CULTURA-MÉXICO: La sangre taurina corre e irrita

El salto de un toro sobre el público en la principal plaza de lidias de la capital de México fue, para muchos aficionados, un momento excitante, digno de celebrar. Pero para activistas contra el maltrato de animales, fue otra prueba del «salvajismo» de la llamada «fiesta brava».

El 29 de enero, "Pajarito", un ejemplar de más de media tonelada, hizo honor a su nombre y voló hasta los graderíos. Siete espectadores resultaron heridos, ninguno de gravedad, y el animal quedó atorado en el sitio.

El toro fue sacrificado, lo que le ahorró los 20 minutos que en promedio dura una faena, en la cual corre de la mano de los "muletazos", le clavan puyas, banderillas y una espada de casi un metro de longitud, y finalmente muere con un cuchillo en la parte posterior del cuello.

"Lo que pasó con Pajarito alentará el interés en las corridas de toros, cuya asistencia ha sufrido cierta merma en los últimos años", dijo a IPS el mexicano Eduardo Anaya, de 29 años, quien se describe como un aficionado a ese espectáculo desde que tiene uso de razón.

Pero para Lydia Barraza, de la Asociación Autónoma de Ayuda a los Animales, solo fue una demostración más del "salvajismo" de las corridas. "El toro saltó por su nerviosismo, por el estrés y el maltrato que sufre antes de salir al ruedo", dijo.

Entre aficionados y detractores de la "fiesta brava" hay profundos desacuerdos.

Los primeros defienden el espectáculo por la plasticidad y el colorido que allí se despliegan, además de considerarlo una expresión de antiguas tradiciones. Pero para los segundos es un acto de maltrato a un animal.

La Asociación Autónoma de Ayuda a los Animales demanda a los legisladores, sin éxito hasta ahora, la prohibición definitiva de las corridas. Pero los aficionados, entre ellos políticos, adinerados empresarios y hasta obispos católicos, no quieren ni escuchar tal propuesta.

En este país, solo en ciertas ciudades del estado de Veracruz, en el golfo de México, fueron prohibidas las corridas de toros y espectáculos afines.

En la capitalina Plaza México, de cuya inauguración se cumplirán este domingo 60 años, se han presentado los más famosos toreros del mundo, y es allí donde los activistas concentran sus protestas.

Periódicamente acuden unas 100 personas para manifestarse contra el espectáculo. Aunque "la mayoría de veces nos agreden física y verbalmente, eso no nos desanima pues vemos que cada vez hay más personas conscientes y que por eso baja el interés en las corridas", señaló Barraza.

"Yo respeto a la gente que está contra las corridas, pero quienes hemos crecido con esa afición vemos allí un espectáculo. Cierto que es sangriento, pero se trata de algo que nos pertenece por cultura e historia, y donde muere un animal bravo que nació y creció para eso", apuntó Anaya.

Algunos historiadores identifican el inicio de la tradición taurina en la España del siglo XVI, desde donde llegó a América. La primera corrida en lo que hoy es México se celebró en 1526.

"Eso de la tradición es una falacia, pues también es una tradición antigua que se maten personas en público o la esclavitud. Como otras, ésta de los toros debe terminar por salvaje y denigrante hacia los animales", sostuvo Barraza.

Los toros de lidia son criados para terminar en una plaza. Los dueños de las ganaderías aspiran a que su ejemplar se desempeñe con braveza y a que el torero de turno pueda arrancarle los trofeos, que consisten en las orejas y la cola del animal.

Cuando el torero demostró su destreza ante un toro suficientemente "noble y bravo", el animal puede salvarse de la muerte, pero eso sucede muy pocas veces.

Antes de saltar al ruedo, donde puede herir al torero o matador con su cornamenta, el animal es sometido a encierro y allí espera bajo un marcado nerviosismo.

Los activistas aseguran que, además, les golpean en los testículos y los riñones y les inducen a sufrir diarrea, todo con el objetivo de que salga molesto y agresivo.

Ya en el terreno y frente a un público numeroso, lo recibe un torero vestido como bailarín, que lo engaña con un manto llamado capote.

De allí en adelante, le espera un rápido desgaste de energía pues, además de moverse y embestir, es castigado repetidamente con diversos instrumentos que lo hacen perder grandes cantidades de sangre.

Primero se enfrenta con un jinete que clava una puya, lo que destroza varios de sus músculos del cuello y el lomo. Luego le clavan banderillas con una punta similar a las de los arpones que las mantiene fijas en la piel del toro, el cual, al moverse, va desgarrándose.

Frente a ese toro herido y confundido, el torero despliega su faena con movimientos de bailarín, tratando de que el público, entre ellos niños, coree "ole" y aplauda. Más tarde, cuando el animal ya ha perdido abundante sangre y sus fuerzas han mermado, el torero le clava una espada.

Generalmente ese último momento no es suficiente para matar al toro, por lo que otra persona se encarga de clavarle un cuchillo en el cuello.

"La corrida es de un salvajismo terrible y debe quedar en la historia", enfatizó Barraza.

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