El ex teniente de investigaciones de la policía Mario Conde contempla el júbilo de su perro Basura ante la comida y recuerda al anciano que varios días atrás le pidió dos pesos, un peso, cualquier cosa, para comprar algo de comer.
Alejado de la fuerza de seguridad y dedicado al negocio de la compra y venta de libros viejos, Conde mira la realidad cubana de 2003 y se pregunta por qué hay tanta gente jodida y si será cierto que viene el fin del mundo
¿Qué nos pasó?, es el trasfondo de La neblina del ayer, la novela del escritor cubano Leonardo Padura que tiene como protagonista a Conde, publicada en junio por la editorial española Tusquets y que se empieza a vender en varios países de Europa y América Latina.
Siempre entendí mi ejercicio como escritor como un diálogo con la realidad. No concibo crear un libro como un simple divertimento. No concibo hacer literatura por el simple placer de la literatura, sino por su función social, su rol social, dijo Padura a IPS.
Considerado uno de los escritores contemporáneos cubanos más leídos en su país, Padura vuelve a usar la ficción como medio para escribir una crónica dura y descarnada de esta isla caribeña tras la crisis de los años 90, desatada por la desaparición a comienzos de esa década de la Unión Soviética, su principal socia comercial.
La búsqueda de una cantante de boleros del pasado es el hilo conductor de una historia que se adentra en el negocio privado de la venta de libros, la marginalidad de un barrio habanero, la violencia cotidiana, las drogas y la mafia emergente.
Pero sobre todo está lo que un personaje llama el cansancio histórico de una generación, el poder del dinero por encima de los valores humanos que dominaron en décadas anteriores y el sentir de una juventud que no quiere parecerse a sus padres.
Aunque cree que la literatura no puede suplir al periodismo, Padura piensa que la narrativa cubana se ha visto obligada a cumplir un rol que el periodismo ha dejado o que ha sido incapaz de desempeñar en las últimas décadas.
El periodista, narrador y ensayista se dio a conocer en Cuba hace unos 20 años con su trabajo como reportero en el suplemento cultural El Caimán Barbudo y, sobre todo, por el periodismo literario que realizó para el diario Juventud Rebelde.
Con la publicación en 1984 de Con la espada y con la pluma: comentarios al Inca Garcilaso, se inaugura una obra ensayística que incluye varios textos sobre los escritores cubanos Alejo Carpentier (1904-1980) y José María Heredia (1803-1839), y de la novela policíaca actual.
En 1988 aparece Fiebre de Caballos, novela corta que sirvió de antesala a la serie policial Las cuatro estaciones con los títulos Vientos de Cuaresma (1994), Pasado perfecto (1995), Máscaras (1997) y Paisaje de Otoño (1998).
La novela de mi vida (2001) es, según el escritor cubano Jorge Luis Arcos, una de las más complejas y ambiciosas que ha intentado un escritor cubano.
En esa obra, Fernando Terry, un emigrado cubano en España, regresa a la isla ante la posibilidad de que aparezca una novela perdida de Heredia. Las historias del poeta, de su hijo y de Terry se entrelazan para hurgar en la formación de identidad nacional.
No quería escribir una biografía de Heredia, sino mirarlo desde la actualidad. Quería proyectar su vida, el momento fundacional de la cultura y de la espiritualidad cubana, que él vive, desde la perspectiva de la crisis de hoy, afirma Padura.
La opción por la literatura policíaca también fue un reto. Los tipos malos de sus libros no son delincuentes comunes o agentes de servicios de inteligencia enemiga sino un jefe de empresa, un diplomático reconocido o una profesora de preuniversitario (bachillerato).
Al mismo tiempo, la relación con la delincuencia común puede llegar a ser casi cariñosa. Mario Conde sabe que es la falta de espacios sociales lo que lleva a estos individuos a delinquir, no su vocación criminal, afirma el novelista.
Así, al final de La neblina del ayer, uno de los personajes afirma que lo peor de la historia es que no se sabe quién es el malo: un hombre enamorado, una mujer desaparecida, una madre defensora de sus hijos o un hombre que quiso saber la verdad.
Para Padura, el papel propagandístico que cumple la prensa cubana, controlada por el Estado, ha propiciado que la narrativa se haya llenado, de una manera casi agobiante, de balseros, prostitutas, drogadictos, corruptos y gente violenta.
Todo el fermento social, la crisis económica y los cambios producidos en Cuba desde inicios de los años 90 que no fueron mostrados por la prensa encontraron su espacio en la ficción, afirma.
A juicio del escritor, cualquier persona en el futuro, para entender lo que ha pasado en la Cuba de estos años, va a encontrar una percepción mucho más cercana a la realidad en la literatura que en el periodismo.
Sin la crisis de los años 90, mi literatura hubiera sido otra o no hubiera sido, asegura.