PALESTINA: Donde patria significa humillación

”Antes de la intifada de 2000 yo era muy optimista… pero ya no. Todos nos sentimos frustrados en nuestra pequeña prisión”, manifestó Sawsan Aishe, una palestina de 24 años egresada de la Universidad An Najah, en Naplusa, Cisjordania.

Cisjordania ha estado bajo intensos ataques de las fuerzas de ocupación de Israel desde que empezó en septiembre de 2000 la intifada (insurrección) de Al Aqsa, llamada así por la mezquita de Jerusalén oriental donde estalló la violencia.

Muchos edificios históricos yacen en ruinas y la población está traumatizada por los ataques que fuerzas israelíes lanzan en medio de centros urbanos, a la caza de extremistas islámicos supuestos o reales.

En Cisjordania (margen occidental del río Jordán) viven cerca de dos millones de palestinos; en la Franja de Gaza (al oeste de Israel, sobre el Mediterráneo), alrededor de un millón, y unos 240.000 en Jerusalén oriental, a la que reivindican como la capital de su futuro estado.

Naplusa tiene un cuarto de millón de habitantes. El movimiento hacia dentro y especialmente hacia fuera de la ciudad es estrictamente vigilado por fuerzas israelíes. La ciudad es conocida por tener los dos puestos de control fronterizos más severos de Cisjordania: Huwwara y Bayt Eba.

Huwwara ha sido escenario de numerosas humillaciones para los palestinos. Cientos de personas forman fila a diario, bajo el sol agobiante del verano o en pleno invierno, con sus documentos de identidad en mano, esperando que soldados israelíes armados con metralletas M16 les permitan pasar a través de una puerta giratoria.

Estas medidas restrictivas y las incursiones nocturnas de Israel en la ciudad y aldeas de los alrededores han dañado la infraestructura del lugar y la psiquis de su población.

Últimamente han aumentado los ataques de colonos israelíes que se resisten a ser evacuados de la franja de Gaza y el norte de Cisjordania. La evacuación, dispuesta unilateralmente por el primer ministro israelí Ariel Sharon, comenzará a mediados de agosto.

Khawla Isleem, madre de cinco niños, sueña con que sus hijos tengan ”una vida mejor que la de su madre”. Isleem nació en Kuwait, pero volvió con su familia a Palestina en 1967 (año de la guerra en que Israel tomó Palestina y otros territorios árabes) para recuperar su identidad y su tierra.

”Fue muy difícil, pero debíamos volver”, dijo a IPS.

Según Isleem, la vida en Naplusa era mucho mejor antes de la segunda intifada. ”La economía andaba bastante bien y la educación era buena, y podíamos ir y venir sin mucha dificultad… Pero el primer año de esta intifada (2000-2001) fue horrible; no era vida”, contó.

La Oficina Central de Estadísticas de Palestina reveló que el ingreso de 65,2 por ciento de los hogares palestinos disminuyó durante la actual intifada, y que 53,9 declararon que perdieron más de la mitad de sus ingresos habituales.

La vida es especialmente difícil para los jóvenes, que no tienen opciones. Isleem tiene dos hijas que se graduaron en la universidad.

”Muchos de nuestros jóvenes están muy bien preparados, pero no hay trabajo… Es común que las jóvenes decidan casarse e iniciar una familia cuando ven que no pueden trabajar en lo que han estudiado”, contó la mujer.

Aishe trabaja como voluntaria en una organización no gubernamental palestina desde que se graduó, este año. También da clases de conversacion de inglés y de artesanías en un campamento de verano local.

”Conseguir un trabajo es muy difícil, no hay opciones. Prefiero hacer algo, aunque sea en forma honoraria”, contó.

La vida de los palestinos es siempre inestable, pero lo que los hace sentir más vulnerables es la noche. ”Es cuando las fuerzas israelíes entran en nuestra ciudad. Hoy puede ser un día normal, pero nadie sabe qué ocurrirá durante la noche, y mañana ya nada podría ser lo mismo”, dijo Isleem.

Yusra Aqqad, de 19 años, creció durante la primera intifada (1987-1993) y desde hace cinco años vive la segunda. ”Desde que era niño conozco a los soldados israelíes, el sonido de las balas y los gritos de las madres que buscan a sus esposos e hijos”, contó.

Aishe tiene recuerdos similares. ”De niña me escondía detrás de las cortinas de mi casa cuando escuchaba que soldados o colonos israelíes habían entrado en nuestra aldea. Nunca olvidaré la destrucción que padecimos y seguimos padeciendo. Es como un león que se come a una cebra”, expresó.

La joven teme que alcanzar sea imposible, pero no deja de soñarla. ”Quiero que mis hijos vivan como otros niños del mundo”, dijo.

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