CULTURA-PORTUGAL: Saudades de la Lisboa antigua y señorial

Saudade llega del portugués al español para abarcar la soledad, la nostalgia y la añoranza, pero ese intento parece no alcanzar la melancolía. Es que este vocablo exige una explicación, porque según el célebre poeta lusitano Fernando Pessoa «no es una palabra, es un estado de alma».

Hoy, Lisboa se reduce precisamente a eso, a una inmensa «saudade» de su pasado esplendoroso, ahora en franca decadencia, provocada por constructores sin escrúpulos que levantan inmensos edificios de cemento gris, lamenta en declaraciones a IPS el director de cine José Fonseca e Costa.

Implacable defensor del acerbo cultural lusitano, Fonseca e Costa encabeza un movimiento cívico que nació y creció intentando evitar la demolición del Convento dos Inglesinhos y la destrucción de un jardín con árboles ancestrales, autorizada por la alcaldía de Lisboa y que comenzó en septiembre de 2004.

Pero, esta decisión, que el cineasta califica de «ilegal, porque está prohibido cortar árboles centenarios», no significó que éste bajara la guardia, sino que por el contrario continuó su batalla por salvar la ciudad.

El convento, rodeado de bellos jardines, es una de las pocas áreas verdes existentes en el histórico Barrio Alto de Lisboa. Pero desaparecerá a favor de un condominio de lujo construido por un poderoso grupo económico encabezado por Américo Amorim, el multimillonario portugués que controla 67 por ciento del comercio mundial del corcho.

De nada sirvió la indignación de los vecinos que se unieron al realizador, entre ellos el arquitecto Raul Hestnes Ferreira y al pintor João Abel Manta, que no se conformaron con la sustitución de un monumento nacional del siglo XVII por un edificio de lujo.

El 23 de septiembre de 2004, las máquinas de la empresa constructora contratada por Amorim avanzaron, dando sus primeros mordiscos metálicos a los viejos muros del convento, mientras las sierras eléctricas cumplían su cometido de talar los árboles centenarios.

Este condominio es «Para Quien Ama a Lisboa», según versa el eslogan utilizado por Amorim Inmobiliaria para anunciar los 30 apartamentos de lujo que van a nacer en plena malla urbana del Barrio Alto, una inversión global de unos 25 millones de dólares.

De las varias amenazas recibidas, se pasó a los hechos el 11 de este mes, cuando Fonseca e Costa fue agredido por uno de los trabajadores que construyen el condominio, lanzándole un ladrillo, en momentos en que se preparaba a sacar una foto del último de los árboles que era cortado. «Por suerte no me acertó», explicó.

Pero declinó presentar una denuncia «contra un pobre infeliz, que está mal pagado, para realizar un trabajo sucio», ya que no fue el ladrillo que cayó a sus pies lo que más le indignó sino la arrogancia y agresividad «del Grupo Amorim, que es quien manda en la calle».

«La policía está allí y no hace nada, los fiscales del municipio miran para otro lado. Esto simplemente no podría ocurrir en otro país europeo, pero aquí, los ‘hunos’ se han tomado la ciudad», dijo en alusión a la tribu de Asia central comandada por Attila, que arrasó varias veces Europa entre los años 434 y 453, en el ocaso del Imperio Romano.

Hace algunos años, «quise hacer una película, que sería una oda a Lisboa, a esta Lisboa que todavía sobra y que puede ser filmada, un fado triste, una suerte de crónica de una pasión, pero los ‘hunos’ no me dejaron».

El fado, la canción portuguesa que en el mundo inmortalizó a Amalia Rodrigues, versa sobre «el destino, la suerte, el ocaso, la pasión, que es el amor sin límites, la búsqueda del infinito. El fado, tal como se canta en Lisboa, sólo alcanza su expresión más plena cuando se canta a la pasión», explica el cineasta.

La idea de hacer el filme Fado Triste surgió porque, «hasta en una ciudad romántica y dulce, como aparece Lisboa a los ojos de quien la descubre por primera vez, es urgente fijar en celuloide su luz y sus sombras, antes que desaparezcan por la acción de los ‘hunos’ que se tomaron la ciudad, convirtiéndola en un ‘far-west (el histórico lejano oeste estadounidense)'».

Hasta hace pocos años, la globalización no había logrado en Lisboa imponer sus ritmos y el tiempo transcurría de una manera diversa en este balcón de sol cálido y naturaleza generosa con vista al océano Atlántico.

Con el afán de descubrir nuevos mundos para el mundo conocido en Europa hasta el siglo XV, desde Lisboa zarparon los hijos de un pueblo de santos, navegantes, poetas, aventureros y emigrantes que construyeron el itinerario de su historia sobre catedrales, faros y castillos que dan la vuelta al mundo, desde Brasil hasta Macao.

