La agresión sufrida por un profesor de educación física fue la gota que rebasó el vaso. A golpes de palo tres jóvenes le abrieron una herida en la cabeza que le costó 17 puntos de sutura. La escuela cerró por tres semanas a partir de aquel 30 de abril de 2003.
Desde entonces, se intensificaron las discusiones, negociaciones con la alcaldía y acciones para restablecer un mínimo de seguridad en la Escuela Municipal Oswaldo Cruz (EMOC), en la zona oeste de Belo Horizonte, capital del meridional estado de Minas Gerais, con 2,4 millones de habitantes.
Clases con la Policía Militar sobre prevención de homicidios, mejor iluminación en las calles y un curso para lidiar con drogadictos fueron algunas de las medidas. La reconstrucción del muro parcialmente derrumbado por una inundación exigió cemento especial de endurecimiento rápido, tras varios intentos deshechos en las noches.
Desde entonces, la EMOC vivió una revolución, convirtiéndose en casi un oasis de convivencia en un barrio pobre, atormentado por bandas de narcotráfico y jóvenes delincuentes que se reparten y controlan territorios. Los muros de la escuela, limpios o con grafitti artístico, contrastan con los vecinos garabateados por vándalos.
Numerosas iniciativas no tradicionales, como cursos de teatro, percusión, danza, "capoeira" (expresión cultural que mezcla simulación de lucha y danza, desarrollada por los esclavos africanos), deportes y espectáculos, junto con la forma como fueron promovidas, produjeron las transformaciones, pacificando el interior de la escuela y sus relaciones con el barrio.
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La EMOC adoptó varios programas de eficacia comprobada en contener la violencia y promover la juventud en otras partes del país. Adhirió a la Escuela Abierta, programa estimulado por el gobierno, que abre escuelas a la comunidad en los fines de semana, para actividades artísticas, deportivas, de artesanía y esparcimiento.
La Policía Militar local está presente en la EMOC con dos proyectos: "Permanece Vivo" (Fica vivo), de prevención al crimen por la movilización cultural y capacitación profesional de adolescentes y jóvenes, y "Juventud y Policía", que forma grupos de percusión, teatro, grafitti y deportes con policías y alumnos.
Este último proyecto, orientado por AfroReggae, un exitoso grupo de múltiples acciones socioculturales en favelas (barrios pobres, hacinados y en buena parte dominados por pandillas narcotraficantes) de Rio de Janeiro, es el que produjo la conversión de Walace de Souza.
A los 19 años, él reconoce haber sido un adolescente "muy tentado". "Una vez hice siete asaltos a mano armada en un solo día", confesó. Creía que "a los menores no les pasaba nada", ya que en Brasil la responsabilidad penal empieza a los 18 años. Pero recuerda muchas bofetadas de policías y muestra marcas de culatazos en la espalda.
Su peor cicatriz es de un tiro en la pierna que le pegó un policía durante un asalto. Souza escapó del encarcelamiento llamado "socioeducativo" para adolescentes "infractores", gracias a su madre y un abogado. Tenía 15 años y por mucho tiempo deseó vengarse. "Estaba decidido a matar el primer policía que encontrase". Hasta se compró una pistola de pequeño calibre para ese fin.
Por suerte no repitió el destino del hermano mayor, condenado a 19 años de cárcel por haber asesinado a un policía. De él heredó el apodo "Frango" (pollo), porque también es alto, con 1,80 metros, y flaco con poco mas de 60 kilos. Era mas delgado antes, por el consumo de drogas y la alimentación irregular por la pobreza, recordó. Él y su madre viven en Villa Ventosa, la favela pegada a la escuela.
Pese a la delincuencia, no abandonó los estudios por presión de la madre. "No me gustaba estudiar", iba a la escuela pero concurría a pocas clases y a "perturbar", incluso cometiendo robos. Hasta que el año pasado se incorporó al proyecto Juventud y Policía y cambió.
La percusión lo seducía, pero se resistía al principio porque "no quería mezclarse con policías". Hasta que un día robó un teléfono celular en la escuela y las autoridades amenazaron con encarcelarlo. Lo defendieron la gente del proyecto y la directora de la EMOC. Allí se sintió ante la disyuntiva "proyecto o prisión".
