JAPÓN: Corrupción y guerra acechan al nuevo gobierno

El flamante primer ministro de Japón, Yasuo Fukuda, inició su mandato con paños fríos sobre el vínculo con países vecinos. Pero también se concentra en mejorar las posibilidades del oficialismo rumbo a las elecciones anticipadas previstas para el año próximo.

El periodo de Fukuda en la presidencia del Partido Liberal Democrático (PLD) y, por lo tanto, como primer ministro, termina el 30 de septiembre de 2009, pero el gobierno, agobiado por escándalos de corrupción y sin mayoría en el Senado, seguramente no durará hasta entonces.

"El de Fukuda es, esencialmente, un gobierno provisional hasta que Japón realice elecciones anticipadas", pronosticó el politólogo Jiro Yamaguchi, de la Universidad de Hokkaido.

Quienes reclaman la celebración de comicios se apoyan en el hecho de que los últimos dos jefes de gobierno, Shinzo Abe (quien asumió en septiembre de 2006 y dimitió el 12 de este mes), y Junichiro Koizumi (2001-2006) ejercieron el cargo de primer ministro sin pasar por elecciones generales.

En la primera conferencia de prensa tras asumir el cargo el martes, Fukuda admitió que el PLD tenía la correa corta y que "puede perder capacidad para gobernar si el gabinete da un paso en falso".

"Antes que nada, tenemos que hacer lo posible para terminar con la desconfianza del público en la política", señaló, en alusión a los escándalos vinculados a los fondos pensiones y renuncias en el gabinete que propiciaron la repentina renuncia de Abe.

El antecesor de Fukuda advirtió, tras ocupar el cargo un solo año, que adujo que había perdido la confianza de la ciudadanía. "De lo contrario, no importa lo grandiosas que sean nuestras políticas. La población no va a confiar en nosotros", admitió.

La crisis de liderazgo de Abe se hizo evidente tras la traumática derrota en las elecciones legislativas de julio, en las que el PLD perdió la mayoría del Senado.

Eso puso en peligro su plan de ampliar el apoyo logístico de Japón a la flota naval que Estados Unidos desplegó en el océano Índico para respaldar la "guerra contra el terrorismo", iniciada en Afganistán en 2001.

Ahora Fukuda debe tratar de convencer al parlamento de extender la misión japonesa, en especial las operaciones de reabastecimiento de combustible, cuando el proyecto de ley sea discutido en el actual periodo de sesiones de la Dieta (parlamento).

Si no se vota la iniciativa antes del 1 de noviembre, fecha en que expira la autorización vigente, los barcos y buques petroleros japoneses tendrán que regresar a puerto.

Si no logra consenso, Fukuda puede recurrir a un mecanismo según el cual la cámara baja, dominada por el PLD, apruebe el proyecto aun si el Senado lo rechaza, una perspectiva posible dado que la oposición rechaza la misión y reclama saber si Japón contribuye a la guerra en Iraq.

Pero la apuesta de Fukuda, si pretende lograr algún consenso, es acercarse al legado pacifista de su padre, Takeo Fukuda, primer ministro entre 1976 y 1978, cuando Japón y China firmaron un acuerdo de paz y amistad.

La "doctrina Fukuda", formulada en un discurso suyo en Manila en 1977, es el compromiso de que Japón nunca se convertiría en una potencia militar, entablaría vínculos de confianza mutua con las naciones de Asia sudoriental y cooperaría con ellas en pie de igualdad.

Durante los 10 días de campaña para ser electo presidente de su partido, Yasuo Fukuda subrayó que "no hay necesidad de tomar acciones que causen resentimiento en China u otro país de la región".

También aseguró que mientras sea primer ministro no visitará el polémico santuario de Yasukuni, donde los japoneses rinden honores a sus muertos en combate, entre los que figuran militares acusados de crímenes perpetrados durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) en países vecinos.

Las visitas al santuario de Koizumi, quien alegó que sólo rendía honores al espíritu colectivo de personas que dieron su vida por el país, no cayó bien en China, ni en las otras naciones de Asia que sufrieron el militarismo del ejército imperial japonés durante los años 30 y 40.

En su campaña, Fukuda también señaló la necesidad de mantener un equilibrio entre la alianza de Japón con Estados Unidos y la cuestión del retorno de los japoneses secuestrados por Corea del Norte durante la Guerra Fría mediante el diálogo.

Fukuda también prometió públicamente que seguiría los ideales de la "Declaración de Murayama", enunciada en 1995 con motivo de la celebración los 50 años del fin de la Segunda Guerra Mundial.

Entonces, el primer ministro socialista Tomiichi Murayama lamentó la colonización e invasión japonesa a varios países de la región.

"Tenemos que honrar la declaración del primer ministro de Japón", señaló Fukuda.

Sus dichos fueron retomados por los sucesivos gobiernos como una postura formal. Pero existen numerosos conservadores de línea dura, incluidos muchos del gobernante PLD, que quisieran interpretar la historia de otra forma.

En su sitio personal, Fukuda promete que su diplomacia se basará sobre la identidad asiática de Japón, como país respetuoso de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y aliado con Estados Unidos.

Cuando Abe anunció su renuncia la semana pasada, el favorito para sucederlo era Taro Aso, un político de mano dura de 67 años que fue canciller y que en las últimas semanas ocupó la jefatura de gabinete.

Pero dada la impopularidad de Abe y sus amigos por numerosos escándalos financieros, los líderes del PLD pensaron que era mejor respaldar a Fukuda, un rival con una imagen mucho más moderada.

"Traerá estabilidad, que es lo que Japón necesita", señaló un diplomático occidental que reside en Tokio.

"Fukuda presentará una imagen menos agresiva de Japón con su apuesta a una diplomacia equilibrada y hará una buena coordinación entre los líderes de su partido", añadió.

Pero se palpa una falta de entusiasmo en la bienvenida dada al nuevo primer ministro y al gabinete, en gran parte heredado de su antecesor.

Hay cierto enojo con los líderes del PLD por su designación tras bambalinas, según versiones de prensa.

"Cuesta entender por qué el partido tuvo que elegirlo a él, y no a otro", señaló un estudiante universitario en Tokio. "El proceso denota poca responsabilidad."

El nuevo primer ministro necesita con urgencia restablecer la confianza de la población en su partido y en la política que promueve.

En las elecciones de julio, los japoneses también mostraron su enojo por la supuesta malversación de fondos de pensión que hicieron funcionarios del gobierno y una ampliación de la brecha entre zonas urbanas y rurales y entre ricos y pobres.

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