PENA DE MUERTE-IRAQ: Ejecuciones casi secretas

La discretísima ejecución de 13 insurgentes en la horca reactivó el debate en Iraq sobre la pertinencia de la pena de muerte en una sociedad moderna.

La pena capital dejó de aplicarse cuando Estados Unidos tomó el control del país del Golfo en 2003. Pero el gobierno iraquí constituido luego la restituyó en 2004, con el convencimiento de que ayudaría combatir la creciente criminalidad. Esa evaluación dista mucho de ser unánime.

Muchos iraquíes, hastiados de la guerra, no diferencian entre las ejecuciones realizadas bajo el gobierno elegido el año pasado en las urnas y las del régimen de Saddam Hussein, depuesto en 2003 por la invasión.

"La pena de muerte no es buena, ni en la época de Saddam ni en ninguna otra. No hay justicia y a veces mueren personas inocentes sin razón", señaló a IPS Omar Abdul Aziz, residente de Bagdad.

Otros están a favor pero cuestionan su aplicación, especialmente cuando se trata de insurgentes.
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"El gobierno iraquí llama 'insurgentes' a quienes se resisten la ocupación y ahí está el problema. No son insurgentes, son defensores de la libertad. Tenemos que premiarlos, no condenarlos a muerte", opinó Zuhair Hasan, de 38 años, veterano de la guerra entre Irán e Iraq que insumió buena parte de la década del 80.

Los 13 insurgentes ahorcados el 9 de marzo se declararon responsables de numerosos crímenes no especificados "que atemorizaron a los ciudadanos de Nínive", aseguró la cadena de televisión estatal Al'Iraqya.

Las autoridades iraquíes se negaron a dar más información sobre los delitos cometidos y a revelar la identidad de los ejecutados, excepto el de un ex policía, Shuqair Farid. Tampoco proporcionaron detalles del juicio.

No hay certeza de la cantidad de ejecuciones en los 30 años en que Saddam Hussein participó en el gobierno.

Que Nadie Toque a Cain, organización opositora a la pena de muerte con sede en Italia, calculó que entre el 1 de enero de 2003 y la invasión, el 20 de marzo, se llevaron a cabo 113 ejecuciones, pero esta cifra no incluye los asesinatos en masa de numerosas poblaciones.

Las organizaciones de derechos humanos Amnistía Internacional y Human Rights Watch dicen carecer de estimaciones fiables al respecto, en parte por el recrudecimiento en la aplicación de la pena capital en el Kurdistán y en el sur de predominio chiita tras la guerra del Golfo de 1991.

Pero, al parecer, las organizaciones no se ponen de acuerdo sobre la forma de contabilizar las muertes ocurridas durante esta guerra y las ocurridas como consecuencia de procesos judiciales.

Saddam Hussein aplicó la pena capital en 1994 para hacer frente a delitos como robo, corrupción, especulación cambiaria y deserción militar.

Luego de la ocupación de Bagdad, el general Tommy Franks, entonces comandante en jefe del Comando Central de Estados Unidos, suspendió la pena de muerte. El gobierno interino iraquí la restituyó en agosto de 2004.

Las ejecuciones de marzo fueron la segunda serie desde la caída de Saddam Hussein.

Tres hombres fueron ejecutados en Kurt en septiembre de 2005, según un informe de la agencia estadounidense Associated Press. Sin embargo no se dispone de detalles adicionales sobre la identidad, los delitos por los que fueron acusados o detalles de los procesos.

Inmediatamente después de las ejecuciones en la horca, Amnistía Internacional reiteró el pedido al gobierno iraquí de una moratoria sobre las ejecuciones, para abrir un proceso hacia la abolición lisa y llana de la pena de muerte.

Voceros de Amnistía atribuyeron la restauración de la pena capital en Iraq, en parte, a "la continua espiral de violencia" a la que está sometido el país. Sin embargo, agregaron, este castigo "nunca demostró ser más efectivo para disuadir el crimen que otros métodos".

Los iraquíes se dividen entre quienes piensan que el gobierno debe mantener la pena de muerte y quienes piensan que debe abolirla.

Las posturas parecen depender de la experiencia personal. Aziz, habitante de Bagadad, contó que su padre fue ejecutado en 1969 por sus repetidas denuncias contra el partido laico y secular Ba'ath, al que pertenecía Saddam Hussein.

Aziz sigue oponiéndose a la pena capital porque no está convencido de que el actual gobierno pueda asegurar que se haga justicia, aunque reconoce que el Corán, libro sagrado del Islam, avala este castigo extremo en algunos casos.

"Odio la pena de muerte, pero respeto la ley del Islam porque viene de Dios y nuestro Dios siempre es justo", explicó a IPS. "El Islam dice que debemos estar seguros que se trata de un criminal y entonces sí podemos llevarlo ante un tribunal islámico. Luego, puede aplicársele la máxima pena".

Pero Aziz dijo no estar convencido de que el gobierno disponga de garantías que certifiquen la existencia del crimen.

Mustafa Rahomi, un iraquí desempleado de 28 años, estuvo de acuerdo con Aziz. Su tío, Akram Ahmed fue ejecutado en 1984 porque las autoridades creían que se había unido al partido islámico chiita Da'wa, al que pertenece el actual primer ministro Ibrahim Al'Jaafari.

"Al-Da'wa estaba proscripto en la época de Saddam, especialmente durante la guerra con Irán, porque su sede estaba en este país en aquel entonces", señaló Rahomi. "Mi tío no perteneció a este partido, la acusación era falsa pero sobre esta base lo mataron."

Al igual que Aziz, Rahomi consideró que el actual gobierno no aplica la pena capital con justicia. Esa convicción entra en conflicto con sus creencias religiosas, debido a que el Corán permite ese castigo en algunos casos.

"Debe ser el último recurso porque se puede encarcelar a los criminales por mucho tiempo", sostuvo.

Ahmed Ali, un profesor de Bagdad, se declaró en contra de la pena de muerte. "He vivido toda mi vida en Iraq y no he visto que ningún gobierno haga justicia, especialmente el de Saddam y el actual con la ocupación. Por eso digo, no usen más esta pena, han muerto demasiados iraquíes inocentes."

Además, las experiencias personales a partir de la guerra entre Irán e Iraq agudizaron el temor a la pena capital.

"Yo era un soldado del ejército iraquí durante la guerra con Irán. Era joven y le tenía miedo al sonido de las bombas", contó Hasan, un veterano de guerra.

"Siempre pensé en desertar, especialmente cuando estaba en el frente, pero no pude por la pena de muerte. Había fuerzas especiales en el frente cuyo trabajo era ejecutar a cualquiera que tratara de escapar."

Aunque, agregó, "las personas que hoy se unen a la resistencia quieren morir, y no les importa la pena de muerte".

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