Dos informes elaborados por la flor y nata de la inteligencia de Estados Unidos y entregados a altos funcionarios de Washington dos meses antes de la invasión a Iraq advirtieron de los problemas que han convertido esa guerra en el peor desastre de la política exterior nacional desde los años de Vietnam.
Los análisis del Consejo Nacional de Inteligencia (NIC por sus siglas en inglés), divulgados el viernes por el Comité de Inteligencia del Senado, advirtieron que la invasión, materializada en marzo de 2003, y la posterior ocupación beneficiarían a la red extremista internacional Al Qaeda y expandirían el islamismo político en toda la región de Medio Oriente.
"Los sectores internos (de Iraq) podrían enfrascarse en un violento conflicto a menos que la fuerza ocupante se los impida", agregaban esos textos.
Además, el NIC previó la aparición de una insurgencia compuesta de ex miembros del entonces gobernante Partido Baas, "quienes podrían aliarse con organizaciones terroristas o actuar de modo independiente en una guerra de guerrillas contra el nuevo gobierno o las fuerzas de la coalición" invasora.
"Lamentablemente, la negativa del gobierno a escuchar esas advertencias y, peor aún, de utilizarlas, ha conducido a las trágicas consecuencias por las que nuestra nación paga un terrible precio", dijo el presidente del Comité del Senado, Jay Rockefeller, al presentar los dos estudios, reunidos en un reporte de 226 páginas.
Los textos tratan, respectivamente, de los desafíos de la posguerra iraquí y de las consecuencias regionales del cambio de régimen en ese país. Fueron encargados por la Oficina de Planificación Política del Departamento de Estado (cancillería), dirigida por uno de los principales asesores del entonces canciller Colin Powell, Richard Haas, quien renunció pocos meses después de la invasión.
Ex funcionarios del Departamento de Estado y de la Agencia Central de Inteligencia se quejaban por entonces de que sus evaluaciones y recomendaciones fueron ignoradas en la preparación de la guerra, por la hegemonía que ejercían sobre la Casa Blanca el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, promotores entusiastas de la invasión.
El reporte incluye una lista con los nombres y cargos a los que fueron dirigidos los dos estudios, que sin embargo asumieron algunos escenarios optimistas, como que Iraq mantendría su integridad territorial y que el gobierno colocado por Estados Unidos lograría devolver el completo control del poder a los iraquíes en un plazo de cinco años, acompañado por un retiro progresivo de las tropas extranjeras en el mismo lapso.
El documento sobre la posguerra expresaba serias dudas de una democracia rápidamente enraizada en la sociedad iraquí.
"La construcción de la democracia iraquí será un proceso largo, difícil y turbulento, con potencial de regresar a la tradición autoritaria", afirmaba y añadía que la oposición en el exilio al entonces dictador Saddam Hussein (1975-2003) carecía "de capacidad popular, política o militar para jugar un papel tras la partida de Saddam sin un significativo apoyo económico, político y militar exterior".
Debido a la necesidad de mantener una "autoridad firme y central" para evitar que la población se volcara a líderes "tradicionales, regionales, tribales o religiosos" en busca de guía, el informe recomendaba mantener en funciones al ejército iraquí, una vez purgados sus altos mandos.
Pero el Departamento de Defensa dispuso la casi inmediata disolución del ejército iraquí apenas comenzada la ocupación.
El texto preveía que el cambio de régimen habilitaría que el "Islam político eche raíces en el Iraq de la posguerra, sobre todo si la recuperación económica es lenta y las tropas extranjeras permanecen por mucho tiempo".
Además, Al Qaeda "probablemente intentará explotar la transición repitiendo sus tácticas usadas en Afganistán el año pasado (2002) para organizar operaciones contra el personal estadounidense", afirmaba el reporte.
En el plano regional, Al Qaeda y otros grupos similares también podían beneficiarse, preanunciaba la inteligencia estadounidense. Esta organización "intentaría aprovechar la atención de Estados Unidos en la posguerra iraquí para restablecer su presencia en Afganistán", señalaba.
El estudio también ponía en duda las afirmaciones de los neoconservadores acerca de que una victoria estadounidense en Iraq persuadiría a otros estados de la región a abandonar sus programas de armas de destrucción masiva. Al contrario, la invasión llevaría a algunos países a "acelerar sus planes con la esperanza de desarrollar capacidad (bélica) disuasoria antes de que sus programas fueran destruidos preventivamente".
"Cuanto más permanezcan las fuerzas estadounidenses en Iraq, más se convencerá Teherán de que Estados Unidos quiere cercarlo y de que podría ser blanco de operaciones militares", añadía el informe.
Siria, por su parte, mantendría su cooperación con Washington para combatir a Al Qaeda, pero también cooperaría con Irán para "influir en los acontecimientos dentro de Iraq y para mantener a Israel fuera del Líbano, como un recordatorio a Washington de que no abandona sus objetivos regionales, en especial la devolución de los Altos del Golán", ocupados por los israelíes, concluía el texto.