El presidente sirio Bashar Assad, hasta hace poco considerado un peso pluma ante la figura de su legendario padre y antecesor, Hafez Assad, parece tener la llave para la salida de la crisis entre el partido islámico libanés Hezbolá e Israel.
El sector más duro del gobierno de Estados Unidos descartó una posible visita de la secretaria de Estado (canciller) Condoleezza Rice a Damasco en su actual gira por Medio Oriente. Pero gana espacio en la Casa Blanca la idea de que, de algún modo, habrá que negociar con Assad.
"Vuelve, Bashar…", rezaba el título de una columna de Edward Luttwak en el diario neoconservador The Wall Street Journal. Luttwak afirmó que Siria debería ser invitada a regresar a Líbano para desarmar al chiita Hezbolá (Partido de Dios)
Ni siquiera debería abortar ese plan la certidumbre de que implicaría el "reconocimiento del patronazgo sirio" sobre su pequeño vecino, al que hasta el año pasado ocupó con sus tropas.
"Amiguémonos con Siria", era el título de otra columna, firmada por el editor James Robbins en la revista derechista National Review.
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El acercamiento con Damasco debería integrarse en un "nuevo alineamiento internacional" de estados sunitas en contra de Irán, según Robbins. "Siria es la clave de la ecuación", escribió.
"A Bashar Assad se le debería ofrecer el mismo acuerdo que al líder libio Muammar Gadafi: básicamente, deje de molestarnos, sáquese de encima las armas de destrucción masiva y los programas de misiles, y podremos ser amigos, sobre todo si usted es un dictador que trata de evitar un cambio de régimen", agregó.
El hecho de que Siria se ha vuelto, de un modo u otro, fundamental para resolver el actual ciclo de violencia es un hecho cada vez más aceptado, en especial cuando el propósito es desarmar a Hezbolá.
Estas milicias libanesas demostraron ser mucho más fuertes de lo que preveían analistas estadounidenses e israelíes, pero no sólo eso.
Su resistencia y espíritu combativo, unidos a la letalidad de la ofensiva israelí, elevó su popularidad en Medio Oriente y el mundo islámico, incluso entre grupos no chiitas de Líbano, según casi todos los expertos independientes.
"Israel está perdiendo esta guerra", advirtió el coronel retirado Ralph Peters, experto en defensa proisraelí y columnista del diario neoconservador The New York Post. "Los errores de cálculo dejaron a Hezbolá vivito y coleando."
Tanto Peters como el columnista de The Washington Post Charles Krauthammer consideran que la acción en tierra será decisiva para eliminar los combatientes de Hezbolá en el sur de Líbano y su infraestructura.
Pero el primer ministro israelí Ehud Olmert está lejos de decidir esa posibilidad, con el recuerdo aún fresco de la desastrosa ocupación del sur de Líbano entre 1978 y 2000, a menos que se la acompañe con una "robusta" fuerza internacional capaz de enfrentarse con Hezbolá y desarmar a sus milicias para asegurar la frontera septentrional.
Israel parece también poco dispuesto a atacar Siria, y el gobierno de Líbano también se muestra reticente a reprimir a Hezbolá. Por lo tanto, la fuerza internacional, propuesta por Rice antes de iniciar su gira el domingo, se consolida como alternativa.
Pero tampoco Estados Unidos tiene voluntad de contribuir con soldados a tal fuerza.
Eso vuelve poco probable que puedan implementarla la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que tiene desplegada una ineficaz misión de control en el sur de Líbano que sufrió cuatro bajas bajo las balas israelíes esta semana, o la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), ya superada por sus compromisos en Afganistán.
En ese contexto, el único poder capaz de reducir la potencia de Hezbolá, aunque sea frenando o retrasando el tránsito de equipamiento militar desde Irán, es el de Damasco.
Siria, principal aliada de Hezbolá en Líbano hasta que fue obligada a retirarse de ese país bajo fuerte presión internacional, surge en todos los análisis como único actor capaz de persuadir al partido chiita de desarmarse y "seguir la senda política", según Luttwak.
La pregunta es cómo convencer a Damasco de que coopere. Algunos creen que sólo lo hará a palos, sobre todo si son duros.
Estados Unidos debe alentar a Israel a atacar a Hezbolá en territorio sirio, recomiendan neoconservadores como el ex jefe de asesores civiles del Departamento (ministerio) de Defensa Richard Perle y sus socios en el centro académico American Enterprise Institute.
De ese modo, persuadirían a Assad de cortar sus vínculos con la milicia chiita y, de paso, precipitarían al régimen del partido laico Baath, dicen.
Pero esa opción es firmemente rechazada por Olmert, para quien, al igual que para buena parte de la elite política israelí, Assad es preferible a cualquiera que pueda reemplazarlo, en especial luego de apreciar el resultado de la desastrosa invasión a Iraq.
"Cualquier vacío político sería llenado, seguramente, por algún tipo de extremista islámico como los que hoy amargan la vida de los iraquíes", según Aiman Mansour, del israelí Centro Jaffee de Estudios Estratégicos.
Otros afirman que Siria está en una posición negociadora tan ventajosa que sólo le servirán las zanahorias. De hecho, dicen, grandes zanahorias.
Ese es el mensaje del canciller de Arabia Saudita, Saud Al-Faisal, en su reunión del sábado con Bush y Rice en la Casa Blanca.
Según Al-Faisal, empujar a Damasco fuera de su alianza con Irán y Hezbolá es clave para cualquier esfuerzo regional —que incluya a aliados estadounidenses como Egipto y Jordania— para contener al aun más peligroso régimen islámico en Teherán.
Desde ese punto de vista, Washington cometió el año pasado un gran error al insistir, contra la opinión de las naciones sunitas árabes, en concretar la precipitada retirada de las tropas sirias de Líbano y en el aislamiento diplomático de Damasco.