ALEMANIA: Cita a ciegas con el prójimo

En la ciudad alemana de Colonia, a pocos metros de su famosa catedral, se encuentra el Bar Invisible, un restaurante sumergido en la oscuridad. Te invitamos a almorzar…

”Es como entrar en otro planeta, de repente el mundo que uno conoce desaparece”, describe Ralf Mechlinski, director del primer restaurante del mundo atendido por personal ciego o de muy baja visión, concebido a partir de una idea de integración del psicólogo Axel Rudolph.

Un mozo ciego espera en la puerta para guiar y brindar a los comensales las indicaciones pertinentes: ”Por favor, no fumar, apagar teléfonos móviles y relojes luminosos. Escalones, no hay. En 'fila india', uno tras otro, ingresamos…”

Así suenan las consignas iniciales en labios de Felisberto Assuba, el mozo más antiguo del lugar.

Al traspasar la esclusa que separa el sector iluminado del restaurante propiamente dicho, reina absoluta oscuridad. El mozo-guía promete volver a estar al lado de quien lo solicite con una demora máxima de dos o tres minutos.

Cada cliente es informado sobre la ubicación de los utensilios alrededor del plato mediante la analogía del reloj. Por ejemplo, las cucharas están en la hora 12.

Una vez instalados en su mesa, los comensales eligen su menú entre opciones de quesos, pescados, aves o platos vegetarianos. Pero, sin el reconocimiento de la vista, los ingredientes conforman una sorpresa a develar. Modales aparte, está permitido comer con las manos.

”La comida es diferente a la de los restaurantes normales, ya que intentamos preservar las características originales del producto. Tratamos de no modificarlo demasiado, así la gente tiene la posibilidad de reconocerlo”, explica Mechlinski.

Luego de cenar, la mayoría se dirige a la recepción para confirmar qué fue lo que comió.

”Enseguida me di cuenta de que estaba comiendo chucrut, pero todo lo demás no lo pude identificar. Increíble, nunca pensé que uno comía con los ojos”, dice una mujer que vino a celebrar una fecha especial con su pareja.

”Uno se pone aquí por un momento en el lugar de las personas ciegas. Nosotros pasamos solo unas horas, y es como un juego, pero realmente es una experiencia maravillosa, que ayuda a comprender cómo es la vida de los que no ven”, afirma Heiko, un joven, tras la cena.

En efecto, ”el reparto de roles aquí adentro es diferente. La persona que ve llega como alguien 'sano' y pasa a estar 'discapacitado'. Y la persona ciega o discapacitada visual es ahora la 'sana'. Los roles se intercambian”, explica el doctor Rudolph.

El mozo Assuba perdió 88 por ciento de su visión como consecuencia de un accidente automovilístico. Obligado a recomenzar su vida, en el Bar Invisible encontró trabajo, contención y un nuevo sentido para sus días.

”Para mí es muy importante este trabajo. Es una oportunidad de explicarles, de mostrarles a los que ven cómo nos las arreglamos los que no vemos, de que tengan por un momento nuestras sensaciones”, explica a IPS.

El Bar Invisible es así una valiosa fuente de trabajo para una decena de personas ciegas y de muy baja visión. La propuesta del restaurante se ha replicado en Berlín.

Con unos 82 millones de habitantes, Alemania tiene 650.000 personas ciegas o discapacitadas visuales.

El desempleo en este sector de la población es de más de 60 por ciento, según estimaciones de organizaciones de ciegos, mientras en el plano nacional es inferior a 10 por ciento.

”Trabajar aquí representa el único puesto de trabajo sobre la tierra en el que, con su discapacidad, una persona ciega es requerida y valorada”, afirma Rudolph.

La propuesta del restaurante no es vivir esta experiencia como reducción o renuncia, sino como enriquecimiento de los sentidos.

”Pretendo mostrar que la percepción es un proceso integral. Cuando uno no ve, entonces los otros sentidos son los que se encargan”, explica.

En efecto, pocos minutos a oscuras bastan para que el oído, el olfato, el gusto y el tacto se vean agudizados.

Las reacciones de los visitantes son diversas. Una minoría, por ejemplo, solicita salir del restaurante poco después de llegar. Otros ni siquiera trasponen la puerta.

”Pueden aparecer miedos, inseguridades. Hay quienes no soportan perder el control”, afirma Rudolph.

”Uno está totalmente desvalido, es una impotencia absoluta”, dice un comensal aliviado al volver a ver la luz.

Ofrecemos ”una oportunidad para incursionar en el propio ser interior” y ”para relacionarse con los demás de un modo especial. Aquí todos son iguales, desaparecen los prejuicios por la apariencia externa. Muchas veces los comensales no se conocen y sin embargo conversan entre ellos, más allá de diferencias de edad, sexo o clase social”, dijo Mechlinski a IPS.

Es que en este restaurante ”no rige la máxima mundana de 'ver y ser visto' y todas las superficialidades que suelen ir de la mano con ella”, apunta Jörn, luego de permanecer algo más de dos horas en el restaurante.

Y lo consigna en el libro de visitas: ”Una ocasión en la que no se tienen que usar los ojos. Oír, oler, degustar y sentir: un acontecimiento en tiempo y espacio totalmente diferente”.

Explosión de sensaciones. Viaje al interior de uno mismo. Experiencia de aprendizaje e integración. ¿Acaso no es la atmósfera ideal para una auténtica ”cita a ciegas”?

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