La empobrecida población del nordeste brasileño, una de las regiones más vulnerables al calentamiento global, ya se prepara para aprender a convivir con la sequía, a través de diversos proyectos como la construcción de un millón de cisternas de agua de lluvia.
La extensa región podría experimentar un incremento de 4,5 grados en su temperatura promedio hasta fines del siglo, en el peor escenario, de acuerdo con el Centro de Previsión del Tiempo y Estudios Climáticos (CPTEC).
Los científicos advierten que el calentamiento global acelerará la desertificación en la zona, aumentando la pobreza y la emigración. Según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, 48,8 por ciento de la población del nordeste es pobre, lo que representa casi el triple de la del sudeste (17 por ciento en promedio) y de la del sur (18,3).
La región conocida como el Semiárido, en el interior, «es la más vulnerable al cambio climático, con una parte tendiendo a convertirse en árida», dijo José Antonio Marengo, investigador del CPTEC.
El Semiárido se extiende por 1.085.000 kilómetros cuadrados del nordeste y la parte norte del sudoriental estado de Minas Gerais. Eso corresponde a 13 por ciento del territorio nacional, donde viven 29 millones de personas.
El también llamado «Polígono de las Sequías» concentra la atención del Programa Nacional de Acción de Combate a la Desertificación y Mitigación de los Efectos de la Sequía (PAN), que recién se pone en marcha, cumpliendo con la Convención de Naciones Unidas sobre el tema (1996).
El PAN será «un instrumento para evitar la catástrofe», aseguró su coordinador en el Ministerio de Medio Ambiente, José Roberto de Lima.
El programa cambia la forma tradicional de actuar en el Semiárido, al integrar esfuerzos de varios órganos gubernamentales, con participación activa de la sociedad y «generando sinergias» entre acciones de los ministerios de Ambiente, Integración y Agricultura y de organizaciones no gubernamentales, destacó el funcionario.
Una orientación que se afirmó en los últimos años es buscar convivir con las sequías, en lugar de hacer obras como represas, que se revelaron ineficientes para suministrar agua a la población.
La construcción de un millón de cisternas de lluvia es uno de los proyectos en marcha, impulsado por la Articulación del Semiárido (ASA), una red de 750 organizaciones no gubernamentales, sindicatos e instituciones comunitarias y religiosas.
«Nos acercamos a las 200.000 cisternas construidas junto con la población», dijo Paulo Pedro de Carvalho, agrónomo y coordinador de programas del no gubernamental Centro Caatinga, en el nororiental estado de Pernambuco. Caatinga es el nombre de la vegetación local, de arbustos sinuosos y resistentes a la sequía.
Con este proyecto, destinado a asegurar a la población rural agua para beber y cocinar, Carvalho espera que se alcance la meta de un millón de cisternas en los próximos cinco años.
Además, ASA trata de diseminar, con métodos participativos y educacionales, otras tecnologías para asegurar la pequeña producción agrícola, como pequeñas presas subterráneas y otras formas de almacenar agua evitando la evaporación.
«La evaporación es un gran factor de escasez de agua en la zona. Las grandes represas pierden gran parte del agua», observó Carvalho.
Hace décadas, sucesivos planes de desarrollo, agrícolas, industriales, asistenciales, forestales e hídricos intentaron reducir la pobreza del Semiárido nororiental. El nuevo enfoque, de convivir con el clima y preservar el ecosistema, tiene ahora que responder también a la urgencia impuesta por la amenaza del calentamiento planetario.
Las previsiones meteorológicas presentan, sin embargo, alto grado de incertidumbre.
Algunos expertos, como Mario de Miranda Leitao, doctor en meteorología e investigador de los efectos del clima en la agricultura, señalan aspectos «benéficos» del calentamiento global, ya que el calor podría incrementar la evaporación oceánica y revertir la desertización.
«El aumento de la evaporación acentuaría la formación de nubes y las consecuentes lluvias en muchas partes del mundo, entre ellas el Semiárido brasileño, cercano al océano Atlántico», apuntó Miranda como hipótesis al ser entrevistado, sin descartar «consecuencias graves» del efecto invernadero en todo el planeta.
Pero para Marengo, del CPTEC, de ocurrir ese fenómeno «serían lluvias intensas y pasajeras, insuficientes para llenar los depósitos y que se evaporarían rápidamente con el calor intenso y el aire más seco».
El debate científico continúa, pero por lo pronto hay consenso en torno a la urgencia de «crear una estructura de convivencia con la sequía».
«Se requiere especialmente almacenar agua de forma adecuada al clima semiárido, incluso para evitar problemas sociales que afectan todo el país, ya que la migración desde el Semiárido hincha las grandes ciudades brasileñas, agravando sus desequilibrios y conflictos», destacó Miranda.
* Este artículo es parte de una serie sobre desarrollo sustentable producida en conjunto por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales). Publicado originalmente el 9 de diciembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.