El olor ácido de materiales quemados todavía contamina el aire y los ánimos en la ciudad india de Gohana, tres semanas después del ataque incendiario contra la comunidad dalit, la más oprimida del sistema de castas de la tradición hindú.
Los dalits (oprimidos en hindi) que suman 160 millones de la población india de más de 1.000 millones, sufrieron un duro golpe el 31 de agosto, cuando hombres de la casta superior jat perpetraron un incendio masivo de hogares en Gohana, distante apenas 90 kilómetros de Nueva Delhi.
A los jats que atentaron contra el vecindario dalit de Gohana les importó poco la proximidad de la capital de un país que aspira al liderazgo mundial. Buscaban vengar la muerte de uno de los suyos, presuntamente cometida por un dalit.
En lo que queda de una de las casas incendiadas se sienta Jewanti, sola y todavía traumatizada por el devastador ataque a su vecindario.
"¿Cuál fue nuestra culpa? Tengo tanto miedo de ser dalit (intocable). No nos ha quedado nada aquí y no estaremos seguros en ninguna parte", sollozó Jewanti, señalando las paredes ennegrecidas de su casa de dos pisos, donde todo lo combustible quedó reducido a cenizas y desaparecieron los objetos de valor.
Lo único reconocible es una motocicleta chamuscada que pertenecía a su hijo, quien como la mayoría de los 1.500 habitantes de Balmiki Basti, el barrio dalit, todavía no ha regresado por miedo a la violencia.
Si nadie murió en el feroz ataque fue porque los residentes de las 150 casas de Balmiki Basti fueron alentados por la policía a huir un día antes, en un patético reconocimiento de que los jats, dedicados a la agropecuaria y propietarios de tierras, son los que llevan la voz cantante en el norteño estado de Haryana, donde se encuentra Gohana.
"Cualquiera puede ver que la policía sabía del ataque y que, pese a tener 200 efectivos en el área, prefirió retroceder y observar los saqueos y los incendios", dijo Subhash Gatade, quien lideró una misión de 15 miembros enviada por el Comité Contrario a las Atrocidades sobre los Dalits para hallar rastros del crimen en Gohana.
"Se suponía que la policía nos tenía que proteger de los jats, pero en lugar de hacerlo difundió el rumor de que estábamos por irnos, y la mayoría nos fuimos a casas de familiares en otras partes de la ciudad o hasta Nueva Delhi para salvar nuestras vidas", relató Ravi Kumar, uno de los pocos dalits que tuvo el valor de regresar.
Geeta, empleada municipal de Gohana, todavía dormía cuando los jats armados con "lathis" (bastones de bambú) y latas de combustible llegaron a Balmiki Basti en la mañana del 31 de agosto.
"Mi esposo y yo nos arreglamos para juntar algunas ropas y lo imprescindible, y sacamos a nuestros dos niños pequeños a través de una calle lateral, para salir de Balmiki Basti", dijo Geeta.
Pista Devi, quien trabaja para el municipio como barrendera, declaró que había enviado a la familia de su hijo lejos en la víspera del ataque, luego de oír rumores de una inminente acción jat, y se salvó sólo porque las llamas no alcanzaron la habitación del primer piso en la que se había escondido.
"Podíamos escuchar los estallidos de los cilindros del gas de la cocina. Cuando miramos, todo estaba oscuro por el humo, incluso a mediodía", recordó.
"La administración del distrito no se dio cuenta de la gravedad de la situación", dijo a IPS Dharampal Malik, legislador de la asamblea estadual de Gohana, intentando responder por qué los hogares dalits no fueron protegidos.
Poco después del asesinato de un joven jat, Baljeet Siwach, el 27 de agosto, presuntamente a manos de un dalit, la tensión comenzó a crecer en Gohana, obligando a las autoridades a desplegar policías estaduales para proteger la zona.
Pero "la policía se paró a un costado y observó cómo se quemaban nuestras casas porque somos dalits y no somos socialmente aceptables, mientras que los jats son muy poderosos en Haryana", explicó Inder, un peón dalit.
Hasta hace tres años, Inder y su esposa Sunita vivían como "hurgadores" (eufemismo oficial para referirse a la manipulación de basura) la tarea a la cual los dalits están supuestamente destinados, según las normas de las castas concebidas 3.000 años atrás.
Las escrituras hindúes separan a las personas en cuatro castas hereditarias, según un grado de "pureza": los brahmanes (sacerdotes), los shatriyas (soldados), los vaisyas (comerciantes) y los sudras (jornaleros). Dentro de este universo existen innumerables subgrupos.
Los dalits quedan fuera de ese sistema, por ser los más "impuros", y son considerados intocables en un esquema que los sociólogos califican como más pernicioso que el régimen de segregación racial del apartheid sudafricano.
