En forma paralela a las reuniones y esfuerzos de gobiernos y agencias internacionales para alcanzar los Objetivos de Desarrollo de la ONU para el Milenio, héroes anónimos en distintas partes de Uruguay se debaten día a día en el frente de lucha contra la pobreza.
No asisten por lo general a seminarios ni a conferencias y muchas veces no cuentan con apoyo oficial. Son personas que enfrentan cara a cara la problemática social y sacrifican su tiempo y fuerzas en busca de soluciones.
Pero esta vez el papel de las comunidades locales para lograr las también llamadas metas del milenio fue destacado en el "Encuentro internacional cooperación y desarrollo en Uruguay: el desafío del desarrollo local", organizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) esta semana en Montevideo.
Los Objetivos de Desarrollo para el Milenio, fijados por los 191 países miembros de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) en 2000, consisten en la reducción a la mitad de la pobreza extrema y el hambre, la educación primaria universal y la promoción de la igualdad de género y la autonomía de la mujer.
También incluyen la reducción de la mortalidad materna en tres cuartos, de la mortalidad infantil en dos tercios, y el combate al síndrome de inmunodeficiencia adquirida, la malaria y otras enfermedades. Las metas específicas deben cumplirse antes de 2015 y tienen como referencia los niveles de 1990.
[related_articles]
"Las comunidades locales son los espacios donde las estrategias de lucha contra la pobreza se concretan mediante la acción concertada de diferentes actores multilaterales y gobiernos nacionales y municipales", señaló en la reunión realizada entre el lunes y el miércoles el representante residente en Uruguay del Pnud, Pablo Mandeville.
Entre los varios actores que forman la primera línea de la guerra contra la pobreza, se destaca María Elena Curbelo, una médica que trabaja de forma voluntaria en Las Láminas, un asentamiento irregular de la septentrional ciudad uruguaya de Bella Unión.
El barrio, donde viven unas 180 familias, es considerado por muchos el vértice de la pobreza en este país de 3,2 millones de habitantes que en 2002 sufrió el colapso de su economía, tras tres años de recesión y recibir el impacto de la crisis terminal que a fines del año anterior arrasó con la vecina Argentina, de la cual dependía la tercera parte de su comercio.
Gracias a su esfuerzo, así como el de una decena de colaboradores, en forma independiente de cualquier organización u autoridad local, logró una importante reducción de la mortalidad infantil en el lugar.
En 2003, Uruguay, que en otro tiempo se enorgulleció de sus avances en materia social, se alarmó ante la grave situación de pobreza en Bella Unión, afligida por una epidemia de hepatitis. Los medios de comunicación de pronto se interesaron por la situación de esa ciudad, ubicada 615 kilómetros al norte de la capital y a pocos pasos de la frontera con Brasil.
Por entonces, la tasa de mortalidad infantil en Bella Unión era de 55 por cada 1.000 nacidos vivos, cuando ese indicador nacional era de 15 por 1.000. El peso promedio de los niños del lugar llegó a ser similar al de algunos países africanos.
La difusión de la situación en esa zona no movilizó particularmente al gobierno uruguayo de entonces, encabezado por el liberal Jorge Batlle (2000-2005), pero sí a la sociedad civil. Rápidamente la ciudad fue inundada de donaciones procedentes de sindicatos, escuelas y familias solidarias de todo el país.
Con las donaciones, la comunidad de Las Láminas organizó canastas de alimentos que fueron entregadas periódicamente durante un año a los hogares con los niños y niñas de más bajo peso. Gracias a esto, la mortalidad infantil se redujo a 17 por 1.000 nacidos vivos.
El tercero de los ocho grandes Objetivos insta a "velar por que todos los niños y niñas puedan terminar un ciclo completo de enseñanza primaria", pero en muchos lugares del Sur en desarrollo esto se ve obstaculizado por los altos índices de pobreza.
Noventa por ciento de los menores en Las Láminas están o estuvieron desnutridos, 99 por ciento tienen anemia y más de 90 por ciento muestran fracaso escolar.
"El problema es que aquellos niños que antes de los dos años de edad padecen desnutrición sufren daños irreversibles en su crecimiento, deficiencias en el cerebro que no se pueden recuperar. Cuando cumplen los tres años ya es demasiado tarde. Así que, aunque vayan a la escuela, tendrán varios fracasos", explicó Curbelo a IPS.
En respuesta a esta problemática, la comunidad de Las Láminas logró inaugurar en enero un "centro de estimulación infantil", que atiende a 25 niños y niñas en sus primeros años, prematuros o de bajo peso. Estos reciben un tratamiento fisioterapéutico, alimentos y medicinas.
El edificio fue construido gracias a las donaciones obtenidas mediante un programa televisivo, los medicamentos son adquiridos gratis por medio de un convenio con un hospital local y el trabajo de los enfermeros y médicos, entre ellos Curbelo, es totalmente voluntario.
Otras de las metas del milenio es "reducir la tasa de mortalidad materna en tres cuartas partes".
Los habitantes de Las Láminas inauguraron esta semana una policlínica con fondos donados por uruguayos emigrados al exterior y gracias a un acuerdo con el Ministerio de Salud Pública. Pronto tendrán un ginecólogo que atenderá al alto número de madres adolescentes en el lugar. También se prevé una serie de charlas informativas para evitar embarazos no deseados.
La meta número 11 de los Objetivos se propone "lograr para 2020 una significativa mejora en la vida de al menos 100 millones de habitantes de asentamientos".
Para Las Láminas, la vivienda y el acceso a agua y electricidad siguen siendo importantes problemas. "El gobierno les ofreció a los habitantes trasladarse a otro lugar, pero ellos quieren seguir viviendo aquí", narró Curbelo.
Un total de 153.000 uruguayos viven actualmente distribuidos en 412 asentamientos, 300 de los cuales están ubicados en la periferia de Montevideo, según la última medición del Instituto Nacional de Estadística, que data de 1998.
Existen otros esfuerzos individuales en este país para combatir la pobreza, como la experiencia de autogestión de la añeja Comunidad del Sur. Se trata de un grupo de seis familias que poseen 17 hectáreas en común en las afueras de Montevideo. Trabajan la tierra en forma conjunta y venden los excedentes. Los ingresos son para la comunidad, fundada en 1955.
El problema de vivienda lo resolvieron entre ellos en forma solidaria, construyendo sus casas con maderas, barro y paja, explicó a IPS Ruben Pietro, miembro de la comunidad.
El trabajo está dividido entre sus miembros: unos se encargan de los servicios, como la cocina y la limpieza, otros de la producción agrícola y hortícola, y otros en la enseñanza. La Comunidad educa a sus propios hijos en edad preescolar y capacita a sus jóvenes en las tareas del campo.
Para Prieto, el mayor desafío en la lucha contra la pobreza es cambiar la mentalidad.
"Se necesita una transformación personal. Ser capaz de sustentarse a sí mismo creando vínculos solidarios, en medio de una sociedad que enseña a que cada un pelee por sus propios intereses. Se necesita una visión más solidaria y una sensibilidad especial", sostuvo.