AGRICULTURA-COSTA DE MARFIL: A costa del ambiente

Las dos décadas dedicadas al cultivo de algodón no le dejaron a Katienéfoha Yéo más que deudas y fueron suficientes para que abandonara el norte de Costa de Marfil por las tierras más fértiles de Sarala, en el occidente.

"En Tanikaha trabajé la tierra por más de 20 años sin ni siquiera ser dueño de lo más mínimo. Casi todas las temporadas de cosecha terminaban con pérdidas significativas, porque el suelo ya no era fértil", dijo a IPS.

Yéo terminó abandonando su aldea de Korhogo en 2000 para establecerse en el campamento de Fouyagôrô en la región de Sarala, donde la tierra sigue siendo productiva.

Desde entonces, aquel hombre endeudado con las compañías algodoneras por fertilizantes y pesticidas se construyó dos viviendas.

"Reconstruí la casa de mi padre, que quedó mejor, y construí una para mí y mi familia. Antes vivía en una choza en una tierra agotada", relató.

Las buenas cosechas que esas nuevas tierras produjeron con regularidad le permitieron comprar un vehículo para transportar productos entre Korhogo y Sarala.

Yéo es uno de los agricultores entre decenas de miles que emigraron a la región central y occidental del país en los últimos años, crearon nuevas aldeas y campamentos.

"Los jóvenes que abandonan la sabana del norte, se ven en cierta forma obligados a ello porque su tierra dejó de ser productiva y los campos de cultivo casi insignificantes", señaló a IPS Siriki Yéo, jefe de la aldea de Yèkaha.

Pero las mejores condiciones para la agricultura que encontraron los emigrantes se obtienen a expensas de las zonas arboladas donde se asientan los trabajadores y que deben permanecer deshabitadas para conservar los recursos naturales.

Otras zonas también arboladas son ocupadas a diario, según Benoît Cinan Soro, director de la organización no gubernamental Actividades Rurales de Korhogo, a favor de los derechos de subsistencia de los agricultores.

Soro también alertó que los bosques que están siendo ocupados padecerán la misma destrucción ambiental que las áreas dejadas atrás hace 20 años por los emigrantes, si no se comienza de inmediato con la reforestación.

La dura situación política se tornó un obstáculo para ello.

La rebelión de 2002 dejó a Costa de Marfil dividida en dos cuando los insurgentes controlaron la mitad norte del país. Los rebeldes alegaron que luchaban en defensa de la marginación padecida por los habitantes de esa región.

Tras varios intentos fallidos de alcanzar un acuerdo de paz, finalmente se firmó uno hace dos meses que prevé la creación de un nuevo gobierno, un mando militar conjunto con los rebeldes y elecciones para el año próximo.

Hasta ahora, la guerra prevaleció sobre cuestiones ambientales, en especial en la mitad bajo control rebelde.

El último intento de reforestar la porción norte del país se retrotrae a 2000 en Dolékaha, en la región de Karakoro, y estuvo a cargo del Ministerio de Ambiente, Agua y Bosques cuando el país aún estaba unificado.

La degradación del suelo en esa zona produjo la desertificación de ciertas áreas, en especial en Napiélédougou, Tiorniaradougou, Karakoro, Sinematiali y Korhogo, donde hasta empezó a escasear la leña y el carbón.

"En las comunidades se comenzaron a utilizar los tallos de mijo, algodón y sorgo o maíz para cocinar", señaló Roger Gaoussou Soro, un coordinador de Actividades Rurales de Korhogo a cargo de la protección ambiental.

Hubo otras iniciativas de reforestación en otras partes del país. El Ministerio de Ambiente y la Sociedad para el Desarrollo de Bosques lanzaron varios programas en el sur, bajo supervisión del gobierno.

Pero los resultados no fueron los esperados por la falta de participación de las comunidades.

Cuando se consultó al respecto a los habitantes, éstos señalaron que les interesaban más los árboles frutales que les daban un beneficio directo que los que restituyen la vida al ecosistema, al que "no le encuentran una importancia inmediata", dijo a IPS Mathias Dago, ex director regional de ese Ministerio.

"Por desgracia, lo que suele pasar en las aldeas donde se reforestó, es que tras la partida de los responsables del programa, los campesinos terminan destruyendo los árboles plantados al cultivar por no encontrarles utilidad", indicó Gaoussou Soro.

Mientras funcionarios del Ministerio y activistas tratan de salvar los bosques, agricultores como Jérome Kolotiolona Ouattara siguen considerando que no les queda otra alternativa que comenzar a cultivar en esas zonas.

Los productores de castaña de cajú y algodón justifican la actitud porque se puede plantar enseguida de haber cortado la maleza y el beneficio es inmediato, claramente mejor que en el norte donde da mucho trabajo producir un campo pequeño.

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