«Cuando iba a casa, a menudo notaba que todas las toallas, jabones y esponjas que estaban en el baño habían desaparecido», dijo Isaiah Ojeabulu, presidente de la Asociación de Derechos Humanos de Personas Afectadas por la Lepra de Nigeria, y quien también padeció esta enfermedad.
Ojeabulu recuerda muchas otras historias similares. Comenzó a ser discriminado apenas contrajo la lepra, un año antes de terminar la escuela secundaria, desarrollando una úlcera de pierna.
"Todos mis amigos me abandonaron. Me sentía solo, porque los otros estudiantes se iban a otra parte del salón de clases. La vergüenza a veces me obligaba a irme de allí", relató a IPS.
Los que se curan de la lepra descubren que ni aun así descansan de los prejuicios. Las cicatrices dejadas por la enfermedad hacen creer a muchos que los que padecieron la enfermedad aún pueden contagiarla.
"La gente siempre nos ve como un peligro sanitario", dijo Ojeabulu, quien tiene los dedos de la mano seriamente dañados y aún sufre dolores en sus pies.
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La discriminación hizo que muchos de los ex leprosos nigerianos huyeran de la sociedad para vivir en pequeños grupos en bosques solitarios, principalmente en el sur del país.
"Siempre siento que las cosas fueron cambiadas por mi causa", dijo Ojeabulu a IPS, en referencia a las toallas, el jabón y las esponjas que se desvanecen cuando él aparece. "Eso es parte de por qué tuve que establecerme en el bosque luego que abandoné el leprosario", añadió.
El bosque de Abo, donde él vive, se ha convertido en el hogar de unos 70 ex leprosos.
Según las últimas cifras oficiales, de 2004, hay unos 5.300 pacientes de esta enfermedad registrados en Nigeria, muchos menos que los 250.000 que había en 1989.
La lepra es causada por una bacteria que se propaga a través de la tos y los estornudos, pero que no es considerada altamente infecciosa. La enfermedad es tratada con una combinación de fármacos, y el número de personas que la padecen en el mundo cayó de 5,2 millones en 1985 a 286.000 a fines de 2004, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
No obstante, "el antiguo estigma asociado con la enfermedad sigue siendo un obstáculo para recibir tratamiento temprano. A lo largo de la historia, los afectados fueron aislados por sus comunidades y familias", señala la OMS en su sitio web.
La lepra afecta la piel, los nervios, las extremidades, y los ojos, lo que genera dolores, bultos que desfiguran e incluso ceguera. El daño a los nervios puede conducir a reiteradas heridas en pies y manos, y la eventual pérdida del uso de estos miembros.
La enfermedad también puede hacer que los dedos de manos y pies se acorten, como respuesta a la pérdida de tejidos, mientras que los huesos pueden quedar permanentemente dañados.
"El principal problema que tenemos es que la sociedad se ha negado a aceptarlos (a los ex pacientes) de nuevo luego de curarse en el leprosario. Hay mucha discriminación contra ellos", dijo a IPS Godwin Ovbiagele, comisionado para la salud en el occidental estado nigeriano de Edo.
Los pacientes pueden desarrollar discapacidades, observó. "Estas, sumadas a sus complicaciones visuales y a las úlceras en sus cuerpos, los vuelven antiestéticos y atemorizantes frente a los demás", añadió.
Pero aunque el bosque puede protegerlos de las reacciones públicas adversas, ofrece poco en materia de oportunidades laborales, y la mayoría de los ex leprosos viven en una pobreza desesperante.
Quienes residen en el bosque de Abo a menudo van a la autopista cercana, entre el centro financiero de Lagos y el vecino Benín, para pedir dinero a los automovilistas. Pero esto tiene sus propios riesgos: varios han muerto atropellados.
Para las mujeres, sin embargo, esa puede ser la única manera de ganarse la vida. "Las mujeres dependen únicamente de mendigar en la autopista, mientras que los hombres complementan sus ingresos cazando animales en el bosque", explicó Ojeabulu.
Varios ex pacientes se casaron con otras personas en su misma situación, a las que conocieron mientras se recuperaban en el leprosario. Así, es común que se produzcan nacimientos en los bosques. Solamente Abo alberga a 25 niños y niñas —a veces llamados "bebés del bosque"—, cinco de ellos nacidos el año pasado.
Sin una escuela cerca, ciertos padres envían a los pequeños con familiares que viven en otros lugares. Pero a veces, los niños son maltratados por sus parientes, obligando a los padres a llevarlos nuevamente a los bosques.
"No estamos felices de ver a nuestros hijos en este bosque sin educación. Nos gustaría que nuestros hijos fueran educados", dijo Peter Enebulele, otro residente de Abo.
Según Ovbiagele, "sus hijos son su esperanza. Si estos niños son bien criados y reciben una buena educación, estarán en posición de rehabilitar a sus padres en el futuro".
Las condiciones de vida en los bosques también son duras. "Estoy expuesto a la lluvia y al sol. No quiero permanecer más en el bosque, quiero ir a la escuela", dijo Ejiro Samson, de 10 años.
Como otros en Abo, Samson y su madre viven en chozas fabricadas con bolsas de cemento, ramas, hojas y bolsas de plástico. Las estructuras son pequeñas y oscuras, dado que carecen de electricidad.
Los ex pacientes y sus familias pasan las noches sobre harapos desparramados en pisos de barro. "Bebemos agua sucia de un río cercano. No hay nada que podamos hacer ", declaró Ojeabulu.
La malaria plantea una constante amenaza, igual que las serpientes. "Yo estaba enferma y casi moría, cuando una serpiente se metió a la choza. Yo no podía correr porque estaba demasiado enferma", recuerda Roseline Osigbe.
Ovbiagele prometió mejores condiciones de vida para las víctimas de la lepra en el estado de Edo, asegurando que se les dará alimentos gratuitos y un estipendio mensual de alrededor de 40 dólares a quienes quieran abandonar los bosques para trasladarse a un leprosario administrado por el gobierno que actualmente alberga a 460 personas.
La instalación será expandida si quienes regresan de los bosques superan su actual capacidad, de 5.000 personas, agregó.
En el plano nacional, el gobierno implementó un programa contra la lepra por el cual dispensa medicamentos gratuitos a todos los infectados.
Pero los ex leprosos no creen que el gobierno mantenga los pagos mensuales a largo plazo. Y "una vez que el pago se interrumpa, la gente volverá a los bosques", aseguró Ojeabulu.
Sin embargo, Blessing Egbo es una prueba de que algunos nigerianos son capaces de ver más allá de las apariencias.
Su esposo Lucky contrajo lepra luego de casarse. Pero Blessing eligió unirse a él en el bosque aunque ella no había tenido la enfermedad, sorprendiendo a sus amigos y familiares. Ahora la pareja tiene dos hijos —incluyendo a Keseli, que con sus cinco meses de vida es el residente más joven del bosque de Abo—, ninguno de los cuales tiene lepra.
"Mi familia no está feliz de que me esté quedando con mi esposo en el bosque. Pero no quiero abandonarlo, por eso vine con él", expresó Egbo a IPS.
"La gente se ríe de nosotros, dice que mi marido es un leproso, pero a mí no me molesta", agregó.