Seis meses después del último conflicto entre Israel y el movimiento chiita libanés Hezbolá (Partido de Dios), Irán se convirtió en el «enemigo público número uno» de Estados Unidos, que ahora dirigió todas sus baterías contra Teherán.
La estrategia, que consiste en forjar una alianza informal tripartita entre Estados Unidos, los países árabes sunitas e Israel, ya está siendo aplicada en Líbano y en los territorios palestinos.
Junto con Iraq, estos dos lugares se convirtieron en los principales campos de batalla en lo que hasta ahora ha sido confinada a una guerra fría para desafiar la influencia iraní, señaló el analista Gary Sick, de la Universidad de Columbia y ex asesor del gobierno de Jimmy Carter (1977-1981).
"El principio de organización de la nueva estrategia es la confrontación, conteniendo la influencia chiita, y especialmente la iraní, cada vez que ésta aparezca en la región", señaló.
En un memorando que circuló recientemente, Sick arguyó que la nueva estrategia de Washington fue adoptada tras el drástico cambio en el equilibrio de poder regional, a favor de Teherán, luego del desalojo del movimiento islamista Talibán en Afganistán y el derrocamiento y ejecución de Saddan Hussein en Iraq.
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Este cambio, en detrimento de los tradicionales aliados sunitas de Washington, en especial Arabia Saudita, Egipto y Jordania, ha exacerbado tanto las políticas "prodemocráticas" de Bush en Medio Oriente, que tienen el paradójico pero predecible resultado de fortalecer a las fuerzas islamistas y antioccidentales, como la percepción de que las fuerzas estadounidenses se han quedado estancadas en el atolladero de Iraq.
La nueva estrategia parece haber sido impulsada por la guerra del último verano boreal en Líbano, que, según Sick, "fue percibida por Israel, Estados Unidos y los gobiernos de Araba Saudita, Egipto y Jordania como un intento iraní de extender su poder en la zona del Levante (costa mediterránea desde Gaza hasta Turquía) desafiando tanto a Israel como al liderazgo sunita".
En los meses siguientes, hubo una repartición de tareas entre los tres principales componentes de esta alianza antiiraní.
El gobierno de Bush se dedicó a aumentar su poder naval en el Golfo y estimuló a sus países aliados a adoptar una postura más confrontativa con Irán.
También incrementó el apoyo militar al gobierno del primer ministro libanés Fouad Siniora, sunita y respaldado por Riyadh, y renovó su compromiso en promover el diálogo de paz entre Israel y el presidente palestino Mahmoud Abbas, "reconociendo que aun un progreso visible limitado le dará una mayor protección diplomática a los países árabes si cooperan más con Israel", según Sick.
Además, Washington ha procurado incrementar la presión contra Irán tanto a través del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, por su plan de desarrollo nuclear, y en Iraq, acusando a Teherán de respaldar a sectores de la insurgencia.
Bush ha asegurado que mantendrá sus fuerzas en Iraq para impedir una guerra civil a gran escala que pueda tener efectos catastróficos para la población sunita, y prometió presionar al primer ministro iraquí Nouri al-Maliki para que controle a las milicias chiitas.
Washington podría incluso también estar tratando de organizar movimientos disidentes en Irán, principalmente entre grupos étnicos de la periferia, para así distraer la atención del gobierno iraní y potencialmente desestabilizar a Teherán, dijo Sick.
Por su parte, los estados árabes sunitas, entre los que se encuentran todos los miembros el Consejo de Cooperación del Golfo, acordaron darle un mayor apoyo al gobierno de Siniora en Líbano, con el objetivo de alejar a Siria de su alianza con Irán, así como proveer instalaciones para las fuerzas estadounidenses.
También aceptaron esforzarse para reducir el precio del petróleo, tanto para aliviar la presión política como Bush como para "hacer la vida más difícil para Irán".