SALUD-BRASIL: Muertes maternas dejan marca indeleble

El fallecimiento de una madre en el parto es un golpe terrible para la familia que se apresta a vivir una circunstancia de alegría y esperanza. Las muertes (más de 90 por ciento evitables en Brasil) quedan ligadas a la nueva vida, y sus secuelas afectivas pueden ser permanentes.

Carmem Carneiro, una periodista de Porto Alegre, sur de Brasil, sufre desde marzo la pérdida de su hija Marina, muerta a los 25 años en el parto.

"Su muerte derrumbó a mi familia" de cinco hijos: el de 19 años está bajo tratamiento psicológico y neurológico, el más joven, de 17 años, se fue a otra ciudad porque "no logra asimilar la muerte de la hermana", y otro cayó en depresión, pero se niega a tratarse.

El embarazo iba muy bien hasta que Marina registró una hipertensión y el feto dejó de crecer. El médico no supo interpretar una ecografía y dejó que la tragedia sucediera en una cesárea de emergencia con "preeclampsia, hemorragia, falencia múltiple de los órganos y muerte", mientras la hija nacía a los 34 meses de gestación con solo 1,6 kilogramos de peso, relató Carneiro a IPS.

Las muertes maternas no son numerosas en comparación con otras causas de mortalidad femenina como el cáncer, en este país de más de 184 millones de habitantes. Son casi 3.000 al año, pero provocan muchas secuelas, destruyen familias y afectan a muchas personas cercanas, señaló la médica Ana Cristina d'Andretta Tanaka, profesora de la Universidad de Sao Paulo y experta en el tema.

Son "muertes evitables de mujeres jóvenes", que ocurren por complicaciones en el embarazo, el parto o en los 42 días siguientes (el puerperio), explicó en un encuentro promovido el miércoles por la Red Feminista de Salud (RFS) en la ciudad sureña de Sao Paulo, para sensibilizar a periodistas sobre estos asuntos.

El parto es un momento de vida, de esperada alegría, en el que irrumpe la muerte dando pie a varios dramas, incluyendo el hijo recién nacido y huérfano.

El marido de Marina vio su "vida arruinada", pero asumió el cuidado de la hija, Manuela, "con mucha atención y dedicación exclusiva", relató Carneiro, pero el dolor de todos los allegados es muy fuerte y "solo el tiempo podrá amenizarlo".

"Vivo un sentimiento de indignación, porque perder una hija así es inaceptable", pero "hago tratamiento psicológico y tomo antidepresivos" para mantenerme "aparentemente fuerte, pues necesito recuperar a mis hijos", acotó. El dolor alimenta el trabajo social de Carneiro contra la mortalidad materna.

La RFS, que agrupa a unas 250 entidades de mujeres, centros de investigación y organizaciones no gubernamentales o sindicales, busca dar "mayor visibilidad" al problema con seminarios, publicaciones y actuación junto a los medios de comunicación, dijo la secretaria ejecutiva de la Red, Fátima de Oliveira.

Reducir en 75 por ciento la mortalidad materna hasta 2015 es uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, acordados por la Organización de las Naciones Unidas en septiembre de 2000, y que incluyen asimismo un abatimiento de dos tercios de la mortalidad infantil.

Las metas tienen como base de comparación los indicadores de 1990, pero aún así será difícil alcanzar la reducción de mortalidad materna en muchos países, porque cae muy lentamente o se estabilizó, como ocurre en Brasil.

El indicador, la razón de mortalidad materna (RMM), se expresa en la cantidad de muertes por cada 100.000 nacidos vivos y no por la cantidad de embarazadas, dato que se considera imposible de obtener.

La RMM de Brasil fue en 2002 de 54 muertes por 100.000 nacidos vivos, según Tanaka, pero es un dato claramente subestimado porque los médicos raramente apuntan esa causa de muerte. El índice real puede ser el doble, estimó la integrante de la Comisión Nacional de Mortalidad Materna, añadiendo que el subregistro es un fenómeno mundial.

La RMM oficial se mantiene estable en torno a 50 por 100.000 desde fines de la década de 1980, y ciertamente se elevó un poco en los dos últimos años, observó Tanaka.

Es muy inferior al promedio mundial de 254,4 por cada 100.000, y al sudamericano, de 138,6, pero muy superior al europeo (de sólo 9,9 muertes), y especialmente al canadiense, de apenas tres muertes maternas por 100.000 nacidos vivos, destacó.

En América Latina y el Caribe se estima que cada año mueren 23.000 mujeres por complicaciones del embarazo o el parto.

Las dificultades para mejorar este indicador y el aumento de los últimos años obedecen a la desorganización de los servicios públicos de salud de Brasil, a la mala formación de los médicos y al abuso de las cesáreas, que ya se aplican en cerca de 40 por ciento de los partos, evaluó Tanaka. La cesárea multiplica por siete los riesgos de muerte materna.

Las causas directas de esas muertes son principalmente el síndrome de hipertensión que lleva a la eclampsia, las hemorragias, las infecciones y el aborto, en ese orden, pero cerca de 10,5 por ciento de los casos se deben a problemas "obstétricos indirectos", como el agravamiento de diabetes, cardiopatías y otras enfermedades previas.

La mortalidad materna por aborto inducido es poco notificada, ya que la interrupción del embarazo sigue siendo un delito en Brasil. En este caso, a los daños ya severos e irreversibles de la muerte se agregan la "vergüenza, el sentimiento de culpa" y la discriminación social.

Esas casi 3.000 muertes anuales "tienen culpables", pues se trata de fallecimientos evitables en más de 90 por ciento de los casos. El asunto ya fue discutido, se firmó en 2004 un Pacto Nacional por la reducción de la mortalidad materna, y desde los años 80 se constituyeron centenares de comités estaduales y locales, con participación social, para observar el proceso.

Para activar la movilización social, la RFS propone crear una Asociación Nacional de Familiares de Víctimas de Muerte Materna que ayude a dirigir la solidaridad a esas personas, y un debate público para superar el conformismo según el cual esos fallecimientos son "naturales o voluntad de Dios".

La mortalidad materna refleja "la inequidad social", afirmó Tanaka, observando que la prensa y los políticos la tratan como "algo poco importante", en contraste con la mortalidad infantil, por ejemplo, pues sus principales víctimas son mujeres pobres, y especialmente las afrodescendientes.

Gran parte de esas muertes se deben a la lógica económica que domina cada día más la medicina, estimulando las cesáreas que rinden más, especialmente en las noches o los fines de semana, cuando los médicos pueden cobrar un "adicional de 30 por ciento", sostuvo el ginecólogo Thomas Gollop.

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