Antes de la guerra, el combustible en Iraq era abundante, a pesar de las sanciones de la ONU que limitaban el acceso de la población a muchos recursos. Tras la invasión encabezada por Estados Unidos en 2003, la escasez es evidente.
En el subsuelo de Iraq se ubica tiene la segunda reserva de petróleo del mundo, pero los iraquíes son obligados a esperar en filas insoportablemente largas para comprar pequeñas cantidades de gasolina o queroseno.
Durante el régimen de Saddam Hussein (1979-2003), el programa humanitario Petróleo por Alimentos de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) estableció cuotas para la producción petrolera de Iraq, las cuales solían ser excedidas ilegalmente.
El gobierno de Saddam Hussein mantuvo un estrecho control de seguridad en los pozos y cañerías, así el suministro no sufría interrupciones. El litro de gasolina costaba el equivalente aproximado a tres centavos de dólar.
El queroseno también era barato, si bien una confiable red de distribución de electricidad reducía la necesidad de generadores domésticos y, por lo tanto, también la demanda de ese producto.
"Solíamos obtener gasolina y queroseno muy fácilmente durante el invierno", dijo Hussein Rudha, un taxista de Bagdad. "Ni siquiera teníamos problemas de racionamiento. Los precios eran muy bajos".
Luego de la caída del régimen de Saddam Hussein, en abril de 2003, la situación de la seguridad en Iraq se deterioró con rapidez. Los oleoductos fueron saboteados más de 200 veces, lo cual redujo la provisión local.
Gran parte del combustible iraquí es controlado por empresas extranjeras, contratadas por Estados Unidos para administrarlo a comienzos de la guerra.
Los iraquíes creen que el combustible producido en Iraq es exportado y que el disponible en el mercado local es importado de Kuwait y otras naciones petroleras del Golfo.
La escasez cambió drásticamente la vida diaria en Iraq. A los vehículos de Bagdad sólo se les permite circular en ciertos días: los de matrícula par, en fechas pares, y los de matrícula impar, en las impares.
Algunas familias adineradas poseen dos automóviles, uno con matrícula par y la otra impar, para disponer de transporte todos los días.
Además, los conductores solo pueden cargar combustible los días en que sus vehículos pueden circular, lo cual se sumado a las largas colas frente a las gasolineras.
"Esperaba hacía 13 horas en fila, desde la mañana, cuando una patrulla estadounidense me avisó que el toque de queda estaba por comenzar. Así que desperdicié todo el día", dijo el periodista iraquí Isham Rashid.
La espera no es solo molesta, sino también peligrosa. Un día, me encontraba grabando en vídeo una cola frente a una gasolinera. Omar, mi asistente, tomaba fotografías. Nuestro conductor, Hussein, nos dijo de repente que ocultáramos las cámaras.
Terminé de grabar y escondí el aparato. En ese momento, irrumpió en el lugar un tanque estadounidense, y pasó tan cerca que casi lo podíamos tocar.
Las frecuentes patrullas del ejército estadounidense fuera de la ciudad y en las carreteras son para los iraquíes una fuente de tensión y ansiedad.
"En las largas colas de las gasolineras tememos ser heridos por un coche-bomba o en un tiroteo. Mientras, perdemos un día entero sin trabajar", dijo Khulood, refugiado en Bagdad.
Las restricciones a la circulación y las colas tuvieron un enorme impacto sobre el desempleo, dado que los choferes son algunos de los pocos iraquíes que aún pueden encontrar trabajo en la capital.
La clase media, que perdió sus anteriores privilegios profesionales y las posibilidades de estudiar, logró convertir sus vehículos en una herramienta de trabajo. "Soy taxista porque no pude seguir estudiando. Todo está muy difícil", dijo Hussein, que tiene poco más de 20 años.
El queroseno, antes abundante y barato, es ahora escaso y caro. Para colmo, la infraestructura eléctrica colapsó con la invasión. La falta de queroseno obliga a muchas familias a quedarse sin electricidad para calentar sus viviendas en el invierno.
"Cuando llegamos a Bagdad, mi hijo tenía nueve días de edad, y no teníamos nada para mantener el calor. Tuvimos que cubrirlo con un montón de mantas", dijo Khulood.
La escasez abrió paso a un gran mercado negro, que cada vez actúa de manera más publica en la capital iraquí.
En algunos lugares, a la sombra de los edificios, hombres de entre 20 y 40 años se sientan en sillas improvisadas con los pies encima de contenedores de gasolina. Esa es la señal para quienes quieren evitar las colas.
En las carreteras y en los suburbios de Bagdad, es frecuente encontrar a niños con tanques, al sol o a la sombra de un árbol de dátiles.
Los más ambiciosos se arriesgan a hacerle señas a los vehículos que pasan, con las botellas de plástico cortadas que les sirven de embudos.
Una vez, nuestro automóvil se quedó sin combustible en la carretera. Le pedimos a un niño que nos llenara el tanque y le pagamos con un billete abultado. El niño debió correr a una gasolinera cercana en busca de cambio.
Cuando nos alejábamos, lo vimos dirigirse a la misma gasolinera con su bidón vacío, seguramente para llenarlo.
La escasez es apenas uno de muchos problemas, pero se ha convertido en un símbolo del fracaso de la ocupación. La economía no podrá estabilizarse hasta que no se solucione la cuestión petrolera, y no habrá prosperidad si las ganancias del sector continúan abandonando el país.
La flamante Constitución iraquí no hace más que exacerbar los problemas, pues abrió paso a la privatización de los campos petroleros y a la concesión a corporaciones multinacionales de la enorme riqueza que yace bajo el subsuelo iraquí.
Como consecuencia, los iraquíes continúan haciendo prolongadas colas para comprar una gasolina escasa y cara.
Mientras esperamos en línea frente a la gasolinera, pasa otro tanque estadounidense. Hussein sentencia, y no parece errado: "Ésta es la nueva Constitución." (