Sueñan con ser doctores, abogados o periodistas, pero el futuro los espera como choferes o empleadas domésticas. Son niños y niñas aymaras y mapuches del norte y sur de Chile, que sumidos en la pobreza terminan por abandonar sus estudios para ir a trabajar.
Camilo Liempi Painecura tiene 14 años y vive junto a su familia de origen mapuche en una zona rural de la comuna de Carahue, en la novena región de la Araucanía, a 670 kilómetros al sudoeste de Santiago. Como muchos niños y niñas del país, su sueño es estudiar ingeniería comercial, por lo que asiste a la escuela más cercana a su hogar.
Pero el cansancio y el escaso tiempo libre que le dejan las labores agrícolas y ganaderas que realiza en la pequeña parcela de su familia, y en terrenos aledaños, a veces desalientan a Camilo.
Sus padres, Hipólito y Verónica, quieren que ingrese en la universidad, pero justifican el trabajo familiar como parte de la conservación cultural del pueblo mapuche, principal etnia del país.
El matrimonio señaló a IPS que están formando a un joven maduro y responsable, con costumbres muy diferentes a las de los "huincas" (no indígenas), algo que se logra trabajando desde muy pequeño.
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Esta historia se repite en gran parte de las comunidades mapuche y aymara, la segunda etnia originaria más numerosa del país, que viven en zonas rurales de la novena región de la Araucanía y la primera de Tarapacá, respectivamente.
Los niños mapuches suelen ayudar en la siembra y cosecha, además de participar en la recolección del "piñón", fruto de la araucaria, un árbol originario de esa zona del país. Las niñas se dedican a la crianza de aves y otros animales domésticos y al cuidado de huertos.
De igual forma, en el altiplano de la primera región, 2.000 kilómetros al nordeste de Santiago, los niños aymaras cuidan ganado, especialmente llamas, alpacas y cabras, y venden productos en ferias libres, cargando y descargando camiones repletos de alimentos y animales.
Algunas de las consecuencias que sufren los pequeños de este pueblo aborigen producto de sus faenas en el desierto son la resequedad de la piel y la aparición temprana de dolores reumáticos, por las bajas temperaturas a las que se ven expuestos durante la noche mientras pastorean el ganado.
En las zonas chilenas limítrofes con Perú y Bolivia hay también niños que son utilizados por narcotraficantes para trasladar pequeños paquetes de droga por el desierto, a pie o en algún medio de transporte interurbano. Las niñas, sobre todo las mayores de 15 años, se desempeñan como empleadas domésticas.
A pesar a todo, las minorías étnicas defienden el trabajo de sus niños y niñas arguyendo que es parte de su formación cultural y de valores, además de ser una forma de satisfacer necesidades inmediatas de supervivencia y de consumo.
Esta valoración del trabajo infantil hace más vulnerable a los menores a la explotación laboral y económica y al abandono de la escuela.
Esas son algunas de las conclusiones del libro "Trabajo infantil y pueblos indígenas en Chile", publicado por el Colegio de Profesores y basado en una investigación desarrollada en 2004, que contó con el apoyo técnico de la Oficina Subregional de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.
El estudio se realizó en el valle de Codpa, Colchane y Pisigachoque, pueblos de la primera región, y en las localidades de Collimallín, Loncofilo, Trañi-Trañi y Puerto Saavedra, en la novena región.
"Lo interesante es que muestra la realidad del trabajo infantil de los pueblos indígenas, a partir de la visión que tienen las familias, los propios niños y sus profesores", dijo a IPS María Jesús Silva, coordinadora nacional del Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil de la OIT.
El estudio constata que la tarea de los maestros rurales que enseñan a los niños y niñas indígenas es compleja, ya que constantemente deben optar entre exigir menos a quienes trabajan o demandarles lo mismo que al resto de los alumnos, arriesgando su deserción definitiva de la escuela.
Después de cumplir las labores que le son asignadas, los niños entrevistados reconocen quedar muy cansados, sin ganas de jugar ni hacer las tareas. Algunos de ellos presentan problemas conductuales, lo que influye en resultados de aprendizaje, repetición y deserción.
A pesar de que en 1996 el gobierno creó el Programa de Educación Intercultural Bilingüe para mejorar el aprendizaje de los menores que asisten a establecimientos con diversidad cultural y lingüística, la iniciativa todavía no logra cumplir su objetivo a cabalidad.
"Los docentes suelen reconocer problemas de idoneidad en la materia, una alta demanda técnica y administrativa y un alto número de alumnos por curso, que no permite desarrollar programas más innovadores", se explica en el libro, lo que se agrava en escuelas que cuentan con sólo uno o dos profesores.
El Ministerio del Trabajo y el Servicio Nacional de Menores (Sename) junto a la OIT realizaron en 2003 la primera encuesta de trabajo infantil, que reveló que 196.000 niños, niñas y adolescentes entre 5 y 17 años trabajan en todo el país, viviendo la mayor parte de ellos en sectores rurales.
De esa cifra, 107.676 lo hace en condiciones "inaceptables", es decir, se trata de casos de explotación sexual, actividades ilícitas o trabajos en faenas peligrosas.
Considerando estos antecedentes, el Sename decidió crear un registro que incluye a los niños y niñas que viven en esta situación, los cuales son investigados por la policía civil y uniformada y la Dirección del Trabajo, lista que actualmente la integran 1.700 menores.
Angélica Marín, psicóloga del Departamento de Protección de Derechos del Sename, valoró el estudio, porque visibiliza una realidad ajena para la opinión pública, promoviendo un debate en torno a las condiciones en que trabajan estos menores.
No se trata de cuestionar las tradiciones de los pueblos indígenas sino de resguardar que los niños pertenecientes a estas etnias no realicen trabajos peligrosos o inadecuados para su contextura física, que además los obligue a renunciar a sus estudios, dijo Marín a IPS.
"La investigación también devela otras dificultades que deben enfrentar los niños de estas zonas como la pobreza, el analfabetismo de los padres y la soledad en que trabajan, que los hace permeables a sufrir abusos sexuales, por ejemplo", comentó.
"El estudio servirá para focalizar los recursos y elaborar una respuesta específica al problema que viven los menores indígenas. El desafío es coordinar el trabajo que realizan los distintos organismos preocupados del tema en el país", agregó.
Según el Censo de 2002, casi 700.000 personas, equivalentes a 4,6 por ciento de la población chilena, pertenecen a grupos étnicos, entre los cuales se destaca el pueblo mapuche, que constituye 87,3 por ciento, seguido por del aymara, que representa el siete por ciento.