Mientras se desploma la posición del presidente George W. Bush en las encuestas, al gobernante Partido Republicano se le dificulta más que nunca mantener la unidad en asuntos clave como política exterior, inmigración y libertades civiles.
Desde que el Congreso legislativo reanudó sus sesiones a comienzos de febrero, resurgieron las diferencias dentro del partido, exitosamente silenciadas por una campaña republicana para apuntalar a Bush y su imagen de líder fuerte y decisivo tras los atentados de septiembre de 2001.
Algunas de esas diferencias atañen a la seguridad de los puertos y se plantean entre los republicanos de Wall Street —como se denomina a los allegados a las altas finanzas— y los de Main Street, fórmula con que se identifica a los que respaldan a las pequeñas empresas.
La inminencia de las elecciones de mitad de periodo en el Congreso contribuye con un periodo de creciente incoherencia del partido.
El opositor Partido Demócrata recluta una cantidad inusualmente importante de candidatos viables para competir por los escaños legislativos.
[related_articles]
Mientras, figuras republicanas afrontan la encrucijada de permanecer vinculadas al barco de Bush, que al parecer se hunde, o apartarse para reafirmar ante los votantes, cada vez más pesimistas, que ellos también tienen serias reservas sobre las aguas sobre las que navega el presidente.
Todavía se suele considerar que un dominio demócrata de alguna de las cámaras del Congreso —y más aún de las dos— está lejos. Pero la perspectiva es tomada cada vez más en serio por analistas políticos de Washington.
Esa posibilidad se vislumbra en los sondeos que muestran una inesperada erosión del apoyo a Bush entre los republicanos más firmes y los independientes. Esa caída se debe, principalmente, a la creciente percepción de que el mandatario es incompetente.
"La competencia no es un tema partidario", escribió Alan Abramowitz, cientista político de la Universidad de Emory de la sudoriental ciudad de Atlanta, en la edición dominical del periódico The Washington Post.
"Hay una creciente preocupación entre los republicanos ante la posibilidad de perder el control de ambas cámaras si los comicios de mitad de periodo se convierten en un referéndum sobre un presidente con una aprobación en el entorno de 30 por ciento o peor", agregó.
Al igual que los demócratas, quienes también sufren serios conflictos internos, durante mucho tiempo los republicanos estuvieron divididos en facciones ideológicas que representaban a diferentes intereses.
Los republicanos de Wall Street, que representan los intereses de grandes corporaciones multinacionales —como el libre comercio—, a menudo chocan con los republicanos de Main Street, que se inclinan por una agenda más populista y nacionalista.
De modo similar, la derecha cristiana, que en los últimos años se volvió el sector más decisivo del electorado republicano, se ha enfrentado con "moderados" y "libertarios" del partido, que son seculares y aborrecen los intentos de legislar o imponer de otro modo una visión religiosa de la moral a toda la nación.
La extraordinaria popularidad de Bush luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 —y su capacidad para traducirla en victorias legislativas y electorales— generalmente mantuvo satisfechas a todas las facciones principales del Partido Republicano.
Algunos, como los de Wall Street, se inquietaron por el impacto de su unilateral política exterior, cuando está vigente un sistema multilateral del cual las corporaciones multinacionales obtuvieron beneficios sustanciales. También les preocupa el impacto de las enormes reducciones impositivas sobre el déficit federal.
Tras la exitosa campaña de 2004 por la reelección, la unidad comenzó a desfallecer, debido a la creciente impresión de que, pese a las reiteradas garantías del gobierno, la guerra de Iraq no iba bien en absoluto y que Bush no tenía un "plan de fuga" viable.
A medida que esa impresión se arraigó, la opinión sobre Bush siguió decayendo, alcanzando su registro más bajo luego que el huracán Katrina devastara Nueva Orleans. El desastre dejó en evidencia un grado de incompetencia y falta de preparación por parte del gobierno que pocos habían imaginado.
Afloraron entonces las antiguas divisiones ideológicas entre los republicanos. Primero, por los llamados de Bush a recomponer Nueva Orleans mediante una suerte de "Plan Marshall", como se denomina el diseñado para la reconstrucción de Europa luego de la segunda guerra mundial (1939-1945).
