Cinco años después de que el presidente estadounidense George W. Bush lanzó su «guerra global contra el terrorismo», el mundo está más inseguro, dividido, conflictivo, paranoico y, paradójicamente, más vulnerable al fenómeno.
Medio Oriente, la región más volátil del globo, ahora bulle de indignación y sufre más violencia y conflictos que antes de los atentados que acabaron con 3.000 vidas en Nueva York y en Washington el 11 de septiembre de 2001.
Asia meridional, cuna del movimiento fundamentalista islámico Talibán donde encontró cobijo la red terrorista Al-Qaeda, sigue siendo un caldero de descontento. India y Pakistán, vecinos y rivales, poseen armas nucleares y están comprometidos en una guerra fría que ya lleva medio siglo.
La guerra de Bush no logró dominar a Al-Qaeda, ni mucho menos destruirla. Sus dos máximos líderes —Osama bin Laden y Ayman al-Zawahiri— están sueltos, y el "alqaedismo" como ideología se propagó y adquirió fuerza en cada en más países.
La guerra contra el terrorismo, librada por una coalición internacional encabezada por Estados Unidos y Gran Bretaña, hirió e irritó a millones de musulmanes en todo el mundo. Creó, incluso, fisuras dentro del bloque occidental.
Para peor, la mayor manifestación de la guerra contra el terror —la invasión y ocupación de Iraq iniciada el 20 de marzo de 2003— es percibida por la mayoría de los estadounidenses como un error.
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Una encuesta de la consultora Gallup difundida en agosto reveló que, para apenas 36 por ciento de los entrevistados, Estados Unidos está ganando la guerra contra el terrorismo. En enero de 2002, según la misma firma, 66 por ciento de los encuestados pensaban eso.
"La mayor desventaja política para Estados Unidos es que ahora la guerra contra el terror es vista ampliamente como una hoja de parra para tapar su proyecto imperial", dijo el cientista político indio Achin Vanaik, experto en terrorismo.
"Los neoconservadores estadounidenses pensaron que podían usar la guerra para establecer una hegemonía global total y duradera, una especie de moderno imperio romano que impediría el surgimiento de cualquier rival durante décadas. Y hoy buscan una estrategia de salida", agregó.
Hace cinco años, Bush se atribuyó el derecho de actuar unilateralmente contra lo que fuera que él definiese como "terrorismo", a través de ataques preventivos y otros mecanismos.
También estipuló el famoso "o están con nosotros o están en contra nuestra", borrando la distinción entre perpetradores del terrorismo y el país donde podrían estar radicados.
Hoy, la doctrina de Bush está hecha jirones. Se la identifica como la gran causa de la inseguridad y la inestabilidad en el mundo. Los tres estados identificados por él como integrantes del "eje del mal" (Irán, Iraq y Corea del Norte) emergieron más poderosos o albergan ahora en mayores amenazas.
Iraq es un caos sangriento. Cada vez se parece más al Vietnam de fines de los años 60. Las muertes de unos 100.000 civiles iraquíes, cifra estimada por el periódico The Lancet, dejan un fuerte resentimiento contra la ocupación.
Así lo hicieron los excesos y las violaciones a los derechos humanos en la ofensiva militar estadounidense de octubre y noviembre de 2004 sobre la central ciudad iraquí de Faluya y también en la cárcel de Abu Ghraib.
Iraq puede incluso estar "desintegrándose", como dice la información militar procedente de Estados Unidos. El país, por cierto, se ha vuelto inmanejable.
En los últimos cinco años, Irán y Corea del Norte avanzaron en la carrera nuclear. Y Estados Unidos aún no puede obligarlos a cumplir con sus demandas.
"Estados Unidos se arrogó a sí mismo objetivos más que ambiciosos", opinó Vanaik. "No describió los ataques del 11 de septiembre de 2001 como un grave crimen contra la humanidad que debe ser castigado, sino como el primer aldabonazo de una 'guerra' que debe ser contrarrestada por la guerra global contra el terrorismo."
"El uso de estas palabras fue deliberado, no accidental. En una guerra, uno puede actuar militarmente en cualquier momento. Uno no necesita esperar a que lo ataquen. Y el campo de batalla ahora sería todo el globo."
Para librar la guerra contra el terrorismo, Estados Unidos debió pasar por encima de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y sabotearla, violando el derecho internacional.
Hizo eso en 2003, cuando descubrió que no lograría el aval del Consejo de Seguridad para lanzar la guerra de Iraq. Eso, a su vez, alentó a aliados clave de Estados Unidos, especialmente Israel.
El estado judío intensificó su opresión al pueblo palestino imponiendo más cierres y bloqueos e inmovilizando a los miembros de la Autoridad Nacional Palestina. Emuló el unilateralismo de Estados Unidos declarando que debe actuar solo porque no hay "ningún socio para el diálogo". Mató el proceso de paz.
Israel se retiró de Gaza, pero sólo para expandir sus asentamientos Cisjordania, a cuyo alrededor aceleró la construcción de su ilegal "muro del apartheid". En julio, Israel invadió Líbano, tras la muerte de ocho soldados y el secuestro de dos por parte del movimiento islámico chiita Hezbolá, que opera en ese país.
