Los talentos, penas, alegrías y miserias de los integrantes del agonizante pueblo yagán, habitante del extremo sur de la Patagonia sudamericana, son revividos por la periodista Patricia Stambuk en el libro «El zarpe final. Memorias de los últimos yaganes», publicado por la editorial LOM.
"Lo que yo más valoro del pueblo yagán es su vida espiritual y la capacidad de sobrevivir, heroicamente, por muchos años, al impacto del encuentro con el hombre blanco", comentó Stambuk a IPS.
Pese a su fortaleza, los yaganes "no pudieron soportar el término de la vida nómada, el uso de vestimenta y las enfermedades que los diezmaron", explicó la investigadora que en 1986 escribió su primer libro sobre esta etnia, "Rosa Yagán, el último eslabón".
El pueblo yagán o yámana es originario del extremo austral de Chile. Habitaba en los canales y costas sudoccidentales de la Tierra del Fuego, entre el Canal de Beagle y el Cabo de Hornos, actual región de Magallanes, ubicada a más de 3.000 kilómetros al sur de Santiago, y su presencia se extendía al otro lado de la cordillera de los Andes.
Antes del asentamiento definitivo de los europeos en la zona, a mediados del siglo XIX, su población se estimaba en alrededor de 3.000 indígenas.
Dada su condición nómada, las frágiles y ligeras canoas que utilizaban para pescar y recolectar mariscos eran un elemento central en la vida de este pueblo. Se vestían con taparrabos y pieles para protegerse del viento y se cubrían el cuerpo con grasa de lobo marino para soportar las bajas temperaturas de la zona.
Los hombres se dedicaban a la caza de animales marinos como lobos, nutrias y ballenas y las mujeres participaban en la construcción de las chozas, el cuidado del fuego, la preparación de los alimentos, el abastecimiento de agua dulce y la recolección de mariscos. Todos se pintaban la cara con líneas y puntos blancos y negros.
La ya fallecida Rosa Yagán fue la última de su etnia que nació antes de que una misión anglicana se estableciera en 1850 en la ciudad argentina de Ushuaia, en la costa norte del canal de Beagle. Además de evangelizarlos, los ingleses los indujeron a modificar su vestimenta y hacerse sedentarios.
Para "El zarpe final…", Stambuk se inspiró en una fotografía tomada en 1929 por el sacerdote salesiano Alberto de Agostini, en la que retrató a 32 miembros de esta etnia.
"Esta es la existencia sin censura de los últimos yaganes que poblaron las tierras ribereñas del Beagle, cuando ya la colonización y la evangelización, aun sin quererlo, les habían quitado sus modos de vida y sus energías para subsistir en un clima duro y una geografía soberbia", explica la autora en el prólogo de este libro de 141 páginas.
En 2006, antes de ser publicada, la investigación recibió el primer premio por obra inédita en el concurso Escritura de la Memoria, organizado por el gubernamental Consejo Nacional del Libro y la Lectura.
La escritora se propuso reconstruir la vida de la treintena de yaganes retratados por De Agostini, por medio de los recuerdos de las últimas testigos de esas existencias: las hermanas Cristina y Ursula Calderón Harban (fallecida en 2003), a quienes conoció mientras escribía "Rosa Yagán, el último eslabón".
Desde fines de la década de 1990, la periodista se reunió periódicamente con ambas hermanas para registrar sus memorias, llenas de anécdotas y hechos cotidianos. Ellas quedaron huérfanas siendo muy pequeñas, por lo que pasaron de familia en familia observando de cerca el triste declive de su pueblo.
Cristina, de 79 años, es la última descendiente de "sangre y lengua": su padre y madre fueron yaganes y todavía domina el idioma ancestral. En 1995, cerca de 70 mestizos y mestizas se identificaron como miembros de la etnia, pero las tradiciones y costumbres prácticamente han desaparecido.
En el libro, por ejemplo, se cuenta la historia de Carrupakó le kipa, llamada Julia por los misioneros anglicanos, quien fue obligada a casarse a los 11 años.
"No había llegado aún a la pubertad, pero los mineros y loberos chilenos y extranjeros acechaban como animales en celo en casi todo el territorio de los yaganes, seduciendo, raptando o violando a esas indias casi desnudas, de piel firme e impregnada con olor a aceite de foca", escribe Stambuk.
"¿Habrá mayor placer para un hombre embrutecido por el trabajo y por la soledad fueguina que estas flores silvestres de la Patagonia?", añade.
En otro capítulo, Cristina relata una anécdota de su abuela Flora que revela la bella pureza en la que vivían los yaganes. La anciana, al recibir ropa de regalo, se colocó por desconocimiento unos guantes en los pies, en medio de un coro de risas de sus sobrinas nietas.
Úrsula, por su parte, recuerda la historia de Capushmúkur kipa, rebautizada como Emilia, quien se resistió por años a vestirse con ropas de estilo occidental. Un día, su avergonzado marido yagán le quitó el amanánuj (taparrabo) y se lo tiró al fuego, obligándola a usar el vestido que le había comprado.
Asimismo, Úrsula le contó a Stambuk que lo primero que le leyó su padre yagán, quien "era inteligente y había estudiado", fue la Biblia.
"Él nos llamaba y nos juntaba para rezar el Padre Nuestro, leernos la Biblia y enseñarnos. Desde ese tiempo y hasta ahora yo sé que hay Dios. Siempre le pido que me ayude, a mí, a toda mi familia, a los que están enfermos, y sé que me ha hecho milagros", señaló.
La ceremonia de iniciación de los jóvenes a la vida adulta (chiajaus), que ya no se practica, también se revive en el libro.
En ella cantaban para distraerse y ahuyentar al Yetahite, espíritu maligno enemigo de la realización del chiajaus. También golpeaban palos y ramas en las paredes del marma (cabaña) para espantar al espíritu. La danza era muy apreciada y se dejaba para el final de la noche. Cada baile recibía el nombre del animal al que imitaba.
Asanuwakipa —llamada Adelaide por los ingleses— tenía una obsesión por el aseo. "A ver, vamos a limpiar todo esto, camas, piso, cocina, porque de repente pueden pasar los carabineros (policía uniformada). Aquí ya no somos puros indios, ahora hay gente blanca", decía la mujer.
"Los yaganes tenían una cosmogonía propia, explicaban el mundo a partir de sus puntos de vista. La explicación común de su pasado, a través de mitos, era lo que les daba su identidad, lo que los hacía únicos", señaló Stambuk, hija de un inmigrante croata, nacida en la austral ciudad de Punta Arenas, en la región de Magallanes.
Actualmente, la periodista se encuentra trabajando en el libro que llamará "Rapa Nui: ghetto y lazareto", una investigación de memorias étnicas sobre la historia reciente de la isla de Pascua, situada 3.800 kilómetros al oeste de la ciudad de Valparaíso en el océano Pacífico y una atracción turística debido a sus moais, gigantescas esculturas de piedra.
"Hoy, al borde de sus 200 años de existencia como república independiente, Chile recién comienza a reconocer el valor de sus etnias originarias y a lamentar el tesoro perdido", sostuvo Stambuk, también autora del libro "Chilenos for Export. Relatos de vida", publicado en 2005.