El régimen de castas fue abolido en la Constitución de India, pero la tradición lo mantiene vivo.
La situación apremiante de muchos dalits atrajo la atención internacional en los últimos años. Conocidas organizaciones de derechos humanos, como Amnistía Internacional, han registrado su miseria continua.
Más de 100.000 atrocidades, incluyendo asesinatos y violaciones, son cometidas cada año contra los dalits, mayoritariamente en las áreas rurales conservadoras, y no en zonas urbanas como Gohana, según la organización no gubernamental Human Rights Watch, con sede en Nueva York.
El gobierno indio se muestra muy sensible a las críticas internacionales en la materia. En septiembre de 2001, bloqueó el tratamiento del fenómeno de las castas en la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, celebrada por la Organización de las Naciones Unidas en Sudáfrica.
"Más de medio siglo después de que India ganó independencia y libertad para todos los indios, la mayoría de los dalits continúan con vidas de privación, y cualquier modesta prosperidad que logren es envidiada por los grupos de las castas superiores", explicó Nandu Ram, profesor de sociología en la Universidad de Jawaharlal Nehru, de Nueva Delhi.
Según Inder, quien ahora pinta paredes para vivir, en Haryana los jats no quieren ver dalits con poder, y existe un enojo subyacente contra su creciente prosperidad, debido a que aprovechan las políticas de discriminación positiva para educarse y obtener puestos en la función pública.
Es común encontrar dalits viviendo normalmente y trabajando en bancos y entidades públicas u ocupando cargos gubernamentales y escaños parlamentarios reservados a su grupo por mandato constitucional.
En Balmiki Basti, las casas eran modestas, pero la mayoría estaban equipadas con comodidades modernas como televisores, heladeras y automóviles, y sus habitantes enviaban a sus hijos a estudiar y tenían dinero en cuentas bancarias.
Rampal, un miembro de la Concejo Municipal de Gohana, cree que la nueva prosperidad de los dalits despierta la ira de los jats de mentalidad feudal. "Ellos quieren que siempre seamos serviles y nos consideran ladrones. Cada vez que algo sale mal, ponen a la policía tras nosotros y nosotros nos escondemos", dijo.
Shalendar, un joven de 22 años, ve otras razones en el ataque. "Ellos (los jats) están tratando de quedarse con Balmiki Basti porque el valor de la tierra, en el centro de la ciudad, ha subido y se ha vuelto una propiedad codiciada", explicó.
Según Shalendar, el nombre Balmiki sugiere servilismo y vulnerabilidad, aunque debería tener connotaciones más elevadas, porque Balmiki fue un antiguo poeta dalit, a quien se atribuye una de las más importantes obras épicas del hinduismo, el "Ramayana", que narra la vida y la época de la deidad guerrera Rama.
Los Balmiki Bastis existen en muchas ciudades y aldeas del norte de India, y aunque pueden diferenciarse por el grado de prosperidad de sus habitantes, son equivalentes a guetos en los que vive población socialmente marginada.
"Si este lugar se hubiera llamado Rajput Basti, entonces los jats habrían pensado dos veces antes de atacarnos y tratar de tomar posesión de él", dijo Shalendar. Los rajputs (guerreros) se encuentran por encima de los jats en la jerarquía de castas.
Un intento anterior de expulsar a los dalits del área fracasó cuadno un tribunal ratificó sus derechos sobre la tierra que ocupan.
"Desde que perdieron la batalla en el tribunal, los jats han intentado que desocupemos la tierra, y ahora, quemando nuestras casas nos están enviando la señal de que no estaremos seguros aquí", dijo Kara, quien cursa una maestría en informática.
Mientras se materializa una protesta nacional contra el incidente, el primer ministro de Haryana, Bhupinder Singh Hooda, a la sazón líder jat, anunció que se destinarían 3.000 dólares como asistencia de emergencia a cada familia con su vivienda incendiada y ordenó la reconstrucción de casas.
Altos funcionarios políticos y policiales fueron suspendidos o trasladados, a medida que se hizo evidente su parcialidad hacia los jats.
Pero los problemas de los dalits van mucho más allá de los incendios, las compensaciones del gobierno y el castigo a funcionarios parciales.
"Mi hija está estudiando en una escuela pública y le va bien en ciencias. Sus compañeros le piden prestados sus cuadernos, pero no comparten con ella el almuerzo porque es una dalit. Esto es doloroso para ella y para mí también", dijo Geeta, quien trabaja en su hogar.
"Mi hermano Rakesh era veterinario y trabajaba para el gobierno de Haryana. Adonde iba, las personas era amistosas y lo invitaban a sus hogares, hasta que se enteraban de que era dalit. Finalmente, emigró con su familia a Toronto (Canadá), donde le va bien y es feliz", dijo Jayram, una maestra de escuela. (