Tras la ejecución del ex dictador iraquí Saddam Hussein casi cuatro años después de que Estados Unidos liderara la invasión y ocupación de su país, Medio Oriente sigue frente al abismo.
La muerte de Saddam Hussein ya está provocando más problemas que soluciones. A pesar de la conformación de un gobierno permanente, Iraq se ha visto reducido al caos y la violencia sectaria.
La ejecución no traerá estabilidad al país, ni credibilidad a su gobierno.
La situación de seguridad se agravó en febrero de 2006, con un anónimo bombardeo contra un sitio de oración de los chiitas en la ciudad de Samarra, el cual desencadenó una ola de violencia y continuadas protestas.
La formación de un gobierno permanente en mayo, luego de meses de riñas entre sunitas, chiitas y kurdos, poco ayudó para detener el desangre.
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Las tristes consecuencias continuaron a lo largo del año, con cientos de miles de sunitas y chiitas abandonando sus hogares. Mientras los ataques contra la coalición liderada por Estados Unidos menguaban, los asesinatos de integrantes de una y otra rama del islamismo se incrementaban en cantidad e intensidad.
De acuerdo con las cifras de las agencias humanitarias, 1,6 millones de iraquíes se han visto obligados a desplazarse, la mayoría a causa de la violencia, desde la invasión liderada por Estados Unidos en 2003. A fines de 2006, la muerte diaria de civiles en áreas sunitas y chiitas alcanzó grados sin precedentes, al punto de que muchos observadores la consideran una guerra civil.
Aunque la Liga Árabe, con sede en El Cairo, continúa organizando conferencias de "eeconciliación de Iraq", con la esperanza de parar el desangre, las perspectivas de alcanzar la paz a corto plazo están cada vez más distantes. A fines de diciembre, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, consideró enviar otros 20.0000 efectivos que se unirían a los 141.000 actualmente estacionados en Iraq.
De modo que la muerte de Saddam Hussein (1979-2003) luego de un proceso de dudosa legalidad e independencia, puede encender más la ya tensa situación en Medio Oriente.
Además, la realidad de los territorios palestinos ocupados por Israel nunca ha sido peor. Mientras, Líbano pende al borde de otra guerra civil, con una fortalecida oposición chiita desafiando el liderazgo de Beirut.
Entre tanto, los aliados clave de Estados Unidos en la región, como Egipto, Arabia Saudita y Jordania, han mantenido su cercanía con Washington a pesar de las dudas sobre las políticas estadounidenses.
En cuanto a Siria e Irán, los dos países considerados "estados díscolos" por Washington, han soportado una gran presión internacional encabezada por Estados Unidos, que continúa jugando la carta del peligro regional chiita.
A pesar de optimismo que siguió a la cumbre palestino-israelí en 2005, el continuado conflicto del Medio Oriente mostró pocas señas de cesar en 2006, año que empezó con la victoria del radical Hamas en las elecciones parlamentarias de Palestina.
Desde su formación en marzo, el gobierno liderado por Hamas ha sido sujeto a contundentes sanciones internacionales por su negativa a reconocer a Israel mientras que no haya concesiones recíprocas. El embargo de Estados Unidos y la Unión Europea ha desvastado la economía de Palestina y entorpecido seriamente la capacidad del gobierno para pagar los salarios de los servidores públicos.
El gobierno encabezado por el primer ministro Ismail Henaya empezó conversaciones con su rival, el partido Fatah, al finalizar 2006, con la esperanza de forjar un gobierno de unidad más digerible para lograr el levantamiento de las sanciones. Pero a mediados de mes las dos partes rompieron el diálogo culpándose recíprocamente del fracaso.
El llamado del presidente Mahmoud Abbas, de Fatah, el 18 de diciembre, para convocar elecciones parlamentarias, disgustó a Hamas, que fue el claro ganador de la competencia de enero. La disputa pronto desembocó en violencia, con asesinatos de ambos lados a fines de mes, dando pie a especulaciones sobre el inicio de una guerra civil.
La situación no es menos grave en el frente palestino-israelí. Luego de cinco meses de incursiones militares en la franja de Gaza, donde cientos de palestinos fueron muertos, una débil tregua fue declarada a fines de noviembre. Sin embargo, las hostilidades continúan casi a diario, se mantiene la política israelí de "asesinatos selectivos" contra militantes buscados, mientras grupos armados palestinos disparan misiles caseros contra blancos en Israel.
Las capitales de Medio Oriente no están menos inquietas por la situación de Líbano, donde la escalada bélica de este año rompió el equilibrio de poder.
Poco más de un año después de que los militares sirios se retiraran del país, una guerra abierta entre Israel y la milicia chiita libanesa y prosiria de Hizbolá (Partido de Dios) se desató luego de la captura de dos soldados israelíes a mitad de julio. A medida que el conflicto creció, con descargas diarias de artillería de misiles de ambos lados, la comunidad internacional, con la notable excepción de Estados Unidos y Gran Bretaña, solicitaron el inmediato cese de hostilidades.
Para cuando el cese al fuego respaldado por las Naciones Unidas se logró en agosto, más de 1.400 personas habían muerto, la mayoría civiles libaneses. La mayor parte del sur de Líbano estaba en ruinas como resultado de los feroces bombardeos israelíes.
La guerra despertó la inquietud interna en Líbano, con una oposición creciente y abierta conducida por Hizbolá contra el gobierno, asesinatos de figuras políticas y la ominosa presencia siria en la vida política
Esfuerzos de mediación liderados por el secretario de la Liga Árabe, Amr Moussa, quien ha llamado a la oposición y al gobierno a negociar un acuerdo de poder compartido, parecen remotas al llegar el nuevo año.