«Como una virgen», la canción de Madonna de los años 80, suena incongruente desde un enorme parlante plateado en un rincón de un bar de Isiolo, pueblo polvoriento lleno de nómadas y animales escuálidos en los confines del desierto de Kaisut, en el norte de Kenia.
Los parroquianos son residentes de la zona y camioneros en tránsito hacia Adis Abeba, Mogadiscio y Nairobi. El vapor de la transpiración que emiten los cuerpos de la multitud danzante se eleva en el fresco aire nocturno.
El sonido de las botellas rompiéndose en el piso pedregoso —viscoso por el alcohol derramado junto con la comida rancia— se agrega a la cacofonía.
Aunque un gran cartel reza "Sólo adultos" en letras rojas y brillantes, Úrsula (nombre ficticio), de apenas 12 años, también está aquí. Es integrante de lo que en Isiolo se denomina la "generación Coca Cola".
"A estas niñas les dicen así porque, para tener sexo con ellas, todo lo que debes hacer es comprarles una Coca Cola", rió Saafo Gedi, uno de habitués del bar.
Pero para Khadija Rama, fundadora del programa Pepo la Tumaini Jangwani ("Viento de esperanza en el desierto", en swahili), de Isiolo, la existencia de la generación Coca Cola es motivo de preocupación, no fuente de diversión.
"Aquí, la gente llama a las jóvenes prostitutas de entre nueve y 13 años 'las Coca Colas', y a aquellas que tienen entre 13 y 16 'las Nikes' —como el calzado deportivo—, porque tener sexo con ellas es más caro", dijo a IPS Rama, cuya organización es conocida, sencillamente, como Tumaini.
Inevitablemente, el sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida) floreció en este escenario, aunque muchos niegan el efecto de la pandemia en sus localidades, que albergan a las comunidades étnicas borana, meru, turkana y somali, de mayoría musulmana.
"Nuestros cementerios están llenos de muertos por el VIH (virus de inmunodeficiencia humana, causante del sida), todos musulmanes. Y los bares están llenos de jóvenes prostitutas, todas musulmanas", susurró Christine Osedo, quien trabaja con Rama en Tumaini.
Pero "la comunidad dice que 'los musulmanes no contraen sida' y que 'las musulmanas no son trabajadoras sexuales'", advirtió.
Según el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH-Sida (Onusida), la prevalencia de este virus en Kenia es de 6,7 por ciento.
Parece que todos tienen un papel que jugar en mantener las ilusiones de Isiolo.
"Durante el día vestimos buyi-buyi (togas negras) y velos. Por la noche usamos ropas sueltas. Así, nadie sabe que somos prostitutas", relató Ursula.
Durante mucho tiempo, esta vasta y árida frontera septentrional de Kenia estuvo olvidada por las autoridades de Nairobi.
Pero la organización no gubernamental de Rama hace lo que puede para distribuir medicamentos antirretrovirales a personas cuyos sistemas inmunológicos comenzaron a decaer. Organizaciones de lucha contra el sida calculan que unas 200.000 personas necesitan esos fármacos en Kenia.
Tumaini también brinda asesoramiento psicológico a los portadores del virus, dirige una escuela para huérfanos del sida y brinda refugio a mujeres expulsadas de sus comunidades por haber contraído el VIH.
Entre ellas figura Anna Longori, una turkana viuda rechazada por su familia.
"Me siento enferma. Mi familia me dijo que no me quería, porque soy una mujer mala que les trajo vergüenza. Tumaini es mi familia ahora", dijo Longori a IPS.
Aziza Ngaruthi, de una aldea en el distrito de Meru, acudió hace pocos meses a Tumaini, pero para brindar su ayuda, luego de que el sida se cobrara la vida de su hermana menor.
"Las personas de mi comunidad odiaban a mi hermana por tener VIH/sida. ¡Incluso odiaban a sus hijos! Entonces decidí venir para entrenarme, para poder enseñar a los otros a no odiar", dijo Ngaruthi.
Sin embargo, Tumaini también quedó atrapada en una lucha cada vez más agria con ciertos miembros de la conservadora comunidad de Isiolo.
"Los hombres de aquí consideran que las mujeres somos ciudadanas de tercera clase. Así que, especialmente cuando abordamos los problemas del sexo y la sexualidad, se enojan mucho", dijo Rama.
"Los hombres dicen que fanfarroneamos o que intentamos competir con ellos. Se supone que las mujeres debemos ser sumisas, y cuando tomamos la iniciativa los hombres se ofenden."
Entre las cuestiones más preocupantes mencionó el "jaal", práctica común a los borana y otros grupos: que los hombres compartan sus esposas con otros. "Es sólo una excusa para la promiscuidad", sostuvo Rama. Y también, agregó, un camino ideal para la propagación del sida.
El borana Ibrahim Abdullahi se quejó por la resistencia que Rama opone a esta tradición. "El jaal es parte de nuestra cultura. Khadija (Rama) es una estúpida, no respeta nuestras costumbres", dijo, enojado.
"El jaal promueve la unidad entre los hombres de nuestra tribu, la fortalece. Pero esta mujer se piensa que es un hombre y quiere destruir a la tribuà ¡La enfrentaremos!", afirmó.
Sin embargo, Rama nunca tuvo miedo de una pelea. Las desiguales cicatrices estampadas en sus manos y brazos dan testimonio de eso.
"Una noche, luego de que Khadija habló en una reunión donde recomendaba el uso del condón, algunos hombres la atacaron en su casa. Intentaron matarla con una panga (cuchillo que se utiliza para cortar vegetación), pero Khadija no se dejó derrotar", dijo Stephen Fani, encargado de asuntos alimentarios en Tumaini.
El incidente fue "puro robo", como lo minimizó Rama. La activista dijo creer en "un solo refrán" en su lucha contra la discriminación de género y contra el sida: "Los hombres siempre tendrán su voluntad, pero las mujeres tendrán su camino."
Rama no sólo fue clasificada como traidora a la cultura, sino también a la religión.
"Estos condones no son el camino del Islam", espetó Abdiker Mohammed, miembro de un clan somali. "Khadija no es una buena mujer del Islam. ¡Estos condones son los culpables de que haya tanto sexo!".
Pese a esta ola de negación furibunda, Rama y sus seguidoras se han ganado el apoyo de una figura clave: el imán (líder religioso) local Rashid Haroun, que comenzó a predicar sobre los peligros del sexo riesgoso.
También abordó el abuso de las mujeres y la estigmatización de infectados y afectados por el sida.
"En Isiolo veo más gente que acepta que el VIH/sida es una amenaza real para los musulmanes, no una enfermedad occidental y cristiana, sino de la humanidad entera", dijo Haroun.
Aunque estas palabras sean alentadoras para Rama, la activista no se hace ni una pausa para saborearlas. En Tumaini no hay tiempo para la complacencia.
"Esta guerra será larga", dijo.
"Hoy saldremos y pondremos los condones en los bares nuevamente. Y otra vez muchas personas se reirán de nosotros o se pondrán furiosas. Pero puede ser que sólo un hombre use los condones, y entonces nuestros esfuerzos habrán valido la pena", afirmó.