«Es necesario decir no a los medios de comunicación social que ridiculizan la santidad del matrimonio y la virginidad», afirmó el papa Benedicto XVI al canonizar a Fray Galvão, el primer santo brasileño, en una misa multitudinaria.
La ceremonia, que duró dos horas y media en el Campo de Marte, un aeropuerto militar cercano al centro de la sureña ciudad brasileña de São Paulo, fue presenciada por 800.000 personas, según la estimación del ejército, o un millón, de acuerdo con varios medios.
El Papa, hablando en buen portugués, destacó al ahora santo Antonio SantAnna Galvão como un ejemplo de castidad y caridad importante para esta "época tan llena de hedonismo", para un mundo que necesita "vidas limpias, almas claras e inteligencias simples que rechazan ser consideradas objeto de placer".
Varios miles de asistentes pasaron toda la madrugada en el lugar, para asegurarse estar más cerca del Papa. Más de 200 personas necesitaron atención médica, buena parte a causa del frío inusual, con un termómetro que marcó 11 grados.
Totalmente ciega, Matilde Alves Ponte, estuvo presente. "No veo, pero el corazón lo siente todo, es una emoción tan grande que aún viendo no la podría explicar", dijo a IPS. Un tipo de esfuerzo diferente realizó otra mujer negra, de apariencia humilde, que llegó desde Barretos, a 440 kilómetros de São Paulo, porque "era muy importante estar presente".
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Fray Galvão "siempre atendía al pueblo, construyó iglesias junto a los negros", dijo para justificar su temprana presencia Miriam Expedita Caetano, también afrobrasileña. Luego de sufrir tres accidentes vasculares cerebrales y perder la movilidad, "volví a caminar" después de tomar las píldoras milagrosas de Fray Galvão, aseguró a IPS.
El primer santo brasileño "fortalecerá al catolicismo en Brasil", ayudando a la Iglesia a recuperar a muchos que perdieron la fe o que "se dicen católicos pero no lo son efectivamente", dijeron varios presentes de distintas clases sociales. Brasil "merecía un santo", sostenían otros.
El país de mayor cantidad de católicos en el mundo sólo contaba hasta ahora con Santa Paulina, una monja de origen italiano que actuó en el meridional estado de Santa Catarina y en São Paulo y que fue canonizada en 2002.
Galvão nació en 1739 en Guaratinguetá, a 178 kilómetros de São Paulo, y murió en 1822. Sacerdote franciscano, construyó en el centro paulista el Monasterio de la Luz, en el que las monjas distribuyen a diario miles de sus píldoras.
La creencia se origina en relatos de curas practicadas por Galvão en vida a varias personas a las que suministraba pedacitos de papel enrollados en forma de píldoras, con frases religiosas escritas en ellos.
Su canonización se fundamentó en dos casos recientes. En 1990 una niña de cuatro años, víctima de una grave hepatitis y dos infecciones hospitalarias y sin esperanza de supervivencia, se curó tras ingerir esas píldoras. Otro milagro, en 1999, aseguró un parto considerado científicamente imposible de una mujer con malformación del útero y que ya había sufrido tres abortos espontáneos.
Éste es el décimo beato canonizado por Benedicto XVI, siguiendo los pasos de su antecesor, Juan Pablo II (1978-2005), que consagró a 483 santos en sus 26 años de pontificado, una cantidad sin precedentes.
La estrategia de consagrar santos para conquistar o mantener adeptos es evidente. Benedicto XVI decidió celebrar la canonización en São Paulo, contrariando la costumbre de hacerlo en el Vaticano en una deferencia a Brasil, donde más de 90 por ciento de la población era católica en 1970. La proporción cayó a 73,6 por ciento en el último censo de 2000.
Pero le será difícil a San Galvão contener esa pérdida de fieles si la Iglesia Católica mantiene sus prédicas sobre conductas sexuales. En la homilía de la misa de canonización, el Papa reiteró las recomendaciones de una "vida casta" que había hecho a los "jóvenes de la Iglesia" en un encuentro con ellos el jueves.
En el discurso a los obispos brasileños, con quienes se reunió en la tarde de este viernes, Benedicto XVI condenó "los delitos contra la vida en nombre del derecho a la libertad individual", en referencia al aborto, y calificó de atentado "contra la dignidad humana" la defensa de "la herida del divorcio y de la unión liberal".
"La Iglesia se aleja de la realidad cotidiana de las personas" con su discurso "radical e intransigente", que obliga los católicos a "tener una doble moral", ya que siguen siendo religiosos, pero desobedecen las normas dictadas por la jerarquía eclesiástica, dijo a IPS Dulce Xavier, socióloga de la red no gubernamental Católicas por el Derecho a Decidir.
Es un intento de "imponer reglas cada vez más duras", en busca de "un control total del cuerpo, de los sentimientos y las propias relaciones entre las personas, de forma autoritaria", sin oír a los fieles y poniéndose "por encima de las instituciones", criticó la activista católica y defensora de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, incluso la opción del aborto.
El discurso del Papa sigue a San Agustín, quien en el siglo V pregonaba el control de la sexualidad humana, sostuvo. También es grave que la Iglesia, como no logra imponer sus normas morales a su propia grey, intente hacerlo "manipulando al Estado", con su pretensión de que la educación religiosa sea obligatoria en las escuelas, lo que es una "injerencia en la soberanía de los países", concluyó.