Partidarios de la reducción al mínimo del gasto público y de los impuestos, que habían mantenido su fidelidad a Bush a pesar del constante crecimiento del hoy enorme déficit fiscal, acusaron al presidente de "despilfarro".
Esta ala del Partido Republicano cuestionó a Bush del mismo modo que los conservadores de los años 30 fustigaron los mecanismos con que el fallecido presidente Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), del Partido Demócrata, sacó al país de la gran depresión de entonces.
Desde entonces, las políticas económicas de Bush se convirtieron en una importante fuente de conflicto dentro del partido, especialmente desde la publicación, el mes pasado, de un libro del conocido economista republicano Bruce Bartlett.
El volumen, una virulenta y muy vendida crítica, se titula "Impostor: Cómo George W. Bush llevó a Estados Unidos a la bancarrota y traicionó el legado de Reagan".
Un mes después, una segunda brecha —esta vez con la derecha cristiana— se abrió por la nominación de la consejera de la Casa Blanca Harriet Miers a la Suprema Corte de Justicia.
La derecha cristiana consideró que Miers no ofrecía garantías de seguir la prédica contraria al aborto voluntario, entre otros principios, en el máximo tribunal estadounidense.
Por lo tanto, sus principales figuras atacaron a Bush por tratar de ubicar en el cargo a una "compinche" con dudosas credenciales. Finalmente, el mandatario debió retirar su nominación, lo cual lo malquistó con el ala moderada del Partido Republicano.
En los últimos dos meses las divisiones internas se volvieron más evidentes que nunca.
El creciente pesimismo sobre la guerra de Iraq condujo cada vez a más conservadores influyentes a cuestionar públicamente la campaña de Bush por "transformar" y "democratizar" Medio Oriente, en particular tras a las victorias de islamistas iraquíes, egipcias y palestinas en las urnas.
Entre esas voces críticas se elevó el mes pasado la del presidente saliente del Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes, Henry Hyde.
Los "realistas" republicanos, como el ex consejero de Seguridad Nacional Brent Scowcroft, y los "paleo-conservadores", como Patrick Buchanan, se han manifestado durante mucho tiempo en contra de la guerra de Iraq y de los esfuerzos del gobierno por "democratizar" el mundo árabe.
Pero el ex neoconservador Francis Fukuyama y el fundador de la revista National Review, William F. Buckley, se hicieron eco de las críticas de Hyde.
Según estas celebridades republicanas, las ambiciones democratizadoras del gobierno no son realistas. Por el contrario, son peligrosas. Así, se abrió una corriente de defecciones que ofrece una fachada política para otros republicanos descontentos cuando faltan pocos meses para las elecciones de noviembre.
Todavía faltaba abrirse una brecha aun más espectacular y profunda entre los republicanos de Main Street y los de Wall Street.
Se trata de la controversia en torno del control por parte de la empresa Dubai Ports World, de Emiratos Árabes Unidos, sobre los seis principales puertos estadounidenses y la amenaza de Bush con vetar cualquier ley que impidiera la concreción de ese acuerdo comercial entre esa firma y otra de Gran Bretaña.
Los de Main Street creen que la operación amenaza la seguridad nacional. Los de Wall Street alegan que abortarla pondría en peligro fuentes críticas de inversión extranjera en Estados Unidos y debilitaría los regímenes internacionales de comercio e inversiones.
Incluso los neoconservadores, que históricamente apoyaron el libre comercio, mostraron profundas divisiones por el caso de Dubai Ports World, el cual, según los últimos sondeos, dañó seriamente la imagen de Bush.
Una escisión similar se registra respecto de la inmigración, que algunos analistas creen que llegará a la cima de la agenda política en la campaña rumbo a las elecciones de noviembre.
Mientras las alas populista y paleo-conservadora del Partido Republicano favorecen una legislación dura dirigida a reafirmar la seguridad de las fronteras y a castigar a los inmigrantes ilegales, incluidos a millones que han vivido en Estados Unidos durante muchos años, el ala empresarial, respaldada por Bush, exigió reiteradamente un programa liberal de "trabajador invitado".
Como con los puertos, la cuestión recrudece la división entre los neoconservadores —tradicionalmente partidarios de medidas liberales de inmigración— y la derecha cristiana.