Las autoridades de China quieren que la economía nacional no sólo crezca rápido, sino que crezca «verde»: de manera sustentable y sin agotar los recursos naturales.
A tales efectos, el gobierno solicitó a los encargados de la planificación que desarrollaran un nuevo indicador del crecimiento de la actividad económica para tomar en cuenta los costos del impacto ambiental y del consumo de los recursos naturales.
Este nuevo interés por un producto interno bruto verde (o "PIB verde") refleja que, si bien muy lentamente, el gigante asiático se está apartando de un modelo de crecimiento económico a cualquier costo y acercándose a un modelo de desarrollo sustentable.
El borrador del nuevo plan de desarrollo económico quinquenal que acaba de publicar el gobierno pone énfasis en la necesidad de conservar los recursos naturales.
Los dos indicadores que caracterizaron el milagro chino en los últimos veinte años —el PIB en espectacular aumento y los ingresos disponibles también en ascenso—, ya no serán suficientes para evaluar la gestión económica del gobierno.
[related_articles]
Al hacer a las autoridades locales responsables por el despilfarro de los recursos naturales, la contaminación y otros daños que resulten de la actividad económica, Beijing espera poner freno a un acelerado proceso de deterioro ambiental.
Pero en su empeño por "volverse verde", el gobierno de China tendrá que sortear un desafío: cómo asegurar que se cumplan las nuevas reglas sin que ello afecte negativamente el crecimiento de la actividad económica.
Consideremos apenas algunos de los dilemas que se avecinan.
Salvar los ríos del país es uno de los llamamientos reiterados tanto de los funcionarios preocupados por la preservación del ambiente como de los activistas de las organizaciones ecologistas, debido a que más de la mitad de las aguas de los siete principales cursos de agua de China están contaminadas.
Pero proteger los ríos significa afrontar enormes necesidades energéticas recurriendo a centrales alimentadas a carbón, que hoy en día aportan dos tercios de la electricidad, pero son una de las causas principales de la contaminación del aire.
Los grados de contaminación pueden llegar a cuadruplicarse en los próximos 15 años si el país no consigue disminuir su consumo de energía, advirtió Zhang Lijun, un alto funcionario de la Agencia Estatal para la Protección del Ambiente.
Las emisiones de dióxido de azufre en China fueron las más altas del mundo en 2004, y ocasionaron lluvias ácidas en 30 por ciento del territorio, indicó un informe de la SEPA.
Los partidarios de mantener un gran crecimiento del PIB, y por lo tanto, un gran consumo energético, piensan que hay que generar energía de cualquier manera y sostienen que la clave radica en construir más represas hidroeléctricas, que ven como una solución ecológica.
El Ministro de Recursos Hídricos, Wang Shucheng, predijo que la construcción de centrales hidroeléctricas alcanzaría un pico de crecimiento en los próximos 20 o 25 años, a medida que se represen los pocos ríos que aún fluyen libremente.
Sólo en la cuenca del río Yangtzé están planificadas o ya en construcción no menos de 46 grandes represas, según la Revista Internacional de Represas y Energía Hidroeléctrica. Aunque diseñadas para evitar inundaciones devastadoras y para producir energía sin emitir sustancias contaminantes, muchas se edificaron en parte para evitar la acumulación de sedimentos en la central hidroeléctrica de Tres Gargantas, la más grande del mundo.
Los embalses que resultan de la construcción de estas represas no sólo destruyen el ecosistema sino que obligan a desplazar a miles de habitantes.
Pese a que el gobierno sostiene que el uso de la energía hidroeléctrica contribuyó a aumentar la calidad de vida de la población, investigadores chinos estiman que alrededor de 60 por ciento de los 16 millones de habitantes desplazados por la construcción de represas desde la revolución comunista de 1949 siguen siendo pobres.
Todo esto agrega una dimensión social al dilema que enfrenta Beijing. Los campesinos de las áreas rurales pobres ya no son más la fuerza silenciosa detrás del espectacular crecimiento del país. Cada vez más se los ve protestando contra la construcción de estas represas, la contaminación de los ríos y la deforestación.
