Los terremotos políticos que sacudieron la capital de Estados Unidos esta semana abren oportunidades para resolver los problemas pendientes entre este país e Irán. La clave para buscar una solución es Iraq.
El opositor Partido Demócrata obtuvo en las elecciones legislativas del martes la mayoría en las dos cámaras del Congreso. Como consecuencia de la derrota del gobernante Partido Republicano, renunció el secretario (ministro) de Defensa Donald Rumsfeld.
Ante la inminente publicación del informe del Grupo de Estudio sobre Iraq, un panel de expertos de los dos partidos creado por el Congreso, queda claro que Estados Unidos no podrá avanzar en ese país a menos que eleve el nivel de su relación con Irán.
Eso también sería necesario para resolver la crisis por el desarrollo nuclear iraní que enfrenta a Teherán con Washington y buena parte de Occidente.
La victoria electoral demócrata y el reemplazo de Rumsfeld por el ex director de la Agencia Central de Inteligencia Robert Gates el miércoles modificaron el equilibrio en el gobierno entre el ala pragmática y la neoconservadora en materia de política exterior.
Rumsfeld fue desde el Pentágono un estrecho aliado del vicepresidente Dick Cheney en su negativa a toda apertura diplomática hacia Irán.
Según el ex secretario general del Departamento de Estado durante la gestión de Colin Powell (2001-2005), Lawrence Wilkerson, Cheney y Rumsfeld se aseguraron de que Washington descartara una oferta de acercamiento formulada por Irán en mayo de 2003.
La iniciativa incluía abrir el programa nuclear iraní a la inspección de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), detener a las milicias del partido proiraní libanés Hezbolá y cooperar contra la red terrorista Al Qaeda y en la seguridad de Iraq.
Rumsfeld también fue el principal promotor de la utilización de Mujahedin-e Khalq, una organización terrorista iraní opositora a los clérigos gobernantes, para debilitar a Teherán.
Pero Robert Gates pertenece a una escuela diferente dentro del gobernante Partido Republicano en cuanto a su concepción de la política exterior.
El retroceso republicano en el Congreso y el ingreso de Gates al gabinete de George W. Bush crearon una oportunidad para cambiar el rumbo de los acontecimientos en Iraq e Irán.
Durante años, el gobierno de George W. Bush mantuvo una política maximalista basada sobre el rechazo de todo vínculo entre el programa nuclear iraní y las muchas otras áreas en que chocan Estados Unidos e Irán.
Con esa postura, la Casa Blanca se propuso obtener las máximas concesiones de Irán en todas las áreas sin corresponderle ni dar nunca nada a cambio.
Esa actitud quedó patente en Afganistán, donde un enviado de Bush inició conversaciones con Irán para coordinar esfuerzos para eliminar al régimen de Talibán.
Los motivos del presidente fueron simplemente tácticos: aceptar la ayuda iraní en Afganistán sin ofrecer cooperación alguna para producir un cambio de actitud hacia el régimen islámico.
Por su parte, los iraníes esperaban que el resultado de su asistencia tuviera implicancias estratégicas para sentar las bases de una relación renovada entre Teherán y Washington.
Una vez que la ayuda de Irán en Afganistán no fue más necesaria, el enfoque de Estados Unidos hacia Irán se enfrió notoriamente, en gran parte gracias a la influencia de Rumsfeld.
Apenas unas pocas semanas después de la Conferencia de Bonn de diciembre de 2001, donde la asistencia de Irán fue decisiva para lograr un acuerdo entre los muchos señores de la guerra de Afganistán, Bush incluyó a Irán entre los países integrantes de lo que él llama "eje del mal".
La actitud conciliadora de Teherán no importó para nada.
"Irán cometió un error al no vincular su asistencia en Afganistán con la ayuda estadounidense en otras áreas y simplemente esperar que Estados Unidos le correspondiera", dijo a IPS el embajador iraní en la Organización de las Naciones Unidas, Javad Zarif, quien, representando a su país, condujo las negociaciones con Washington relativas a su vecino.
La insistencia del gobierno de Bush en rechazar todas las formas de conexión empeoró una situación ya mala.
Por un lado, la lección de Afganistán para Teherán fue la de realizar un duro acuerdo con Estados Unidos donde ninguna ayuda se ofreció en forma gratuita. El resultado fue que Washington quedó solo para lidiar con la decadente situación en Iraq.
Por otro lado, los esfuerzos de Washington para frenar el programa nuclear iraní lo llevaron a un callejón sin salida. Sumió las relaciones bilaterales en un juego en el que nadie gana, sin importar las intenciones reales de Teherán.
El gobierno de Bush no admitió matices en el intento de evitar que el sector nuclear de Irán avanzara.
Pero Teherán es, por ahora, el ganador de este juego en que el ganador se lleva todo. Washington ni siquiera pudo lograr que el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas aprobara una resolución para imponer restricciones de viajes a funcionarios iraníes involucrados en el programa nuclear.
Todo indica que la única salida de este punto muerto es hacer lo que Bush, y Rumsfeld, se negaron a hacer: relacionar la cooperación iraní en Iraq con la voluntad de Estados Unidos de encontrar un acuerdo en materia nuclear, donde el enriquecimiento de uranio sería considerado una variable binaria y no continua.
La Casa Blanca rechazó esas conexiones en su búsqueda de victorias totales. Ahora es necesario crear vínculos para evitar una derrota completa, tanto en Iraq como en Irán.
El Grupo de Estudio sobre Iraq presidido por el republicano ex secretario de Estado James Baker ya allanó el camino para tratar con Irán.
A principios de octubre, Baker se reunió con el embajador Javad Zarif en su residencia neoyorquina. La entrevista de tres horas fue calificada de muy provechosa por ambas partes.
Baker señaló que Irán consideraría ayudar a Estados Unidos en Iraq si "primero Washington cambia su actitud hacia" Teherán, un eufemismo para la falta de disposición del gobierno de Bush para tratar con ese país desde un punto de vista estratégico.
Los recientes terremotos políticos elevaron la esperanza de algún cambio en esos países de Medio Oriente, a pesar de que es el presidente Bush quien sigue teniendo la última palabra.
Ni un Congreso demócrata ni un pragmático en la cabeza del Pentágono tienen posibilidades de cambiar la situación en esa región, a menos que el presidente reconozca la realidad del terreno: sin Irán, Estados Unidos no puede ganar en Iraq, y sin vincular las negociaciones con la cuestión nuclear, el régimen islámico estará fuera de servicio.
* Trita Parsi, experto en política exterior iraní de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, es autor de "Treacherous Triangle — The Secret Dealings of Iran, Israel and the United States" ("Triángulo de traición: Las relaciones secretas de Irán, Israel y Estados Unidos"), a publicarse en 2007 por Yale University Press. (FIN/IPS/traen-vf-mj/tp/ks/na mm ip ik sp nr/06)