Cuando faltan apenas dos años para el inicio de la próxima cita olímpica, la capital china lucha por cumplir con los prometidos «juegos verdes» y por satisfacer las demandas de los habitantes prósperos, en constante aumento, y su modo de vida consumista.
Hace tres años, la capital china reveló su plan para ser la sede de los Juegos Olímpicos 2008, con sus autoridades comprometidas a celebrar los mejores de la historia. Prometieron un acontecimiento que tendría lugar en instalaciones espectaculares desplegados a lo ancho de una ciudad verde y accesible a través de un nuevo sistema de transporte público.
También aseguraron bajar la notoria contaminación de la ciudad y cumplir con los estándares ambientales promedio en materia de calidad del aire establecidos por la Organización Mundial de la Salud. Para 2008, la ciudad tendría cielos azules, o estaría libre de contaminación, durante 80 por ciento del año. Por lo menos eso se prometía.
Pero el objetivo de Beijing de convertirse en una ciudad descontaminada se está debilitando por el rápido crecimiento económico, que está sobrepasando numerosas medidas puestas en práctica para mejorar la calidad del aire que se respira en la capital.
En efecto, cualquier argumento que apoye el concepto de que esta ciudad es "amigable con el ambiente" sufrió un golpe tras otro.
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En 2004, Beijing fue considerada la cuarta mejor ciudad china para vivir, pero en 2005 cayó al número 15, según una encuesta anual realizada por el Horizon Group, una empresa de investigaciones con sede en esta capital, que evaluó las condiciones del tráfico, el ambiente y la calidad del aire, entre otros criterios para definir la calidad de vida.
En un informe publicado por la European Satellite Agency (Agencia Europea Satélite) en septiembre, Beijing y sus alrededores de China nororiental fueron citados como la zona con mayor nivel del mundo de dióxido de nitrógeno, un gas clave para la generación de smog (mezcla de humo y neblina) que se origina en las emisiones de las plantas eléctricas, la industria pesada y los vehículos.
El estudio halló que las cantidades de este gas, que puede causar daños pulmonares fatales, se incrementaron alrededor de 50 por ciento en el aire de China desde 1996, y la tendencia sigue en aumento.
A comienzos de noviembre y a medida que la contaminación aérea escalaba, la Agencia de Protección Ambiental de la ciudad emitió una inusual advertencia a los residentes, pidiéndoles que permanecieran en sus hogares.
Las partículas inhalables suspendidas habían alcanzado 300 peligrosos microgramos por metro cúbico, es decir que las actividades al aire libre se habían vuelto peligrosas para la salud humana.
Es que noviembre marca el inicio de la temporada de quema de carbón, cuando la contaminación llega a su máximo en la capital.
A medida que las plantas de calefaccionamiento alimentadas a carbón eran encendidas para el invierno, liberaban un compuesto tóxico que se había instalado en sus cañerías inactivas.
Pero la tendencia a las malas noticias ambientales tampoco dio señales de disminuir en los meses siguientes. En enero, los habitantes de Beijing sólo tuvieron 11 días de cielo despejado, la menor cantidad que el mismo periodo en los últimos seis meses, según la Agencia de Protección Ambiental.
Hace seis años Beijing lanzó su campaña "Defender el cielo azul". Alarmados desde que en 1998 la ciudad sólo viera 100 días de cielo azul, las autoridades de Beijing emplearon varias estrategias para mejorar el pésimo estado de la calidad del aire de la capital.
Desde 2000, más de 1.000 industrias pesadas y plantas de generación de energía fueron reubicadas en las afueras de la ciudad.
El combustible con plomo fue prohibido y paulatinamente retirado. La dependencia de la capital al carbón para obtener energía se redujo por la introducción gradual de gas natural para uso doméstico e industrial, así como el carbón procesado con emisiones reducidas de sulfuro.
El año pasado, alrededor de 4.000 autobuses viejos y contaminantes y 30.000 taxis fueron retirados del servicio y reemplazados por vehículos que cumplían los nuevos —y más duros— estándares de control de contaminación.
Además, pese a todos los esfuerzos por reducir la contaminación industrial, el aire de la ciudad continúa sucio. Un culpable identificado por los medios de comunicación y los ambientalistas es la gran cantidad de sitios en construcción que hay en Beijing.
En la prisa por transformarse en una ciudad moderna y cosmopolita, Beijing demolió grandes franjas de antiguas viviendas y desencadenó un auge sin precedentes de la construcción. Cada año, la ciudad ve nacer más de 100 millones de metros cuadrados de construcciones.
En su deseo por limpiar el aire antes de los Juegos Olímpicos de 2008, el gobierno de la ciudad declaró que toda la construcción debería finalizar para fines de 2006, lo que generó una presión adicional sobre los responsables para trabajar contrarreloj.
Los expertos estiman que el polvo generado por la construcción incesante es responsable de entre 20 y 30 por ciento de las partículas suspendidas en el aire.
Una proporción mayor, de alrededor de 40 por ciento, es generada por el tráfico pesado y el creciente número de automóviles.
Aunque las nuevas regulaciones sobre las emisiones de gases de los vehículos —que se prevé sean implementadas completamente en 2010— están a la par de los estándares de la Unión Europea, la reducción por vehículo no puede acompasar el excepcional crecimiento del parque automotor.
Una política de promoción del crecimiento de la industria automotriz en China, que data de hace 15 años, estimuló la compra de automóviles a niveles asombrosos. Se espera que las carreteras chinas estén saturadas con 130 millones de vehículos en 2020, momento para el cual el país habrá sobrepasado a Estados Unidos en cantidad de automóviles.
El lugar donde este fenómeno se hace más visible es en la capital nacional. El número de vehículos en las calles de Beijing aumentó en casi 1.000 por día en 2005, para un total de casi 2,6 millones, dijo en enero a la prensa Liu Xiaoming, del comité gubernamental de transporte de Beijing.
Lo que es más, alrededor de 40 por ciento de los hogares de esta ciudad de 14 millones de habitantes espera comprar un automóvil en los próximos cinco años, dijeron expertos del Centro Chino para la Investigación Económica de la Universidad de Beijing.
Las consecuencias ambientales de tan rápido crecimiento son estudiadas por el gobierno. Si los proyectados aumentos en la posesión de automóviles en Beijing (y en China en general) s concretan, el impacto ambiental se sentirá no sólo en las calles congestionadas, sino también en las emisiones globales de dióxido de carbono.
Los dirigentes de Beijing son muy conscientes de que desbaratar las crecientes aspiraciones consumistas de los ciudadanos de clase media supone el riesgo de agitación social. En un discurso en enero, el alcalde Wang Qishan admitió que a Beijing le estaba resultando difícil equilibrar el crecimiento económico con la protección ambiental.
"Hay serios problemas para balancear la necesidad de desarrollo económico y social por un lado y los asuntos de conservación de recursos y protección ambiental por otro", dijo Wang.
Más que limitar la cantidad de automóviles comprados, el gobierno ahora busca mejorar el transporte público de la ciudad y brindar incentivos en materia de impuestos para que los consumidores adquieran vehículos con motores pequeños.
Liu Xiaoming, del gobierno de Beijing, defendió el modelo de desarrollo de la capital, diciendo que el aumento en la posesión de automóviles y el tráfico congestionado eran subproductos de rápido crecimiento económico.
"Las grandes ciudades de todo el mundo han pasado más de una década o dos intentando solucionar este problema", dijo a los medios a fines de enero.