El temor a una tragedia similar a la causada en Asia por el maremoto en el océano Índico de 2004 mantiene encendida la luz roja en el Caribe, donde se prepara un Sistema de Alerta Temprana (SAT) de tsunamis.
Científicos que participan de este esfuerzo consideran absolutamente posible que ocurran maremotos en la región, y subrayan la importancia de acompañar el SAT con programas de prevención y de mitigación de riesgos.
"Además de invertir en sistemas de satélite, boyas y sondas, hay que preparar y educar a las personas. Prevenir es vital para reducir el peligro de desastre", dijo a IPS Enrique Arango, experto del Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas (CENAIS) de Cuba.
Las estadísticas en todo el mundo demuestran que los fenómenos naturales causan cada vez mayores pérdidas de vidas humanas y daños materiales debido al aumento de la densidad demográfica en las zonas costeras y a la vulnerabilidad social y económica de muchos territorios insulares.
En ese sentido, Arango alertó que "una visión tecnócrata puede llevar a concluir que el desastre se puede evitar solamente con la implementación de un SAT", que abarca una red de sensores sísmicos y mareográficos en tierra y mar, conectados por radio a un satélite que trasmite de forma continua a un centro.
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Ese centro alerta automáticamente si un sismo puede generar grandes olas y si una anomalía en el oleaje se puede corresponder a la formación de un tsunami.
Más de 220.000 personas murieron en Asia y parte de África en diciembre de 2004 por el tsunami, palabra japonesa para referirse a las grandes olas que invaden las costas a causa de terremotos o erupciones volcánicas submarinas.
El maremoto esa vez fue provocado por un sismo de magnitud nueve en la escala de Richter, con epicentro cerca de la isla indonesia de Sumatra.
"El problema no es sólo pronosticar un tsunami. Se debe trabajar de manera paralela en la evaluación y manejo del riesgo, lo que significa diagnosticar y eliminar las vulnerabilidades existentes, y no permitir crear otras nuevas en las áreas con peligro", indicó.
Un sistema de alerta regional debería incluir necesariamente a los servicios sismológicos, oceanográficos y de defensa civil interconectados en tiempo real, promover la educación y preparación de la población y tener en cuenta que, debido a la velocidad del maremoto, los puntos cercanos al epicentro reciben el alerta demasiado tarde.
Después del tsunami en el océano Índico en 2004, muchas islas y países del Caribe comenzaron a preparar programas locales de prevención y estudios de riesgos.
Pero la implementación de un SAT regional requerirá de mayores recursos y dependerá, sobre todo, de la voluntad y posibilidad real de participación de muchos países e instituciones, generalmente con intereses diferentes.
"Esto hace hasta cierto punto difícil crear un SAT regional en poco tiempo y que satisfaga a todos los países por igual", señaló Arango, quien considera importante integrar la red aunque los mayores peligros para su país sean en realidad los huracanes o los terremotos.
El experto subrayó que el CENAIS dispone de una red de estaciones sismológicas equipadas con tecnología adecuada para detectar sismos en el Caribe y la costa pacífica de América Central, y que ofrece para la conformación de un SAT.
Desde el siglo XV se han registrado en el Caribe entre 30 y 40 tsunamis, ya sea causados por sismos submarinos, por deslizamientos provocados por estos o por erupciones volcánicas en las Antillas Menores.
A juicio de Arango, los datos reflejan que el riesgo de nuevos maremotos es real. Una de las amenazas proviene del Kick-'em-Jenny, un volcán submarino a 8 o 10 kilómetros de la pequeña isla de Granada, que desde su descubrimiento en 1936 ha hecho erupción unas 10 veces.
"Las islas situadas en el arco de las Antillas Menores son la que presentan mayor peligro, debido a que el proceso tectónico presente es de subducción, cuando una placa tectónica se introduce por debajo del borde de la otra, y es cuando ocurren los sismos más fuertes, que con frecuencia generan tsunamis", agregó Arango.
El experto afirmó que este tipo de proceso es similar al que ocurre en el Índico y en el llamado "Cinturón de Fuego" del Pacifico, conjunto de fronteras de placas tectónicas que recorren todo ese océano desde las costas de Asia hasta las de América, y que se caracterizan por presentar una gran actividad sísmica.
La subducción provoca la formación y desarrollo de volcanes activos que pueden hacer erupción y causar tsunamis, como ocurrió en la isla de Martinica en 1902, cuando entró en erupción el Monte Pelée, señaló.
En el caso de los países centroamericanos, el peligro de tsunami es mucho mayor en las costas del océano Pacifico que en las costas del Caribe. Uno de los más graves fue el que afectó a Nicaragua en 1992 y provocó la muerte de 170 personas.
El sudeste cubano es propenso a movimientos sísmicos debido a su proximidad a la zona de contacto entre la Placa Norteamericana, a la que pertenece esta isla caribeña, y la microplaca de Gonave, situada entre Cuba, Jamaica y Haití, a través de la falla Oriente, con un movimiento horizontal entre ambas de unos 20 milímetros al año.
Sin embargo, debido al mecanismo del movimiento de la falla (de deslizamiento), es muy baja la posibilidad de que un sismo de gran magnitud en esa zona pueda generar un tsunami catastrófico para Cuba o para otro país cercano.
Las mayores probabilidades de estas alteraciones marinas en torno a Cuba, debido a terremotos, están relacionadas con la zona de subducción situada al norte de La Española y Puerto Rico.
A mediados de marzo, Venezuela fue sede de la segunda reunión del Grupo de Coordinación Intergubernamental para el Sistema de Alerta de Tsunamis y otras Amenazas Costeras para el Caribe y Regiones Adyacentes (ICG-C).
En esa cita, que siguió a otra realizada en Barbados en enero de 2006, se propuso crear un centro de información en ese país y analizar la posibilidad de establecer en Venezuela o en Puerto Rico la sede del Sistema de Alerta.
La inmensa mayoría de los países costeros de América Latina y el Caribe carecen de sistemas avanzados para medir sismos en el lecho marino, de lo que depende casi por completo el Sistema de Alarma de Tsunami del Pacífico, con sede en Hawai.