Obligados a seguir metas y lineamientos contradictorios, no resulta sorprendente que los funcionarios hagan declaraciones confusas. El ministro de Recursos Hídricos que promovía el crecimiento hidroeléctrico a gran escala, dijo hace poco que el país debía limitar la actividad económica cerca de los principales ríos y reducir su radio de utilización para proteger el ambiente.
"Nuestra tarea prioritaria es mantener el ambiente natural y la vida sana de los ríos, no explotar los recursos hídricos a cualquier costo", dijo Wang Shucheng en un foro sobre conservación celebrado en octubre en Zhengzhou, en la centro-oriental provincia de Henan.
Beijing deberá aceptar concesiones en todos y cada uno de los ambiciosos planes que se desprenden de sus nuevos lineamientos ambientales, y deberá confrontar los efectos de su éxito económico.
A medida que los más ricos pretenden emular el estilo de vida y de consumo de sus pares en países industrializados, la flota de automóviles se dispara y las ciudades chinas están asfixiadas por el tráfico y la contaminación.
Las ventas de autos crecieron un promedio de 50 por ciento anual en los últimos tres años y, según los pronósticos oficiales, las ventas pasarán de 4,4 millones de unidades en 2003 a 13 millones anuales en el próximo decenio.
Las autopistas de China tendrán que soportar un total de 130 millones de vehículos en 2020, para cuando esta nación habrá superado a Estados Unidos en el número total de automóviles.
Obviamente, este fenomenal crecimiento del parque automotor preocupa a los ambientalistas. China ya es el segundo mayor productor de gases de efecto invernadero, que contribuyen al recalentamiento global del clima.
Estos gases, el principal de los cuales es el dióxido de carbono, son emitidos fundamentalmente por la combustión de petróleo, carbón y gas, y se acumulan en la atmósfera, acentuando el efecto invernadero natural.
Si no se controlan, las emanaciones chinas de dióxido de carbono en los próximos veinte años neutralizarán cualquier esfuerzo del resto del mundo para reducir esta contaminación atmosférica.
El año pasado, el gobierno anunció que introduciría normas más estrictas para la fabricación de vehículos más eficientes en el consumo de combustible. También se está discutiendo cargar con más impuestos las compras de automóviles.
Pero poner límite al prodigioso crecimiento del mercado de autos en China no sólo es difícil sino políticamente explosivo. La industria automotriz china, la de mayor crecimiento en el mundo, es uno de los pilares de la economía del país, es una fuente de empleo y aporta cuantiosos recursos fiscales.
Para la clase media china, adquirir uno o dos autos significa aspirar a alcanzar la calidad de vida del mundo industrial.
Los ambientalistas reconocen que arruinar el sueño a la clase media es casi tan difícil como persuadir a los funcionarios que abandonen su afición a los exorbitantes índices de crecimiento.
"China ya no se puede dar el lujo de sacrificar las preocupaciones ambientales" dice Xue Ye, director ejecutivo de Amigos de la Naturaleza, la asociación civil pro-ambientalista más importante de China.
"El problema es que la política ambientalista del gobierno todavía no se ha traducido en una legislación acorde, y aún cuando esta exista, habrá que ver cómo se implementa y se hace cumplir en el plano local", agregó. Al menos en el papel, el gobierno prometió que para el undécimo plan quinquenal (2006-2011) destinará a la protección del ambiente el equivalente a 169.000 millones de dólares, lo que significa 1,6 por ciento de su PIB, una proporción que duplica la dedicada a estos asuntos a principios de la década de los 90.
Un estudio efectuado en 2004 por la Agencia Estatal para la Protección del Ambiente encontró que las autoridades locales en todo el país no lograron concretar las metas ambientales fijadas en el plan quinquenal anterior.
Funcionarios admiten que muchos mecanismos para reducir las emisiones de gases contaminantes se quedaron cortos y que cerca de 700 proyectos para reducir la contaminación de las aguas (la mitad de los que Beijing tenía previsto para el período 2001-2005) ni siquiera se comenzaron a construir.