China anunció una victoria parcial en sus esfuerzos por frenar el avance de los desiertos, pero admitió que la guerra contra las arenas que invaden tierras cultivables nunca terminará.
Ante la cercanía de los Juegos Olímpicos de 2008, que Beijing aseguró tendrán un enfoque "verde", las autoridades lanzaron caros y ambiciosos programas para combatir la desertificación.
Una "Gran Muralla Verde" de árboles plantados desde 1978, por un valor total de 6.300 millones de dólares, fue erigida para proteger a las ciudades norteñas de los desiertos que se ciernen sobre ellas.
Como resultado, la desertificación disminuyó su ritmo, al pasar de un promedio de 10.400 kilómetros cuadrados al año en el siglo XX a unos 3.000 anuales desde 2001, anunció la Administración Forestal Estatal la semana pasada.
"La tarea contra la desertificación en China ha logrado importantes progresos. Han mejorado efectivamente las condiciones de la producción agrícola. Pero, si bien hubo cierto éxito, la situación sigue siendo muy grave", dijo a periodistas el vicedirector de la Administración, Zhu Lieke.
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"Cuando hablamos de la 'cuenca de polvo' de China, veo una antigua civilización estrujada por los desiertos que avanzan desde el interior y las crecientes ola desde la costa", dijo el ambientalista estadounidense Lester Brown, presidente del independiente Earth Policy Institute, con sede en Washington.
La "cuenca de polvo" de China es hoy el área más grande del mundo donde tierra productiva se ha convertido en desierto, dijo Brown, quien habló con IPS durante una visita a Beijing la semana pasada.
Los triunfos contra las arenas y las olas son muy pequeños comparados con las pérdidas ambientales en los últimos 26 años de acelerado crecimiento económico chino. La rápida industrialización y la ampliación de las ciudades redujeron el espacio cultivable disponible y los recursos hídricos, agravando el ya preocupante problema de la escasez de tierras.
Una explosión en la industria de la madera y los muebles derivó en una feroz tala de árboles, lo que deja al país más vulnerable al avance de las arenas.
La desertificación le cuesta anualmente a China más de 1.000 millones de dólares en pérdidas económicas directas, según datos de la prensa oficial. Sin embargo, la Organización de las Naciones Unidas señala que la cifra ascendería en realidad a unos 6.500 millones de dólares.
Su impacto se siente fundamentalmente en las áreas más secas, en el oeste, que además son las más pobres. El gobierno estima que el sustento de unas 400 millones de personas estaría en peligro por el avance de los desiertos de Gobi, Taklimakan y Kumtag.
El problema de la desertificación en China también tiene efectos más allá de sus fronteras. Desde fines de 1990, tormentas de arena han hecho estragos en Corea del Sur, Japón e incluso Estados Unidos, agravadas por una prolongada sequía en el noroeste chino.
"El polvo es una de las más grandes exportaciones ambientales chinas", dijo Brown.
La semana pasada, las autoridades chinas prometieron trabajar con los países de la región para combatir la desertificación. Un plan general para el control de tormentas de arena en Asia nororiental fue lanzado en forma conjunta por China, Corea del Sur, Japón y Mongolia.
"El plan incluye la observación de la atmósfera y el control del suelo. Será puesto en práctica apenas se obtenga el financiamiento internacional", dijo a periodistas el director de la Oficina de Control de Arenas de la Administración, Li Tuo.
La guerra de China contra los desiertos tiene cientos de años. Hasta ahora, apenas se logró reducir el número de tormentas de arena que azotan a Beijing durante la primavera.
En la década de los años 90, el promedio anual de tormentas fue de 24, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, pero desde 2004 no hubo más de cuatro.
No obstante, la intensidad de las tormentas crece año a año. El 16 de abril, Beijing fue sacudida por una fuerte tempestad que dejó 330.000 toneladas de polvo en las calles, según informó el periódico en inglés China Daily.
Expertos alertan que las autoridades cometen un error al concentrar sus esfuerzos en las tormentas, que son apenas un síntoma del gran problema, que es la degradación de la tierra.
El proyecto de la Gran Muralla Verde, por el cual se les paga a los agricultores por cada hectárea plantada, es demasiado caro e insostenible, afirmaron.
La Administración informó que prevé invertir 87.000 millones de dólares en la plantación de árboles y vegetación para cubrir 73 millones de hectáreas en los próximos 50 años.
Expertos indicaron que algunos planes de forestación impulsaron la plantación de árboles en zonas donde no tienen posibilidades de sobrevivir.
Las reformas económicas de 1979, que desregularon la agricultura, permitieron que muchos productores rurales aumentaran sus manadas. Ahora, la población de ganado asciende a 339 millones de cabezas, lo que contribuye a la rápida disminución de las pasturas, sobre todo en el norte y el noroeste.
En respuesta a esta situación, el gobierno impuso restricciones a la alimentación del ganado y a la tala de árboles, e impulsa proyectos de irrigación.
Pero, "a menos que se reduzca el número de animales, no se podrá detener a los desiertos", alertó Brown.