Cuando Irania Martínez se propuso sacar frutos de aquel basural la creyeron loca. Hoy, el follaje, los cientos de árboles y el orden imperante confirman no sólo su sano juicio, sino además que se trata de un proyecto posible de extender a toda Cuba.
"El beneficio ha sido grande, gracias a ella y al CEPRU (Centro Ecológico de Procesamiento de Residuos Urbanos). Antes no teníamos ni calle. Todo era fango. Ahora está limpia y con luz eléctrica", contó a IPS Belkis Albala, residente desde hace 15 años en el barrio de Isleta, en la periferia sur guantanamera.
Abdala y su familia viven justo frente al antiguo vertedero y recuerdan cuando Martínez llegó al lugar, hace unos seis años. "Irania empezó gastando de su salario, con tres vecinos que no cobraban nada y el pobre apoyo de nosotros", señaló.
"Todo ese bosque que se ve ahora era basura, rodeada siempre de humo negro, pestilencia, moscas", recordó la mujer, para quien todo ese esfuerzo ha sido "amplio y completo", porque, incluso, "muchos vecinos encontraron trabajo en el CEPRU".
Con algo más de 500 habitantes, el barrio Isleta fue cambiando casi al ritmo de las transformaciones del antiguo vertedero, de donde actualmente salen las posturas de los árboles que crecen en muchos patios y el abono orgánico que beneficia las plantaciones caseras.
Martínez, enviada a ese lugar como responsable del movimiento de Agricultura Urbana del Ministerio de Agricultura, y directora del CEPRU desde su creación, se confiesa "autodidacta" y "fuerte" de carácter.
"Empezamos solos. Decían que yo estaba loca. Tuve oponentes a este proyecto. Yo no soy débil, y cuando pienso que estoy segura de algo, lo hago. Principalmente por intuición y amor a la naturaleza", afirmó. Ahora espera reanudar los estudios de ingeniería agropecuaria que interrumpió en los años 90.
Por esa misma época, se formó el vertedero, que llegó a ocupar unas seis o siete hectáreas. Más de la mitad de esa extensión ha sido ya rescatada, con un bosque que cuenta hoy con unos 3.000 árboles, viveros de posturas para continuar la reforestación y áreas para el procesamiento de los desechos o la preparación de abonos orgánicos.
Todo a cargo de una plantilla de 35 trabajadores, de los cuales nueve son mujeres. "Tengo seis áreas de procesamiento (de los residuos), pero sólo podemos trabajar tres con ese personal. Hace falta más gente", indicó.
En el CEPRU nada se tira. Todo tiene utilidad. Diariamente llegan, en promedio, entre 150 a 160 metros cúbicos de residuos urbanos desde los barrios de la periferia. La primera acción es separar los orgánicos de los inorgánicos.
Estos últimos se clasifican por lotes, entre placas de radiografía, suelas de zapatos, envases de perfume o esmalte de uñas, tubos de pasta de dientes, cartón, papel, hojalata, neumáticos de automóvil, equipos de radio y televisión y muchos desechos de plástico, entre otros.
"Lo que es posible, se vende como materia prima. Otras cosas las reutilizamos aquí mismo, en cercas, letreros. Con los neumáticos, por ejemplo, se pueden hacer miles de cosas, hasta techos, como si fueran tejas. Hay que buscarle el sentido a cada desecho", explicó Martínez.
Otros ingresos provienen de la venta de abono orgánico, pero el precio autorizado es unas cinco o seis veces menor al necesario para recuperar el costo de producción y obtener alguna ganancia. "Es que el CEPRU sólo será sustentable cuando se aplique un estudio de economía ambiental. Se reconoce el trabajo, pero no se ha hecho el cálculo", indicó.
En ese sentido, el impacto es visible e incluye la disminución de la quema de desechos y de la proliferación de vectores dañinos para la salud humana, la recuperación de especies forestales y la protección y rehabilitación de ecosistemas degradados.
Se estima que el CEPRU recibe alrededor de una tonelada mensual de residuos plásticos de alta y baja densidad, que en vez de ser quemados, como antes, son reutilizados en diferentes faenas.
Según especialistas, esa práctica eliminó la generación de gases tóxicos, como dioxinas y furanos, lo que representa una disminución de seis por ciento, a nivel provincial, de la emisión de contaminantes orgánicos persistentes (POPs) a la atmósfera.
El CEPRU es uno de los proyectos más relevantes apoyados por el Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (PPD/GEF), que conduce en Cuba el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
De acuerdo con estimaciones del PPD, entre otras investigaciones, el proyecto logró la reforestación de unas tres hectáreas y obtuvo unas 1.000 posturas al año, así como la incorporación de 40 casas de la comunidad al redoblamiento forestal.
Así mismo, se redujo a la mitad el tiempo de descomposición de los desechos, se aumentó la producción de materia orgánica en 60 toneladas, y se eliminó la quema incontrolada de 150 toneladas mensuales de basura.
También se crearon al menos cinco nuevos empleos para mujeres, se mejoraron las condiciones laborales de todo el personal, que recibió cursos de capacitación beneficiando, además, a 50 por ciento de los residentes de Isleta.
Martínez cree que la formación de grupos como el suyo en cada provincia de Cuba permitiría adiestrar el personal de otros vertederos para reproducir su exitosa experiencia. "Si no aparece financiamiento para un proyecto así, al menos podríamos formar grupos para la región oriental, occidental y central del país", comentó.
En la provincia de Guantánamo, distante 929 kilómetros de La Habana, hay alrededor de una veintena de grandes depósitos en los que se procura poner en práctica las técnicas del CEPRU.