Socrate Soussan tiene la piel muy bronceada, una pistola en el cinturón y toda la apariencia de ser un colono ortodoxo judío en Gaza. Pero no habla como uno de ellos.
En el jardín de su casa del asentamiento de Rafiah Yam, en el sur de la franja de Gaza, explica por qué sí está de acuerdo con la decisión del primer ministro israelí Ariel Sharon de replegar sus tropas y desalojar a todos los colonos judíos en la zona para el próximo miércoles.
La franja de Gaza es parte de los territorios árabes ocupados por Israel desde la guerra de los Seis Días, en 1967. Un repliegue total israelí sería un hito importante en la lucha palestina por un estado propio.
Por paradoja, fue el propio Sharon el principal impulsor de la mayoría de los asentamientos judíos en territorio árabe, cuando encabezaba el Ministerio de Agricultura en los años 70, en el gobierno de Menajem Begin, y los de Vivienda e Infraestructura en los años 90, bajo el primer ministro Isaac Shamir.
El llamado "plan de desvinculación" hoy en implementación, anunciado por Sharon en el marco de un acercamiento con el presidente palestino Mahmoud Abbas, desató oposición aun el gobernante partido israelí Likud, y sobre todo en grupos ortodoxos, para quienes los territorios palestinos son parte del Israel bíblico.
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Los colonos judíos han realizado una serie de manifestaciones en varios lugares de Gaza en los últimos días en rechazo a la decisión de Sharon.
Es la primera vez que un gobierno israelí decide desmantelar asentamientos judíos en territorios que los palestinos reclaman como su futuro estado. Según el plan, la retirada de los colonos debe comenzar el próximo lunes y terminar el miércoles.
Soussan no quiere que Israel sea responsable por el futuro de los palestinos. "No podemos gobernar sobre más de un millón de palestinos", sostuvo este colono, que tiene reparos morales con permanecer en Gaza y reconoce que las acciones militares israelíes contra la población local podrían derivar en un genocidio.
No obstante, este judío nacido en Francia hace 49 años, que llegó desde su país a Rafiah Yam con su esposa Brigitte en 1989, sí lamenta tener que abandonar su "paraíso".
Tiene una casa con vista al mar Mediterráneo, pero sin acceso a la playa, pues es una zona militar cerrada. Desde su hogar puede apreciar la localidad de Rafah, de donde vienen palestinos a trabajar a sus dos invernaderos. Pero muchas veces también llegan atacantes desde allí.
También se ve la frontera con Egipto, desde donde él sabe que combatientes palestinos contrabandean armas a través de túneles.
"No es muy seguro aquí", señaló. "Hemos considerado mudarnos desde hace un par de años, durante la última intifada", término árabe que designa a la insurrección popular palestina contra la ocupación.
Sin embargo, como muchos otros colonos, sostiene que la vida en Rafiah Yam puede ser mejor que en Tel Aviv o en Jerusalén, ya que ellos mismos son quienes gobiernan su propia comunidad.
Soussan vive con miedo. No hace mucho que estuvo a punto de dispararle con su arma a uno de sus empleados palestinos que desobedeció a su voz de alto. Pero el trabajador no pretendía hacer nada: simplemente había entendido mal sus instrucciones.
"Es que nunca sabes si ellos quieren clavarte un cuchillo entre las costillas", se justificó el colono. Tres de sus vecinos judíos fueron asesinados por palestinos, recordó.
Unos 8.000 israelíes habitan en 21 asentamientos en Gaza, llenos de espacios verdes y modernas casas y rodeados de 1,3 millones de palestinos, la mayoría de los cuales viven en la pobreza y con poco acceso a servicios básicos como el agua.
Estas colonias son protegidas por el ejército israelí, pero los colonos, por lo general, confían más en sus propios mecanismos de seguridad, pues desconfían de los soldados, a quienes tildan de "idiotas" y "payasos".
Esos mismos soldados son los que ahora obligarán a retirarse por la fuerza a quienes desobedezcan a la orden de mudarse.
En general, los habitantes de los asentamientos judíos rechazan toda interferencia de las autoridades israelíes. Muchos critican el plan de repliegue de Sharon, sobre todo por las alternativas de ubicación y trabajo que ofrece.
Algunos, como Soussan, aceptaron una oferta de traslado a la reserva natural de Nitzanim, ubicada a 45 minutos en automóvil al norte de la franja de Gaza y a unos 30 minutos de Tel Aviv.
Pero otros no están nada contentos: hoy tienen casas de más de 200 metros cuadrados de superficie en Gaza y tendrán que conformarse con unas de entre 60 y 90 en algún lugar de Israel.
Soussan ya está empacando y preparado para irse. Vendió parte de sus muebles a sus empleados palestinos.
Su esposa está contenta por la mudanza. Ella creció en medio de la violencia y ahora vive preocupada por la seguridad de sus dos hijos gemelos de 10 años, Dan y Ron.
"Nacieron aquí y será muy difícil para ellos", admite Brigitte, pero está decidida a irse.
Soussan, que llegó a Rafiah Yam con muy poco hace 16 años, recibirá de las autoridades unos 500.000 dólares en compensación por mudarse. Además, el Banco Mundial comprará sus invernaderos. Lo que más parece lamentar es la pérdida de su pequeño negocio de pesca en el Mediterráneo.
Pero muchos colonos, como Samuel y Bryna Hilberg, no quieren irse.
Los Hilberg vinieron a Israel desde Estados Unidos a fines de los 70 y viven en la pequeña cooperativa agrícola de Netzer Hassanim, en Gush Katif. Su hijo Yochanan se hizo soldado y murió en acción en el sur de Líbano, en 1997.
Ellos llegaron a Gaza porque la tierra era más barata y porque contaban con subsidios del gobierno para producir, no por convicciones ideológicas o religiosas, como la mayoría de los demás colonos.
"Pero con los años nos volvimos más ideológicos. Hemos echado raíces en este lugar. Nuestro hijo está enterrado aquí", afirmó Bryna, quien aclaró que no peleará contra los soldados israelíes, pero que tampoco se irá voluntariamente.
"Tendrán que cargarnos para llevarnos de nuestra casa", advirtió.