Pese a la victoria del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en su larga lucha con el Congreso legislativo para financiar la guerra en Iraq al menos hasta septiembre, su administración parece haber perdido las esperanzas de que ese respaldo se extienda más allá de este año.
Varios artículos y columnas de diversos periodistas y analistas en la última semana señalaron que la Casa Blanca ahora reconoce que el número de soldados en Iraq que casi llegan hoy a los 165.000, según la meta fijada en enero como parte de la estrategia que Washington llama "surge" (oleada)debería comenzar a reducirse a inicios de 2008, y a partir de entonces en forma aun más acelerada.
Todo parece indicar que Bush, aunque a regañadientes, aceptó las recomendaciones del bipartidista Grupo de Estudio sobre Iraq (ISG) del Congreso.
El mandatario, en conferencia de prensa la semana pasada, se refirió a esos consejos como el "Plan B-H", en referencia a los nombres de quienes presiden el grupo, el ex secretario de Estado James Baker y el ex representante demócrata Lee Hamilton. El plan fue divulgado a inicios de diciembre.
"Sí, el mismo plan Baker-Hamilton ahora parece ser la política oficial de la Casa Blanca", escribió David Ignatius en su columna para el periódico The Washington Post el jueves, titulada "Time for 'Plan B-H' in Iraq?" (¿Es tiempo para el Plan B-H en Iraq?).
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Aunque no descartaba una "oleada" de envío de tropas a Iraq en el corto plazo, la principal recomendación militar del ISG era retirar todos los soldados de combate estadounidenses casi la mitad de los que están actualmente en ese país de Medio Orientepara el 31 de marzo de 2008, y hacer que el contingente remanente se aboque al entrenamiento de las fuerzas iraquíes, a la protección de las instalaciones estadounidenses y a combatir a grupos sospechosos de pertenecer a la red terrorista Al Qaeda.
Aunque es poco probable que se cumpla ese plazo, el diario The New York Times informó la semana pasada que los políticos que toman las decisiones en la administración estaban desarrollando "conceptos" para reducir al número de soldados en Iraq a 100.000 para mediados de la campaña presidencial de 2008 en Estados Unidos, en el próximo verano boreal.
La estrategia de la "oleada", que ordenaba el envío adicional de cerca de 30.000 soldados para que se sumaran a los 130.000 ya instalados en Iraq, fue anunciada por Bush a inicios de enero y lanzada oficialmente el mes siguiente bajo la dirección del general David Petraeus.
La estrategia fue diseñada para contener a la creciente violencia sectaria en Bagdad y frenar una guerra civil a gran escala.
Sus propulsores esperaban también que creara el espacio político necesario para que las fuerzas "moderadas" tanto en el gobierno del primer ministro iraquí Nouri al-Maliki, dominado por chiitas, como entre los líderes sunitas que simpatizan con la insurgencia, lograran un consenso para superar los principales obstáculos a la reconciliación nacional.
Entre los temas más importantes de división se destacan la distribución de las ganancias del petróleo, la celebración de elecciones locales y la campaña contra el ex gobernante partido Baath, de Saddam Hussein, lanzada luego de la invasión estadounidense en 2003.
El componente de seguridad de la estrategia pareció tener éxito durante los primeros dos meses de su implementación. Las milicias chiitas en Bagdad rápidamente redujeron sus actividades para evitar enfrentarse con las fuerzas de Estados Unidos. Sin embargo, al mismo tiempo, la violencia sectaria en torno a la capital y a otras importantes ciudades del país se incrementó.
A pesar de la persistente presión de Petraeus, del nuevo embajador estadounidense en Bagdad, Ryan Crocker, e incluso del vicepresidente Dick Cheney, quien realizó una visita sorpresa a la capital iraquí a comienzos de mayo, el componente político de la estrategia tuvo escasos, si no cero logros.
En la última semana, altos funcionarios estadounidenses, incluyendo al propio secretario de Defensa, Robert Gates, sugirieron que los "puntos de referencia" específicos para evaluar los progresos en la reconciliación nacional iraquí, incluidos en el proyecto de ley presentado por Bush para obtener más recursos para la guerra, difícilmente se puedan alcanzar para septiembre, cuando se espera que Petraeus presente su primer informe sobre la estrategia de la "oleada" y el Congreso vote la nueva financiación.
Incluso la promulgación de una nueva ley sobre petróleo, aprobada por el gobierno de Maliki en abril, es ahora considerada por Petraeus una "apuesta arriesgada", según el periódico Los Angeles Times.
Mientras, las ganancias iniciales de la mejora de la seguridad y la reducción del número de muertes en Bagdad parecen erosionarse a ritmo acelerado, en tanto que el despliegue de tropas en puestos fronterizos y en posiciones más vulnerables derivaron en más bajas en combate. Unos 120 soldados estadounidenses murieron este mes, que se convirtió en el más mortal para Washington desde el asedio a la ciudad de Faluya en noviembre de 2004.
Todos estos factores contribuyeron a la creciente convicción, incluso entre los más leales a Bush dentro del gobernante Partido Republicano, que el continuo envío de soldados a Iraq ya no es algo políticamente viable.
"Pocos o ninguno de los republicanos quieren ir a las elecciones (de 2008) mientras 150.000 soldados estadounidenses siguen siendo atacados", escribió en su columna para The Washington Post el analista político David Broder.
Para la mayoría de los comentadores y funcionarios de gobierno, la única opción viable es seguir las recomendaciones del ISG para reducir la presencia militar en Iraq y reorientar la misión a la capacitación de las fuerzas locales.
El ISG también había recomendado a Washington que lanzara una "nueva ofensiva diplomática" para involucrar a Siria e Irán en los esfuerzos para estabilizar a Iraq, consejo que al que Bush también se había resistido al principio, pero que ahora parece aceptar lentamente, aunque de mala gana.