AMBIENTE-PERÚ: El reino del desamparo

«Hemos venido aquí porque Dios nos ha enviado», dice el pastor Pedro Leyva Díaz. Se muestra cansado de tanto repartir víveres, ropa y dulces tras recorrer alrededor de una docena de distritos pobres desvastados por el terremoto en el sur de Perú.

"Dios nos dijo que fuéramos adonde hay más dolor y aquí estamos", le dice a los pobladores que se han acercado al camión cargado de ayuda.

Leyva Díaz ha recorrido las principales poblaciones de Túpac Amaru Inca, un conglomerado de asentamientos irregulares de la provincia de Pisco que creció de tal forma que en 1986 fue convertido en distrito.

Todavía sigue expandiéndose sin planificación ni orden y ya cobija a casi 18.000 personas. A este grupo poblacional, el más joven y empobrecido de los ocho que tiene Pisco, ha llegado este pastor de la iglesia evangélica "Las buenas nuevas de Peniel", asentada en el distrito limeño de San Martín de Porres.

San Clemente, otro de los distritos que aglutina a la mayor parte de los asentamientos humanos de la provincia de Pisco, está ubicado en la entrada de la ciudad. Fundado en 1985, las partes altas parecen haber sido pisoteadas por un gigante.
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El terremoto del 15 de este mes, de siete grados en la escala de Richter, hizo estragos especialmente en las viviendas más débiles como las edificadas con bloques de adobe, el material utilizado generalmente en los "pueblos jóvenes", como les llaman en Perú a los asentamientos irregulares habitados por pobres, la mitad de los cuales son indigentes.

Las cifras oficiales brindadas el 30 de este mes indican que el sismo con epicentro en el océano Pacífico, frente a las costas de las sudoccidentales provincias de Pisco, Ica y Chincha, dejó 519 personas muertas, casi 1.400 heridas, 45.000 damnificadas y millonarias pérdidas materiales. Organizaciones no gubernamentales también señalan que aún hay 40 desaparecidos.

San Clemente aumentó considerablemente de tamaño cuando comenzó a recibir a miles de desplazados de sus hogares por la violencia guerrillera enfrentada por las fuerzas de seguridad del Estado entre 1980 y 2000, especialmente de Ayacucho, Apurimac y Huancavelica.

Maximiliana Curi, ayacuchana de Vinchos, y Bernardina Azcona, huancavelicana de Castrovirreyna, asistían el día del terremoto a una misa de difuntos en una iglesia de San Clemente. Al derrumbarse el edificio religioso perdieron a siete de sus familiares.

Ahora ambas mujeres se encargan del cuidado de nueve huérfanos. Para ello han levantado un refugio sobre los escombros de lo que fue una casa precaria de adobe, donde las familias comparten lo poco que consiguen.

"Aquí sólo nos han repartido un poco de agua", se quejó Curi, vestida de riguroso luto. "Mi esposo y mis hijos escapamos de la guerra y, para nuestra mala suerte, encontramos la desgracia aquí, donde habíamos comenzado una vida nueva. El terremoto mató a mi esposo y me he quedado sola. Nadie ha venido siquiera para preguntarnos qué nos falta", narró a IPS.

Los niños de San Clemente bajan de las colinas del pueblo hasta la ruta Panamericana Sur, por la que circulan centenares de vehículos cargados de comestibles.

Aprovechando que los camiones y automóviles deben reducir la velocidad y transitar despacio por un desvío, debido a que el puente Huamaní está resquebrajado, los pequeños desamparados se acercan a los conductores y a los pasajeros de los autobuses para que les den unas monedas.

Como muchas veces no alcanzan las ventanas de los vehículos, por sus estaturas bajas, han inventado un instrumento para recibir la voluntad de los viajeros: la mitad de un envase de agua mineral amarrada a un palo.

Ni las frías noches de cerrada oscuridad ni las ráfagas de "paracas" (vientos fuertes procedentes del océano Pacífico) los disuaden a regresar con sus familias hasta el día siguiente. Siguen allí, persiguiendo las luces de los vehículos con sus largos brazos de madera y plástico.

Es que hay demasiada hambre y desesperación en este lugar. El terremoto ha desnudado las miserias de los pobres en Perú.

En Chincha, el sismo también sembró la destrucción en Pueblo Nuevo, un distrito conformado por una veintena de asentamientos humanos donde habitan poco más de la mitad de los 60.000 residentes de la provincia.

"Nosotros hicimos campaña por Lucio Juárez Ochoa y ganó la alcaldía de Pueblo Nuevo", relata María Salguero de Paypay, mientras muestra artículos de propaganda de la candidatura que todavía guardaba en su destruida casa donde vivían 10 personas hasta el terremoto.

"Ahora que Juárez es alcalde, ni se ha aparecido por esta zona donde todo se ha caído. Así nos paga. Nunca más voy a apoyar a otro candidato", sostuvo con gran enfado.

Chincha, que corresponde a la región de Ica, y la provincia de Cañete, perteneciente a la región de Lima, están enfrascadas en una disputa limítrofe. Las separa un desierto de arena gris, llamado Pampa Larga desde que el consorcio Perú LNG decidió construir, a un costo de 2.000 millones de dólares, el centro de licuefacción del gas obtenido en el yacimiento de Camisea.

Las dos provincias reclaman soberanía sobre el área en la que se ha instalado la moderna planta denominada La Melchorita, entre los kilómetros 167 y 170 de la carretera Panamericana Sur. La infraestructura, desde donde se proyecta exportar gas a partir de 2008, es la viva imagen del futuro del país debido a los millones de dólares que obtendrá por la venta del hidrocarburo.

Pero esto es sólo una parte del país. A uno pocos pasos, apenas cruzar la vía, más de 700 familias desplazadas por la violencia política de antaño en los Andes fundaron el asentamiento humano Nuevo Ayacucho, donde el terremoto despojó a la gente de lo poco que tenían.

"Una semana después del terremoto, nada recibimos. Luego nos enviaron algo de comida y agua, pero sólo alcanzó para una pequeña parte de los cerca de 2.000 pobladores que viven aquí", explica a IPS el teniente gobernador de Nuevo Ayacucho, Sabino Tapahuasco.

"Yo soy (originario) de Huamanga, la capital de Ayacucho, y me vine a este pueblo porque confiaba que mi suerte y la de mis paisanos sería distinta. Pero el terremoto ha dejado al descubierto que los pobres en Perú van a ser pobres por mucho más tiempo", comentó con cierta resignación.

"Sí es así, entonces es mejor morir en la tierra donde uno ha nacido. Para qué morirse aquí tan lejos", concluyó.

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