Los 10.000 millones de dólares prometidos esta semana por los donantes internacionales a Afganistán parecen una gran suma. Pero, en el pasado, apenas una ínfima parte de lo ofrecido se usó realmente para reconstruir este país devastado por la guerra.
"Suena bien en el papel, pero nos preocupa la dirección que la geopolítica determina para el país", advirtió, entrevistado por IPS, Emanuel Reinert, director ejecutivo de la institución de estudios sobre narcotráfico The Senlis Council.
Según Reinert, Afganistán se dirige hacia una solución militar contra los cultivos ilegales de adormidera (amapola, principal insumo del opio, la morfina y la heroína", lo cual "socavará la soberanía" de este país devastado por la guerra y la pobreza.
"Eso conducirá a mayores disturbios. Todo el dinero comprometido —si es que llega realmente a Afganistán— no servirá para nada si eso sucede", consideró el experto.
Las diferencias entre la asistencia prometida y lo que en realidad ha recibido Afganistán han sido dramáticas.
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Los donantes anunciaron en la conferencia celebrada en enero de 2002 en Tokio, apenas un mes después de la caída del régimen del movimiento islamista Talibán, aportes por 5.000 millones de dólares a lo largo de un lustro, 1.700 millones para ese mismo año.
Pero Afganistán apenas pudo asignar 150 millones a tareas específicas de reconstrucción.
Ocurre que la cifra de 1.700 millones de dólares se redujo luego a un compromiso firme de 1.100 millones, de los cuales se desembolsaron 900 millones. Setenta por ciento de esa suma se asignó a ayuda de emergencia, como el suministro de alimentos y el retorno de los refugiados.
La resta da 250 millones de dólares. Los apenas 150 millones que quedaron luego de deducir el pago de salarios pudieron entonces dedicarse a educación, salud, seguridad alimentaria y programas sociales.
Los afganos han tenido en el pasado escaso control sobre la asistencia que recibieron. La mayor parte del dinero queda en manos de organizaciones no gubernamentales occidentales y empresas de los países donantes comprometidos en proyectos de desarrollo.
"Los que más ayuda necesitan, como los campesinos, las familias, la población rural, no ven ese dinero", dijo Reinert. "La política de desarrollo de Afganistán es un mito. Allá no se ve prácticamente nada de eso."
Funcionarios afganos han presentado quejas por el modo en que se maneja la asistencia. Una comisión conjunta del gobierno en Kabul y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) procurará asegurarse de que la población del país tenga voz en la dirección que toman esos fondos.
Pero, al parecer, la ayuda se concentrará en la seguridad, en la erradicación de cultivos de adormidera y en apuntalar el sistema educativo para impedir que surja otra generación de terroristas.
Afganistán produce la amapola con que se produce 90 por ciento del opio y la heroína del mundo, lo cual representa el mayor desafío para la influencia occidental en este país de Asia central y la más evidente fuente de conflicto.
Occidente quiere supervisar, más que dejar el problema en manos de las autoridades afganas.
"El dinero debería emplearse para políticas y de manera que ayude al gobierno afgano a ayudarse a sí mismo", afirmó Reinert.
La ayuda ofrecida a Afganistán está vinculada con la erradicación de la adormidera, lo cual, según el experto, resulta peligroso. "El dinero debería utilizarse para ayudar a los afganos a hacer buen uso del opio producido, no a eliminar sus cultivos", opinó.
La reunión en Londres se celebró en medio de una espiral de violencia en el sur de Afganistán, desatada por integrantes de Talibán o de grupos afines. The Senlis Council considera que la erradicación forzada de cultivos ilegales podría exacerbar los disturbios.