Sesenta años después de su muerte, ésta parece ser la hora del retorno de las ideas que Franklin Delano Roosevelt desarrolló durante sus 12 años al frente de la presidencia de Estados Unidos.
El huracán Katrina, que devastó la ciudad de Nueva Orleans y costas de los meridionales estados de Louisiana, Mississippi y Alabama, llevó incluso al presidente George W. Bush a prometer que elevará el gasto público a una escala sin precedentes en las últimas décadas.
Eso enfureció a conservadores de su propio partido, el Republicano, que consideran anatema el New Deal ("nuevo trato") del demócrata Roosevelt, la política de reactivación económica tras la crisis de 1929 basada sobre la asistencia social y el intervencionismo estatal.
Muchas figuras del Partido Demócrata parecen haber recuperado el orgullo por su viejo credo, y proponen crear una Autoridad Nacional de Redesarrollo de la Costa del Golfo de México, a la usanza de la Autoridad del Valle de Tennessee de Roosevelt, y programas de empleo para pobres basados sobre el New Deal.
Muchos de esos demócratas habían aplaudido a rabiar hace casi 10 años, cuando el entonces presidente Bill Clinton proclamó "el fin de la era del 'big government'" ("gobierno grande"), término con el cual los defensores de la austeridad fiscal describen a un Estado que, según ellos, gasta más de lo indispensable.
"La prensa no les ha prestado mucha atención hasta ahora a las iniciativas, porque probablemente las propuestas de New Deal suenan como reliquias históricas", sostuvo el periodista especializado en información económica William Greider.
"Pero la oportunidad y adecuación de las ideas —intervención gubernamental emprendedora, integración a través de muchos frentes— se volverá más clara para la ciudadanía si los demócratas reeducan al electorado", anotó.
Este renacimiento embriónico de las ideas de Roosevelt (también conocido por sus iniciales FDR) no se limita a la política económica o interna.
Desde hace varios meses, algunos expertos en política internacional proponen una nueva mirada sobre la diplomacia del periodo de Roosevelt, en especial su "política del buen vecino" que puso fin a 35 años de intervenciones militares y ocupaciones en América Latina y el Caribe.
Al cabo de la segunda guerra mundial, cuya finalización no llegó a ver en vida, sus ideas sirvieron como base para el patrocinio de nuevas instituciones internacionales, incluida la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La Gunboat Diplomacy ("diplomacia de la cañonera") y la "diplomacia del dólar" dominaron la relación entre Estados Unidos y sus vecinos del Sur de América desde guerra contra España (1898) al influjo del presidente Theodore Roosevelt (1901-1908).
El demócrata Franklin Delano, primo en quinto grado del republicano Theodore, puso fin a esas políticas en 1933, su primer año de gobierno, con la retirada de los infantes de Marina (marines) de Haití y Nicaragua.
Pero la diplomacia del Big Stick ("gran garrote") ya había logrado propagar el sentimiento antiestadounidense en América Latina, del mismo modo que ahora lo hace la guerra contra el terrorismo y la ocupación a Iraq en Medio Oriente, según Tom Barry, del Centro de Relaciones Internacionales (IRC) con sede en el meridional estado de Nuevo México.
"La 'política del buen vecino' de la presidencia de Roosevelt marcó un cambio dramático en las relaciones internacionales estadounidenses, marcado por el repudio explícito de tres décadas de imperialismo, estereotipos culturales y raciales e intervención militar", escribió Barry y otros investigadores del IRC que propusieron en un artículo la "política global del buen vecino".
A medida que los políticos buscan en el New Deal inspiración para lidiar con la devastación ocasionada por Katrina, "la política del buen vecino de los años 30 inspira otro enfoque para las relaciones internacionales, profundamente arraigado en nuestra propia historia".
Roosevelt, quien fue secretario (ministro) de Marina y gobernador de Nueva York antes de ser elegido presidente, fue el gobernante más influyente del siglo XX, si no de toda la historia estadounidense.
Atacado por conservadores republicanos de entonces como un socialista y un traidor a las elites adineradas, a las políticas progresistas —aunque pragmáticas— del carismático FDR se les atribuye la salida de la Gran Depresión, la creación de una perdurable red de seguridad social y el triunfo en la segunda guerra mundial.
Su presidencia también sentó las bases para un nuevo orden multilateral basado sobre principios liberales, la seguridad colectiva y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Estos logros son tan ampliamente aceptados que, a pesar de la desintegración de la coalición social que consolidó el New Deal —sindicalistas, minorías raciales y los dirigentes demócratas del sur— y los reiterados intentos de la derecha, nunca tuvieron andamiento propuestas como la privatización de la seguridad social o el retiro de la ONU.
De todos modos, a medida de que el Partido Republicano viraba aun más a la derecha desde fines de los años 70, la corriente anti-Roosevelt ha logrado algunos avances, en especial desde 2001, cuando Bush se hizo cargo del gobierno.
Los recortes de impuestos sin precedentes para las clases más ricas y el aumento de gastos en "seguridad interna" y en defensa agotaron el Tesoro a expensas de los más pobres.
En materia internacional, el unilateralismo de Bush y su apelación a las armas para resolver los conflictos recuerdan a la política del Big Stick ("gran garrote") de principios del siglo XX.
Las políticas de Bush, tanto internas como internacionales, pierden popularidad, lo que alienta a una creciente legión de críticos a proponer correctivos.
Antes de Katrina, la presidencia de Bill Clinton —que logró entre 2003 y 2001 reducir tanto el déficit fiscal como la pobreza— se vuelve la favorita en materia interna, y la de su antecesor George Bush, padre del actual mandatario, en el modelo de política exterior.
Pero la memoria se vuelca hacia Franklin Delano Roosevelt tras apreciar los daños sin precedentes ocasionados por el huracán y el desproporcionado sufrimiento de los más pobres, a quienes los medios de comunicación prestaban escasa atención desde los años 60.
"George Bush no es FDR. De hecho, en cuestiones clave, es el anti-FDR", consideró Paul Krugman, columnista de The New York Times.
"El New Deal fue establecido sobre el principio de que promover la cooperación y el respeto mutuo entre vecinos era el único modo de resolver los problemas comunitarios, y FDR creía que esos mismos principios debían regir el vínculo a un nivel de comunidad hemisférica y global. Esas ideas son aplicables hoy como lo eran hace 75 años", concluyó Barry. (