"Antes tenía dinero y mujeres por algunos días", producto de asaltos exitosos, "pero no sentía alegría, ahora puedo ser alegre como siempre he sido", detalló. No se limitó al cambio individual: trajo dos colegas "de las drogas al proyecto", incluso su más allegado compañero de delincuencia.
Irónicamente, uno de sus planes futuros es entrar a la Policía Militar. "Quiero ser uno de ellos, para hacer que mis colegas comprendan el otro lado. Antes no veíamos policías como gente que tiene su familia, creíamos que sólo querían golpearnos", explicó.
Conviviendo con los dos lados, cree que podrá acercarlos y contribuir también para que la policía no se limite a golpear a los pobres "sin dialogar". Su otro sueño es estudiar Derecho, con misión similar.
Cuando termine la secundaria este año, su tiempo en la EMOC también llegará a su fin. Pero piensa quedarse dos años más, como le permiten las reglas de la escuela, para "prepararse mejor" para estudios superiores y "seguir en los proyectos".
Walace de Souza es una muestra de que la transformación es posible. El alma de ese proceso, la directora de la EMOC, Luciana Maria de Oliveira, cree que el primer paso para superar la violencia escolar es "no fingir que ella no existe" y rechazar la actitud de "nada tengo a ver con eso".
El principal factor de éxito fue "creer en la comunidad, en su capacidad de organizarse" y en su sabiduría expresada de forma sencilla, evaluó. Dialogar con sus pobladores, "cumplir lo acordado", compartir responsabilidades y firmar alianzas con el sector público, universidades y organizaciones sociales también fueron actos esenciales.
La EMOC antes "estaba fuera de la realidad", admitió. Fue inaugurada en 1972, como una escuela modelo, ocupando un área 25.000 metros cuadrados, con instalaciones sofisticadas, un estadio cubierto, laboratorios bien equipados, teatro, jardines y profesores seleccionados. Se destinaba a una élite en contradicción con la pobreza circundante.
La hostilidad contra la escuela aumentó con la expansión de las dos favelas vecinas, Ventosa y Morro das Pedras, alimentada por el éxodo rural. La violencia estalló con la intensificación del tráfico de drogas y el surgimiento de bandas armadas que se peleaban a partir de las dos favelas y dentro de ellas mismas, fijando fronteras entre calles y callejones.
La escuela a veces quedaba entre dos fuegos o se convertía en local de batalla. La violencia provocó una "desbandada" de alumnos en los años 2002 y 2003. El total de unos 2.200 bajó a algo entre 1.200 y 1300, recordó la directora. La recuperación en los últimos años los elevó a mas de 1.500, cambiando su composición social, con mayor participación de los pobres.
La enseñanza mejoró. El desempeño de los alumnos de la EMOC, provenientes de las comunidades más pobres de la ciudad, se acerca al de colegios que atienden la clase media, comparó Oliveira.
Además de promover la participación comunitaria y actividades estimulantes para los alumnos, la dirección y los docentes de la EMOC recurrieron a mucha creatividad. Un ejemplo son las mayores paredes de los edificios escolares con mapas dibujados de la ciudad, del estado de Minas Gerais y de Brasil, destacando aspectos culturales, étnicos y geográficos. Es el "geografitti", bautizó la directora.
La EMOC no es un caso aislado de violencia escolar en Brasil, pese a su concepción en conflicto con la realidad local. Investigaciones de la Organización de Naciones Unidas para Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) desde los años 90 desnudaron una situación alarmante.
"La violencia en las escuelas crea un clima que, además de hacer tensas las relaciones sociales, daña también el aprendizaje", observó Miriam Abramovay, coautora de varios estudios para Unesco. "Tanto alumnos como profesores dijeron sentir miedo de concurrir a la escuela", justificando el enorme absentismo registrado entre los docentes.
La misma UNESCO ayudó a desarrollar la estrategia de la Escuela Abierta en algunas ciudades, comprobando la reducción de la violencia al atraer la población cercana en los fines de semana para actividades diversas. Hoy el programa se tornó política general en varios estados brasileños.
Esas y otras iniciativas, acercando las escuelas de la comunidad local y recurriendo a actividades artísticas, culturales y deportivas, están modificando la enseñanza escolar en Brasil, en respuesta a una realidad que se manifiesta mas directamente por la violencia.