El vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, asumió la tarea de defender a su jefe, el presidente George W. Bush, atacando a los críticos que reclaman cada vez con mayor ahínco la retirada de las tropas de Iraq.
Cheney dijo el lunes ante el auditorio del centro de estudios neoconservador American Enterprise Institute que la sugerencia de "algunos senadores" de que Bush "engañó a propósito al pueblo estadounidense" antes de la guerra en Iraq era "deshonesta y reprensible".
"Cualquier insinuación de que la información anterior a la guerra fue distorsionada, exagerada o fabricada por el líder de la nación es completamente falsa", sostuvo el vicepresidente, en su segunda aparición pública en menos de una semana.
"Este revisionismo es de la variedad más corrupta y desvergonzada", concluyó.
Pero Cheney intentó, en general, concentrar su discurso en el American Enterprise Institute en las desastrosas consecuencias que, según él, tendría la retirada de Estados Unidos de Iraq. En ese caso, pronosticó, la red terrorista Al Qaeda tomaría el poder en ese país.
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"¿Estados Unidos y otras naciones libres estarían mejor o peor con (Abu Musaba al-) Zarqawi, (Osama) bin Laden y (Ayman al-) Zawahiri controlando Iraq?", preguntó. "Estaríamos más o menos seguros con Iraq gobernada por un hombre que pretenda destruir nuestro país?"
Cheney se retiró del American Enterprise Institute sin contestar preguntas, algo raro al tratarse de la audiencia más amigable posible para el vicepresidente.
En los últimos meses, la aprobación de la gestión de Cheney ha caído, según las encuestas, más abrupta y aceleradamente que la de Bush: apenas 19 por ciento de los entrevistados dijeron tener de él una opinión favorable.
Ex funcionarios del gobierno de Bush y legisladores del opositor Partido Demócrata identificaron la oficina del vicepresidente como un centro de manipulación de datos de inteligencia con el fin de fabricar argumentos para la guerra en Iraq.
Cheney también se opuso con fuerza al proyecto legislativo que prohibiría a funcionarios estadounidenses perpetrar actos de tortura e inhumanos en territorio extranjero, lo que desató sobre él intensas críticas, tanto de republicanos como de demócratas.
La aparición pública de Cheney fue la última de una nutrida serie de altos funcionarios del gobierno, incluidos el propio Bush, el secretario (ministro) de Defensa, Donald Rumsfeld, y el consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Stephen Hadley.
El propósito fue doble. En primer lugar, trataron de refutar las acusaciones sobre manipulación de datos de inteligencia antes de la guerra en Iraq, para convencer a la ciudadanía estadounidense de que el régimen de Saddam Hussein mantenía programas de armas de destrucción masiva y vínculos con Al Qaeda.
En segundo término, intentaron contrarrestar la presión sobre el Congreso legislativo para que retire una cantidad sustancial de soldados estadounidenses de Iraq antes de las elecciones legislativas del mes próximo.
Los dos asuntos no tienen un vínculo directo. Pero las encuestas indican que un porcentaje similar de los entrevistados creen que hubo engaño antes de la invasión y que las tropas deben retirarse más temprano que tarde.
El gobierno fue atrapado con la guardia baja a comienzos de la semana pasada. Una mayoría de los senadores republicanos se unieron a los demócratas al votar en favor de una norma que establece plazos para la transferencia de las funciones de seguridad en Iraq durante 2006.
Esa votación fue interpretada como una señal de poca confianza del oficialismo en el manejo de la guerra por parte del presidente Bush.
Pero lo peor para el gobierno llegó cuando finalizaba la semana y el representante demócrata John Murtha reclamó la retirada de los 150.000 soldados estadounidenses de Iraq en un periodo de seis meses a partir de las elecciones del 15 de diciembre.
Según el plan de Murtha, permanecerían en el país del Golfo una fuerza de reacción rápida compuesta por infantes de marina para impedir que Al Qaeda o sus asociados tomen el poder o usen territorio iraquí.
El gobierno y los legisladores republicanos reaccionaron con furia y acusaron a Murtha, él mismo un infante de marina condecorado, de "golpear y huir" y de asistir al enemigo.
Luego de un intenso debate en la Cámara de Representantes la semana pasada, los dirigentes del Partido Republicano parecieron darse cuenta de que atacar a una figura como Murtha fue un error, al punto que el propio Bush salió en público el domingo a calificarlo de "hombre fino y bueno".
Cheney hizo lo propio ante la American Enterprise Institute: Murtha, afirmó, es "un hombre bueno, un marine, un patriota, y tiene una posición clara en una discusión legítima".
Pero luego se lanzó al ataque de quienes aseguran que su gobierno infló los argumentos para ir a la guerra y de aquellos que cometen un acto de "pesimismo contraproducente" de promover la retirada de las tropas.
"La única chance de victoria de los terroristas es que huyamos de la lucha. Ellos desprecian nuestros valores, dudan de nuestras fuerzas y creen que Estados Unidos perderá el coraje y bajará la guardia", sostuvo.
Cheney citaba una carta supuestamente escrita por el número dos de Al Qaeda, Ayman al-Zawahiri, al líder de la organización en Iraq, Abu Musab al-Zarqawi, y, según el gobierno de Bush, interceptada por fuerzas estadounidenses en julio.
"Pero esta nación ha decidido no retroceder ante la brutalidad, y nunca vivir a merced de tiranos o terroristas", sentenció.
Cheney argumentó, además, que tanto demócratas como republicanos autorizaron en el Congreso legislativo acciones militares contra Saddam Hussein en octubre de 2002, al considerar que los supuestos programas armamentistas iraquíes constituían una "amenaza".
Pero esta vez, el vicepresidente no aseveró —como en ocasiones anteriores— que los legisladores habían apreciado entonces los mismos datos de inteligencia que el gobierno poseía antes de la guerra.
Esa afirmación fue rechazada por demócratas, buena parte de la prensa e incluso algunos republicanos.
Por otra parte, en su intervención ante el American Enterprise Institute Cheney se concentró en la cuestión de las armas, sin referirse en ninguna ocasión a los también desmentidos vínculos estrechos entre el régimen de Saddam Hussein y Al Qaeda.
De todos modos, las menciones a Al Qaeda sugieren que Cheney y sus aliados neoconservadores se consideran la última barrera al colapso total de la política estadounidense en Iraq.
Lo mismo han asegurado en los últimos días importantes figuras del sector neoconservador del gobierno, como Richard Perle y Bill Kristol.
"Perder contra los terroristas en Iraq sería intolerable. La retirada inmediata de Iraq es la receta de la catástrofe", escribieron a cuatro manos Kristol y el también neoconservador Robert Kagan, en el editorial de la revista The Weekly Standard de esta semana.
Visto desde otra perspectiva, la intensa actividad de los defensores de la guerra en torno de ese argumento da testimonio del abrupto cambio del clima político en Washington.