MÚSICA-TAILANDIA: El insurgente de la paz

Cuando saca su guitarra para entretener a los visitantes, Suriya Tawanachai deja ver su perfil rebelde. El instrumento tiene la forma de un AK-47, el famoso rifle de fabricación rusa, y su correa hace las veces de bandolera.

Sin embargo, prácticamente no hay nada amenazante en este budista tailandés canoso y barbudo que antes vivía en el tranquilo norte del país y en febrero de 2005 se mudó a la meridional localidad de Narathiwat.

Esa decisión y su misión también se sumaron para convertirlo en un personaje particular en este centro urbano de calles estrechas y casas de cemento y madera.

Suriya está en Narathiwat para cantar canciones de paz, componer otras nuevas sobre el conflicto que tiene lugar en la zona y construir una imagen de hombre en quien pueden confiar los separatistas malayo-musulmanes que desde hace dos años libran un enfrentamiento étnico en las meridionales provincias de Narathiwat, Yala y Pattani.

Es la manera de Suriya de apartarlos de una vida de violencia.
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"Estoy en el medio, entre los soldados y la policía y los separatistas. Primero uno debe hacer que (los separatistas) confíen en uno", dijo Suriya, ubicado al costado de una pequeña casa con paredes de madera que convirtió en una morada de paz.

"Tratamos de conectarnos con ellos o esperamos sus llamadas, y entonces hablamos antes de ofrecerles garantías de seguridad", explicó.

"Primero traemos a los separatistas aquí, porque ellos saben que no pueden ser atrapados", agregó este hombre de 50 años, que viste pantalones vaquero azules, una chaqueta negra, botas de cuero y una gorra de béisbol.

El proceso que él sigue a menudo termina con un documento firmado por la policía y el ejército de que los insurgentes no serán arrestados y una nota de los requeridos, con un imán (clérigo musulmán) como testigo, en la cual se comprometen a renunciar a la violencia.

Su éxito muestra que esta fórmula del enviado de paz —canalizada a través de una red de casi 1.000 personas, muchas de ellas musulmanes de la zona— tocó una fibra sensible de los separatistas.

"He devuelto a entre 200 y 300 de ellos", dijo el artista de los rebeldes que, según sus registros, estuvieron involucrados en hechos de violencia tales como tiroteos, incendios y robos en las provincias de Narathiwat, Pattani y Yala.

Su trofeo más codiciado hasta la fecha es Masakree Dorloh, de 43 años, cuyo nombre y rostro aparecieron en carteles con la expresión "se busca" y que el gobierno tailandés persiguió en esas tres provincias. Por Masakree se ofreció una recompensa de hasta 500.000 baht (12.500 dólares).

Parte de esta estrategia incluyó que Suriya actuara en un pueblo del septentrional estado malasio de Kelantan, donde Masakree se había refugiado, para convencerlo de que volviera.

Las canciones por la paz y el contacto telefónico establecido con su esposa funcionaron. A comienzos de este mes, Masakree comenzó una nueva carrera abriendo un restaurante en el corazón de Narathiwat.

"Volví porque extrañaba a mi familia", dijo Masakree, un hombre grande con un vientre amplio, que fumaba mientras hablaba cerca de la cocina del restaurante. "Estaba preocupado por mi seguridad, pero Suriya me aseguró que no sería arrestado", explicó. Luego el gobierno levantó los cargos de "terrorismo" contra él por falta de evidencia.

Las incursiones de Suriya en el mundo de los separatistas malayo-musulmanes están ganándose el respeto de círculos militares y expertos en resolución de conflictos encargados de poner fin al conflicto armado de esta zona, que desde enero de 2004 se cobró unas 1.300 vidas.

"Las personas deben ser alentadas a tomar esas iniciativas. Si él puede traer la paz, debe ser bienvenido", dijo a IPS Gotham Arya, secretario general de la Comisión de Reconciliación Nacional, un organismo independiente establecido por el gobierno tailandés a comienzos del año pasado para ayudar a resolver el conflicto.

"Su trabajo es complementario del nuestro", agregó.

Se espera que la Comisión ofrezca una batería de recomendaciones al gobierno tailandés para implementar en las provincias meridionales como modo de poner fin al derramamiento de sangre.

En un intento por ganar los corazones de la minoría musulmana en este país predominantemente budista, el gobierno también ofreció otros incentivos, como dar trabajo a la mayoritariamente desempleada juventud malaya, realizar un campeonato de fútbol, instalar televisión por cable en los comercios de té de la zona y arrojar desde el cielo palomas de papel, como símbolos de paz.

El actual ciclo de violencia, que enfrenta a las fuerzas tailandesas con rebeldes malayo-musulmanes que todavía no se han identificado con organización alguna, es la fase más reciente de un conflicto que data de hace muchas décadas.

En 2004, cuando se iniciaron las acciones insurgentes, se produjeron 1.843 hechos de violencia, entre incendios provocados, ataques contra puestos militares y policiales y disparos a civiles. En 2005 hubo 1.703 incidentes violentos.

La dura respuesta de Bangkok condujo a violaciones de derechos humanos, según se ha denunciado. Esta situación se hizo evidente con soldados fuertemente armados controlando las carreteras apuntalados por un decreto de emergencia que garantizó la impunidad a los miembros de las fuerzas de seguridad del Estado.

Pero el hecho que dejó la mayor marca trágica entre los habitantes de la zona fue la muerte en octubre pasado por asfixia de 78 niños y hombres musulmanes que estaban bajo custodia militar en Tak Bai, un pequeño poblado cercano a Narathiwat.

Las provincias atrapadas en la violencia otrora integraron el reino malayo-musulmán de Pattani, anexado en 1902 por Siam, como se llamaba entonces Tailandia.

Desde entonces la población malayo-musulmana local tuvo que tolerar políticas discriminatorias que afectaron su cultura, identidad y religión. También desde el punto de vista económico, los residentes en Narathiwat creen que la política de Bangkok los perjudica.

Suriya, el enviado de paz que toca la guitarra, sabe muy bien que para que sus esfuerzos tengan éxito es necesario ofrecer soluciones a esos problemas tan amplios. Pero por el momento está comprometido a llegar a los insurgentes con sus canciones.

Pero no teme ir a ninguna parte. "Puedo ir a cualquier lado y puedo conectarme con la gente", dijo. "Uno debe conocer la imagen completa, la historia entera, como un rompecabezas en el que uno debe juntar todas las piezas para luego poder trabajar fácilmente", sentenció.

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