda resulta en una mayor competencia por la tierra y aumento de su precio" y cuando eso ocurre se puede producir una "expulsión de los campesinos más pobres", sostuvo.

Para el director de Amigos de la Tierra – Brasil lo importante es que el gobierno promueva una verdadera regularización agraria para dar tenencia segura de la tierra a los pequeños campesinos.

"Sin seguridad en la propiedad podremos tener un efecto en cadena de desplazar diferentes actividades a tierras marginales", acotó.

El gobierno ya es consciente de esos riesgos.

La ministra de Ambiente, Marina Silva, dijo que su país "esta haciendo algo que puede ser paradigmático para otros países" que es establecer zonas agrícolas específicas para cultivar biocombustibles.

"Brasil ya tiene un mapa de áreas prioritarias para la preservación de la biodiversidad" y existe una norma del Ministerio de Agricultura que prohíbe el cultivo de caña de azúcar en la Amazonia, afirmó.

"Se trata de un esfuerzo que va a orientar la producción de biocombustibles. La decisión del gobierno es que esa producción no comprometa, en hipótesis alguna, la seguridad alimentaria y que tenga una base sustentable", subrayó.

Para diversificar los biocombustibles y evitar monocultivos como el de la soja, el gobierno brinda incentivos fiscales a los productores de biodiésel que compren materia prima a pequeños cultivadores, exponentes de la agricultura familiar.

El secreto, según Dauster, es crear nuevas alternativas bioenergéticas para dar opciones económicas también a los pequeños productores.

La pregunta todavía sin respuesta es qué capacidad de oferta y competencia tendrán esos pequeños campesinos respecto de los grandes grupos de inversionistas nacionales y extranjeros que comienzan a actuar a gran escala en el sector bioenergético brasileño.

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