Crece el escepticismo en Washington sobre el éxito del aumento en curso de la presencia militar estadounidense es Iraq.
Excepto el ala neoconservadora del gobierno de George W. Bush, el sostén más entusiasta de la estrategia denominada "upsurge" (aumento o recrudecimiento, en inglés), la mayoría de los analistas creen que esta política está condenada al fracaso.
Según estas críticas, la estrategia será infructuosa pues no incluye medidas sustantivas —las cuales, por otra parte, hasta ahora han sido prácticamente nulas— para que el gobierno del primer ministro iraquí Nouri al-Maliki, de la mayoritaria comunidad musulmana chiita, promueva la reconciliación con la minoría sunita.
El programa, anunciado el 10 de enero, consiste en sumar unos 30.000 soldados a los 135.000 entonces ya apostados en Iraq, con la finalidad de pacificar Bagdad y recuperar cierto control sobre la predominantemente sunita provincia de Anbar, bastión de la insurgencia y de la red terrorista Al Qaeda en ese país.
El operativo, que comenzó a comienzos de febrero y cuya culminación se prevé para fines de junio, lograría, según sus impulsores, impedir una guerra civil abierta y alentar un acuerdo entre fuerzas moderadas de todas las comunidades.
La incorporación de miles de soldados logró reducir las matanzas por odio religioso en Bagdad. Pero la violencia fuera de la capital iraquí parece haberse incrementado desde febrero.
De hecho, en marzo y abril los ataques contra objetivos civiles y militares se mantuvieron al mismo nivel que a fines del año pasado, según el borrador de un informe de la Contraloría General de Estados Unidos (GAO), un órgano oficial que funciona con independencia aunque en la órbita del Congreso legislativo.
El actual balance de bajas de esos ataques, la mayoría ellos atentados con explosivos instalados en automóviles o camiones en áreas civiles, podría haber aumentado en comparación con los meses anteriores, según algunos analistas. El gobierno de Maliki dejó de divulgar las cifras el mes pasado.
Al mismo tiempo, las bajas estadounidenses, un indicador particularmente delicado en este país, han, claramente, aumentado.
Como ordena la doctrina clásica de la contrainsurgencia, algunos soldados patrullan agresivamente áreas desde enclaves dispersos, más que mantenerse dentro de bases fortificadas.
Pero el aumento de tropas estadounidenses también elevó la cantidad de blancos, tanto para los insurgentes chiitas como para las milicias sunitas.
Ese detalle quedó de manifiesto dramáticamente el mes pasado, cuando atacantes suicidas irrumpieron en un puesto en Baqubah y mataron a nueve soldados estadounidenses.
El sábado pasado, cuatro soldados murieron y tres fueron, al parecer, tomados prisioneros en una emboscada de miembros de la red terrorista Al Qaeda en el sur de Bagdad.
El hecho de que algunos comandantes como el general Raymond Otero, quien dirige las operaciones diarias en Iraq, propongan mantener las tropas en aumento al menos hasta mediados del año próximo es visto como la admisión de que los avances han sido más lentos de lo previsto.
El actual comandante de las fuerzas estadounidenses en Iraq, general David Petraeus, ha considerado públicamente que la estrategia será exitosa si los propios iraquíes cumplen con su parte.
Pero, a pesar de la presión de Petraeus, el gobierno de Maliki no ha dado las respuestas esperadas, según el nuevo embajador estadounidense en Iraq, Ryan Crocker, y altos funcionarios de visita en Bagdad, como el vicepresidente Dick Cheney, que estuvo allí la semana pasada.
Estos portavoces del gobierno estadounidense también han evaluado la acción del parlamento iraquí como cada vez más disfuncional.
"No hemos visto lo queremos ver en cuanto a negociaciones serias entre los principales bandos", dijo a IPS un funcionario del gobierno de Bush que viaja con frecuencia a Iraq. "La desconfianza no ha disminuido, sino que ha empeorado."
La mayoría de los analistas atribuyeron la reducción de las bajas en Bagdad a la orden del líder religioso chiita Moqtada al-Sadr, líder del Ejército Mahdi, a sus feligreses de evitar enfrentamientos con fuerzas estadounidenses.
Por lo tanto, hasta los defensores de un mayor despliegue de tropas en Iraq consideran la acción en Anbar como el punto más destacable en la implementación de esta estrategia.
Las fuerzas del gobierno y las estadounidenses recuperaron el control de Ramadi de manos de Al Qaeda, ahora rebautizada Estado Islámico de Iraq, y de sus aliados locales. Y una nueva alianza armada, denominada Frente para la Jihad y las Reformas se ha movilizado contra Al Qaeda, lo cual implica una fractura de la insurgencia.
Pero expertos se resisten a considerar esos avances como una consecuencia del aumento de tropas estadounidenses en Iraq.
La oposición del Frente para la Jihad y las Reformas al Estado Islámico de Iraq no se traduce en un apoyo renovado a las fuerzas de Estados Unidos ni al gobierno de Maliki, según Marc Lynch, de la Universidad George Washington.
Por el contrario, el Frente mantiene su carácter de movimiento nacionalista comprometido con la expulsión de las tropas estadounidenses y la lucha contra el dominio chiita, a cuyos personeros denomina "iraníes", explicó Lynch.
"La conclusión más importante del cambio sunita contra Al Qaeda" no es el éxito de la estrategia del gobierno de Bush "sino que la insurgencia pierde impulso", consideró el experto.
Para Lynch, la posibilidad de que los sunitas nacionalistas se incorporen a las negociaciones aumentaría si Estados Unidos se comprometiera a retirar sus tropas.
Otros fenómenos lejos de Anbar no pueden considerarse positivos.
La violencia entre grupos chiitas en el sur de Iraq eleva la preocupación de los comandantes estadounidenses. Cientos de soldados se incorporaron hace dos meses a las tropas en la provincia de Diyala, pero el comando estadounidense local pidió aun más refuerzos.
Y las matanzas en Bagdad, aunque reducidas en comparación con el año pasado, han aumentado en los últimos dos meses. Hasta la fortificada "zona verde", donde tienen su sede las oficinas del gobierno y de Estados Unidos, es cada vez más insegura.
"En cualquier otro país, hubiéramos evacuado la embajada", dijo esta semana a la prensa un funcionario anónimo del Departamento de Estado (cancillería).