Las armas de fuego son percibidas por la población iraquí como una necesidad básica, solo superada por la comida y la bebida.
En el régimen de Saddam Hussein (1979-2003), la posesión de armas de fuego estaba muy regulada. Pero tras la invasión encabezada por Estados Unidos que puso fin a ese gobierno, las fuerzas armadas colapsaron, y los arsenales y depósitos de munición quedaron sin vigilancia.
En un ambiente de falta de seguridad, esas existencias colman el creciente apetito popular por las armas.
Muchos compran armas —o toman las que aparecen descartadas en las calles— para defenderse de la erupción de anomia tras la caída de Bagdad.
Pero la ola de masacres en represalia desatada con el atentado contra la mezquita Al-Askariyah en la localidad de Samarra, en febrero, fue lo que elevó drásticamente el deseo de toda familia iraquí de poseer al menos un arma.
"Es importante que todo iraquí tenga un arma para protegerse a sí mismo y a su familia", dijo a IPS Abu Hasan, un vendedor de armas en Bagdad. "No hay ninguna seguridad en Iraq, y no tenemos un gobierno que nos proteja. Las fuerzas de ocupación solo se protegen a sí mismas."
El ex administrador de la hoy disuelta Autoridad Nacional de la Coalición, L. Paul Bremer, prohibió en 2003 la posesión de más de un arma por familia, lo que frustró a muchos iraquíes que aspiraban a tener, al menos, dos: una para custodiar el hogar y otra para cuando algún miembro atravesaba una zona insegura.
Esa necesidad se volvió en deseperación tras el atentado en Samarra. El profesor Abú Thu al-Fikar compró un arma por el equivalente a 250 dólares. Era cara, pero "hay masacres en todos lados", dijo a IPS. "Debo proteger a mi familia."
Samir, otro vendedor de armas, sostuvo que el negocio tiene sus altibajos.
"Cuando las fuerzas de ocupación ingresaron en Bagdad, el ejército iraquí se deshizo de sus armas en las calles. Los civiles las tomaban y las guardaban en sus casas", recordó. Eso causó una caída en las ventas.
En 2003 también fue difícil encontrar clientes, porque todos tenían una o más en la casa. Pero en 2004, cuando comenzó a crecer la resistencia, los iraquíes comenzaron a buscar armas.
"Algunos lo hicieron para integrarse en la insurgencia, otros para obsequiar a quienes lo hacían", explicó.
La demanda volvió a crecer. Muchos iraquíes tienen pistolas o fusiles de asalto Kalashnikov (AK-47) para protegerse, tanto de los escuadrones de la muerte como de la violencia religiosa.
Mientras, los integrantes de la resistencia tienen armas más avanzadas, y, según diversas versiones, cuentan con pequeños misiles y morteros.
Alí Minshid, empleado del Ministerio de Deportes, recordó que los controles existen, al menos en el papel. "Tengo una identificación especial para portar mi pistola, pero muchos lo hacen sin permiso, y el gobierno no puede controlar eso", afirmó.
Aunque trabaja para el gobierno, Alí Minshid apoya a las familias que adquieren sus armas ilegalmente.
"En estas circunstancias, todo iraquí debería tener una. Aun si no tienen dinero, deberían pedir prestado y comprar un arma para proteger a su familia. Hacerlo es más importante que comer", advirtió.
El creciente flujo de armas es consecuencia de la ansiedad general y de la "violencia sectaria", pero muchos iraquíes tienen temores específicos.
Samir teme la influencia de Irán, y acusa a Estados Unidos por concentrarse demasiado poco en la frontera este de Iraq cuando comenzó la ocupación. Las fallas estadounidenses en materia de seguridad alentaron a los iraquíes a comprar armas.
Muchos iraquíes dicen que la respuesta del gobierno no ayuda.
Abú Assan, por ejemplo, considera que las autoridades actúan de manera sectaria. "Confiscan las armas en barrios sunitas y las dejan en las áreas chiitas. Creo que es porque los sunitas se resisten a la ocupación y los chiitas controlan el gobierno actual", evaluó.
Samir sostuvo que uno de sus clientes es tan pobre que nunca podría comprar el arma más barata con su propio dinero.
"Pero hasta los más pobres piden dinero prestado cuando se trata de comprar un arma", concluyó. (