Las acciones de Israel y el apoyo que le dio Estados Unidos generaron una indignación y una hostilidad sin precedentes en Medio Oriente y entre los musulmanes del mundo.
También fueron causa de indignación los apremiso a presos en cárceles estadounidenses como la de la base naval del enclave de Guantánamo, Cuba, y en Abu Ghraib, Iraq, salpicado por las infaustas referencias de Bush a las "cruzadas" y a la "justicia infinita". Todo esto le aseguró una enorme victoria de propaganda a Al-Qaeda.
Hace cinco años, pocos musulmanes creían en el alegato de Bin Laden según el cual Occidente estaba comprometido en una cruzada contra el Islam. Hoy tiene muchos adeptos.
El argumento no es exagerado. La guerra de Bush apunta casi exclusivamente al "terrorismo islámico". Hasta hace poco, de las 36 organizaciones que figuraban en la lista del Departamento de Estado estadounidense, 24 eran musulmanas. El resto eran separatistas vascas e irlandesas, o izquierdistas. No había grupos cristianos, budistas, ni hindúes.
El Departamento de Estado también enumeró 26 países cuyos ciudadanos representan un "elevado riesgo de seguridad" para Estados Unidos. Con excepción de Corea del Norte, todos son países de mayoría musulmana.
Al mismo tiempo, crece el sentimiento antimusulmán en Estados Unidos. Según una encuesta de Gallup publicada recientemente por el periódico USA Today, 39 por ciento de los consultados dijo sentir al menos algún prejuicio contra los seguidores del Islam.
El mismo porcentaje estaba a favor de pedirle a los musulmanes, incluidos los ciudadanos estadounidenses, portar un documento de identidad especial "como medio de impedir ataques terroristas".
Alrededor de un tercio de los encuestados dijeron creer que los musulmanes estadounidenses tenían simpatía por Al-Qaeda y 22 por ciento dijeron que no querrían a un musulmán como vecino.
Cada vez más europeos se consideran vulnerables a ataques terroristas a causa de la política exterior proestadounidense de sus gobiernos, especialmente en relación a Iraq y a la guerra contra el terror.
En Gran Bretaña, 73 por ciento de los entrevistados por la encuestadora Populus se sienten así.
Los efectos de la guerra contra el terrorismo sobre Medio Oriente se amplificaron con la invasión israelí a Líbano, que volvió a indignar al mundo árabe.
También las tácticas intimidantes de Washington hacia Irán irritaron a los musulmanes, especialmente porque el gobierno de Bush embate contra el programa nuclear del régimen islámico sin manifestar la menor intención de abandonar sus propias armas atómicas.
El fracaso de Israel en debilitar sustancialmente a Hezbolá en Líbano complica los planes de Estados Unidos contra las fuerzas proiraníes en Medio Oriente. Si se lanza a una nueva desventura militar en Irán, Washington lo pagaría caro.
En Asia meridional, la primera fase de la guerra contra el terrorismo cambió drásticamente las ecuaciones político-estratégicas. Pakistán, otrora aliado del Talibán (que gobernó al vecino Afganistán entre 1996 y 2001), se volvió contra él.
La guerra en Afganistán iniciada en octubre de 2001 también fortaleció a las fuerzas islamistas radicales en las provincias fronterizas de Pakistán. El actual descontento y la violencia secesionista en la sudoccidental provincia de Balochistán es uno de sus efectos.
El gobierno de Pervez Musharraf comprometió unos 70.000 soldados a la lucha contra Talibán y Al Qaeda en la región fronteriza de Waziristán, y proporcionó instalaciones militares a Estados Unidos. Pero surgieron dudas sobre este compromiso.
Pakistán se resiste a perder su influencia en Afganistán, especialmente entre la etnia pashtún (patana), predominante en el sur y en filas de Talibán.
El acuerdo firmado el martes entre los líderes tribales de Pakistán y Waziristán permitirá a los rebeldes afines a Talibán operar con cierta libertad en esa área.
En India, hogar de la segunda comunidad musulmana del mundo después de Indonesia, los incidentes terroristas aumentaron en cantidad e intensidad.
Las operaciones antiterroristas oficiales también se volvieron más indiscriminadas, siempre sobre la base del modelo estadounidense de "islamización" del fenómeno y de apelación exclusiva a medios militares. Esto originó violaciones de derechos y amplio descontento entre los jóvenes musulmanes.
El martes, el primer ministro indio Manmohan Singh admitió excesos. Singh defendió "una política proactiva para asegurar que unos pocos actos individuales no empañen la imagen de una comunidad entera, y eliminar cualquier sentimiento de persecución y alienación de la mente de las minoría".
También agregó que "ninguna persona inocente debería ser acosada en nuestra lucha contra el terrorismo. Si se comete un error, se debe tomar a tiempo medidas correctivas".
No está claro si las exhortaciones de Singh se traducirán en acciones. Pero está claro que, mientras continúe, la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo impedirá una transición hacia una estrategia antiterrorista sensata, racional, efectiva y humana.