Pasados seis siglos desde su arribo a las islas de Azores, Madeira y Cabo Verde y 500 años después de la llegada de Pedro Alvares Cabral a Brasil y Vasco da Gama a India, el nuevo Portugal recuerda con «saudades» e indulgencia al viejo, aquel de la conquista y la aventura.

Metello Venè, cronista del diario romano La Repubblica, tras una reciente visita a Lisboa, llegó a la conclusión que los portugueses «son enfermos crónicos de ‘saudade’, la tristeza inconsolable por el hogar lejano en la época de los descubrimientos, una verdadera agitación del alma que les convierte en únicos».

El escritor italiano Antonio Tabucchi, quien vivió casi tres décadas en Lisboa, reconoce que poco a poco «Portugal se está convirtiendo en europeo, pero manteniendo una fisonomía muy fuerte que lo caracteriza, mantiene su autenticidad, no fue devastado por la homologación y espero que continúe así».

En tres milenios, las urbes griega, fenicia, celta, romana, cartaginense y árabe, fueron abriendo el paso a lo que la ciudad se convirtió a partir del siglo XV: la capital más mestiza de Europa, racial y arquitectónicamente.

Durante 500 años fue el centro de un vasto imperio, que a diferencia del español, francés, británico, belga u holandés, además de colonizar, fue también «colonizado» por las civilizaciones que otrora dominó.

Basta alzar la vista en los edificios antiguos de la ciudad, para observar los techos orientales de influencia china y japonesa, provenientes de los ex enclaves lusitanos de Macao y de Nagasaki, mientras muchos edificios de la vieja Lisboa tienen una clara influencia de la arquitectura indo-portuguesa de Goa.

Lisboa es por naturaleza, una ciudad que invita a recorrer durante el día, en una suerte de exhorto al descubrimiento permanente de sus múltiples escenarios, formado por estrechas callejuelas, a pie o en los tranvías centenarios que casi tocan las paredes de los edificios.

Los muros del Castillo de São Jorge, los miradores de Santa Luzia, São Pedro de Alcántara y de Graça y el ascensor de Santa Justa, ofrecen desde distintos ángulos, un panorama espectacular sobre la ciudad de techos rojizos que se extienden hasta la desembocadura del Tajo.

Lisboa demuestra la grandeza de su pasado en lugares imponentes, tales como las plazas de Comercio, Restauradores, Figueira y Rossio, el Monasterio Jerónimos, la Torre de Belem y la Catedral da Sé, a los que se unen fastuosos palacios y conventos.

Pero al caer la noche, Lisboa se convierte en la capital europea de las discotecas africanas y brasileñas.

Los viejos muelles y bodegas de la larga zona portuaria de 15 kilómetros han sido recreados como espacios de diversión donde, a los ritmos de Angola, Cabo Verde y Mozambique, se han unido últimamente la samba y la batucada brasileñas.

Es una nueva economía que hacen florecer en especial los jóvenes, junto a un río ignorado durante décadas. La orla costera ha sido transformada en un inmenso parque urbano que parece anunciar que el Tajo volverá a ser el alma de la ciudad.

Pero la Lisboa de Tabucchi y de Fonseca e Costa comienza a esfumarse, según se desprende de una carta pública enviada el día 6 a la ciudadanía por el concejal independiente José de Sá Fernándes, elegido con el apoyo del Bloque de Izquierda.

La ciudad «ha ido perdiendo su carácter por la construcción desordenada, con una justificación política que es casi siempre la misma, con la misma palabra nunca explicada: modernidad, a veces añadiendo el vocablo ‘progreso’, y agregando una que otra banalidad, tal como proyecto de calidad, inversión turística o idea innovadora», apunta Sá Fernandes.

Todo el resto, «lo que importa, es decir las personas, los jóvenes, la seguridad, la asistencia a los ancianos, el patrimonio municipal y cultural, la estructura verde y los desprotegidos», es considerado secundario por la actual mayoría de derecha que gobierna la ciudad, añade el edil.

«Sin noción de la proporción, pero con deliberada percepción, se está proyectando el ahogo de la ciudad en cemento y automóviles», deplora el concejal y a renglón seguido propone que «se responda en forma eficaz a los problemas de tránsito, de contaminación sonora y atmosférica».

En los pasajes finales de su misiva, Sá Fernándes propone implementar un Plan Verde, «fundamental para la calidad de vida» de los ciudadanos, porque «lo que está en causa es la propia identidad de Lisboa y de su gente».

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