A pesar de los esfuerzos de la Casa Blanca por poner fin a la controversia, la batalla por la permanencia en el cargo del secretario (ministro) de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, no muestra señales de apaciguamiento.
El resultado de la puja, que aún no puede pronosticarse con claridad, podría determinar la trayectoria de la política del gobierno en áreas clave —como el vínculo con Iraq, Irán e incluso con China— en los dos años y medio que restan de presidencia de George W. Bush.
Los pedidos de renuncia formulados públicamente a Rumsfeld por seis generales retirados, en una andanada sin precedentes en la historia de Estados Unidos, tienen como argumentos básicos su falta de competencia, su estilo de mando inadecuado y la estrategia que aplicó para invadir y ocupar Iraq.
La eventual partida de Rumsfeld paralizaría hasta el fin del periodo la coalición de neoconservadores y nacionalistas belicistas que dominaron la política exterior desde el inicio de la presidencia de Bush en 2001.
Es por eso que los halcones fuera del gobierno, entre ellos los editorialistas del diario neoconservador The Wall Street Journal, tratan de convencer a Bush de que es él quien está en la mira de quienes conducen la campaña contra Rumsfeld.
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"El viernes, el señor Bush dijo que tenía toda la confianza" en Rumsfeld, observó el periódico. "Sospechamos que el presidente comprende que la mayoría de quienes piden la cabeza del señor Rumsfeld en realidad piden la suya."
Aliado con su amigo personal y antiguo mentor, el vicepresidente Dick Cheney, Rumsfeld ha tenido una gran influencia sobre la política exterior de Estados Unidos en los últimos cinco años desde su oficina del Pentágono, sede del Departamento (ministerio) de Defensa.
De hecho, cinco horas después del ataque del 11 de septiembre de 2001, fue Rumsfeld el primero que sugirió que Estados Unidos debería responder atacando, además de a la red terrorista Al Qaeda, a Iraq.
Según las notas tomadas por un colaborador, el funcionario proponía realizar una operación "masiva" contra "cosas relacionadas y no" con los atentados.
Al igual que Cheney, Rumsfeld ha mostrado su inclinación por atacar a Siria, Irán y China, y se ha esforzado por ampliar a niveles inéditos el rol del Pentágono en acciones encubiertas a expensas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
También logró elevar la ayuda militar a los países aliados de Estados Unidos en la "guerra contra el terror" declarada por Bush, lo cual aumentó la influencia del Departamento de Defensa en la política exterior y redujo la del Departamento de Estado (cancillería).
Las encuestas sobre aprobación de Bush entre los ciudadanos estadounidenses marcan una mengua considerable, mientras también crecen los cuestionamientos a la gestión de Rumsfeld en las fuerzas armadas y en el Congreso legislativo.
Por lo tanto, cualquier sucesor en caso de su cese deberá tener una inclinación menos belicista que Rumsfeld y vínculos más tenues con Cheney, pues el secretario de Estado debe ser confirmado por el Senado. Eso privaría al vicepresidente de influencia en la política exterior y de su principal aliado ideológico.
De hecho, la mayoría de los candidatos a suceder a Rumsfeld son considerados "realistas", lo que en política exterior significa una visión más tradicionalista, vinculada con la gestión del ex presidente George W. Bush (1989-1993), padre del actual mandatario.
Entre ellos figuran el embajador en Alemania, Dan Coates, el presidente del Comité de Servicios Armados del Senado, John Warner, y el ex subsecretario de Estado (vicecanciller) Richard Armitage, quien llamó la semana pasada a establecer un diálogo directo con Irán.
A pesar de ser conservadores, los realistas se muestran más proclives a contentar a los militares en actividad y a los funcionarios de carrera del Departamento de Estado.
La única excepción de la lista es el senador Joseph Lieberman, del opositor Partido Demócrata y ex candidato a la vicepresidencia, quien tiene una posición proisraelí y tiene una posición tendiente al enfrentamiento con Irán.
La actual ronda de ataques contra Rumsfeld comenzó el mes pasado, cuando el general retirado del ejército Paul Eaton, encargado del entrenamiento de las nuevas fuerzas armadas iraquíes en el primer año de ocupación estadounidense, criticó a su ex jefe.
En una columna que escribió para el diario The New York Times, Eaton calificó al secretario de Defensa de "estratégica, operativa y tácticamente incompetente".
A Eaton le siguió la semana pasada el general retirado de la marina de guerra Gregory Newbold, principal oficial operativo del Estado Mayor Conjunto de las fuerzas armadas estadounidenses antes de la invasión a Iraq.
Newbold se criticó a sí mismo por no cuestionar la operación militar en ciernes y cuestionó la falta de experiencia en el frente de batalla de la mayoría de los halcones del gobierno de Bush.
Otros generales retirados, entre ellos John Batiste —quien actuó en Iraq y colaboró con el ex subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz—, Charles Swannock Jr. —comandante de la 82 División Aerotransportada en Iraq— y John Riggs formularon también sus propias críticas.
Los pioneros fueron dos generales retirados: el ex jefe del Comando Central, Anthony Zinni, y el ex comandante de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Wesley Clark, quienes habían pedido el cese de Rumsfeld hace ya dos años.
El ex secretario de Estado Colin Powell, otro general retirado que como jefe del Estado Mayor Conjunto condujo la guerra del Golfo en 1991, también acusó al Pentágono de cometer "algunos errores serios" en Iraq, si bien no pidió la renuncia de Rumsfeld.
Ante las críticas, Bush afirmó el viernes que Rumsfeld puede contar con su "pleno apoyo y profundo aprecio". Al mismo tiempo, el Pentágono envió un memorándum a un grupo de militares retirados y analistas civiles que suelen aparecer en programas televisivos, con instrucciones para defender al poderoso funcionario.
Entre los generales retirados que lo defendieron figuran el ex jefe del Comando Central, Tommy Franks, y el ex presidente del Estado Mayor Conjunto, Richard Myers.
Pero el poco entusiasmo de los simpatizantes de Rumsfeld ilustra la falta de credibilidad y de autoridad del secretario de Defensa.
En sus páginas informativas, The Wall Street Journal informó esta semana que Rumsfeld ejercía un control cada vez más débil sobre la política militar, y que altos funcionarios del Pentágono se mostraban inclinados a ignorar o incluso a contradecir las preferencias políticas de su jefe.
Tampoco muestran entusiasmo los defensores de Rumsfeld en el Congreso. "La decisión de mantener o no al secretario Rumsfeld depende del presidente", dijo el fin de semana el senador John Warner, quien siempre se había mostrado como un legislador leal al gobierno.