Las más de 2.000 escuelas afectadas por el maremoto de diciembre en el océano Índico están siendo reconstruidas poco a poco, pero eso no significa que todos los niños y niñas de Aceh hayan vuelto a clases.
Se necesita mucho más que una reconstrucción edilicia para reactivar el sistema educativo en esta occidental provincia indonesia devastada por el maremoto.
Unas 290.000 personas murieron en Asia por los tsunamis, palabra japonesa para referirse a las grandes olas que invaden las costas a causa de terremotos o erupciones volcánicas submarinas. Se calcula que más de 100.000 de estas víctimas eran menores de 18 años.
El maremoto fue provocado por un sismo de magnitud 9,0 en la escala de Richter, con epicentro cerca de la isla indonesia de Sumatra.
Bangladesh, Birmania, India, Indonesia, Malasia, Maldivas, Seychelles, Sri Lanka, Singapur, Somalia y Tailandia fueron los países más afectados.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) señaló que 2.135 escuelas fueron destruidas y 2.500 maestros y empleados escolares murieron por los tsunamis.
¿Cómo podrán los niños y las niñas regresar a la escuela? ¿Quién pagará sus cuotas escolares, quién les comprará sus libros y quién les dará dinero para el transporte? Muchos perdieron a sus padres, abuelos y hermanas, dijo Lela Jauhari, especialista en comunicaciones de Unicef.
Algunos aún tienen a sus tíos o primos, pero estos familiares por lo general viven en campamentos para refugiados y dependen de donaciones para sobrevivir. Ocuparse de la educación de los niños y niñas no parece ser una prioridad bajo estas circunstancias: la mayor preocupación es sobrevivir.
Syarifuddin, de 10 años, fue separado de su familia luego del maremoto. Cuando las mortales olas arrasaron Aceh, su padre estaba trabajando en su becak (pequeño taxi de tres ruedas) y su madre estaba fuera de la granja.
Corrí a la montaña cuando la marea gigante vino sobre mí. Me quedé allí durante cuatro días hasta que vi que las inundaciones se fueron, recordó.
Ahora vive con otra familia en un campamento para refugiados ubicado en las afueras de Banda Aceh y va a la escuela con el apoyo de sus parientes.
La escuela es un lugar donde estoy feliz, y quiero terminarla, pero no sé cómo lo haré. No tengo padres, señaló.
Romi Rahmat, también de 10 años, no sabe si sus padres están aún con vida. La última vez que los vio fue justo antes de que el maremoto acabara con su aldea de Lam Pulo, a unos 80 kilómetros de Banda Aceh.
Ahora recibe ayuda de la fundación Pusaka Indonesia, una organización no gubernamental que trabaja para ayudar a los niños y niñas sobrevivientes del maremoto.
No quiero regresar a mi aldea. No quiero ver a la gente de allí. Sólo quiero estar aquí, dijo al niño.
A fines de junio, la agencia Tracing Network reportó 1.922 casos de niños y niñas que fueron separados de sus familias. Hay otros nueve grupos como éste dedicados reunir a parientes separados por el maremoto. Hasta ahora, unos 132 niños y niñas regresaron con sus padres.
Casi de la mitad de las cerca de 500.000 personas alojadas en tiendas de campaña, cuarteles y otros refugios temporarios tras los tsunamis son menores de 18 años.
Al menos 150.000 niños y niñas han sido afectados por los tsunamis, según Jauhari, aunque los cálculos difieren entre las organizaciones humanitarias.
Lo que quiero decir con 'afectados' es que no sólo sufrieron daños físicos o perdieron a sus padres, hermanos o hermanos. Los afectados también son los que han sufrido traumas u otros desórdenes psicológicos, señaló.
Los niños y niñas sufren los efectos del maremoto en formas diferentes. Perdieron sus padres y la atención que recibían, perdieron sus casas, sus amigos, sus juguetes, y muchos también la oportunidad de recibir una buena educación.
El Muhammad, de 12 años, tuvo más suerte. Todos sus familiares sobrevivieron, a pesar de que su hogar fue destruido por completo. La familia entera se vio forzada a vivir en el campamento para refugiados de Meusra Agung, en el distrito de Mata Ie, a 60 kilómetros de Banda Aceh.
Todavía asiste a una escuela cercana al campamento. Pero su padre, Didi Mahmud, no tiene idea cómo podrá apoyar la educación de su hijo en el futuro.
Nuestras prioridades son conseguir comida, una casa digna y ropa. Apenas podemos satisfacer nuestras necesidades básicas, ¿cómo puedo pensar en enviar a mis hijos a un colegio?, se preguntó.
Al mismo tiempo, sabe que no puede depender de la caridad para siempre.
Espero reactivar mi negocio (textil) en algún momento. Si tuviera cinco millones de rupias ahora mismo, recuperaría mi negocio y le diría adiós al campamento para refugiados. Esa es mi prioridad y la prioridad de otros padres en este lugar, señaló.
Para él, la educación es responsabilidad del gobierno.
Todos los niños y niñas afectados por el desastre deberían recibir educación gratis, porque sus padres no tienen dinero. El problema es que el gobierno no siente como un deber proveerle educación a su pueblo, afirmó.
El presidente Susilo Bambang Yudhoyono anunció que habrá educación gratis para los niños y niñas de Aceh, pero Didi duda que esto se ponga alguna vez en práctica.
También hay esfuerzos de organizaciones internacionales y de grupos no gubernamentales, pero Didi y sus compañeros del campamento creen que la atención tarde o temprano declinará.
Lo más confiable para el futuro de nuestros hijos son nuestros propios esfuerzos, el compromiso de la población para restaurar todos los aspectos de la vida, afirmó.
Unicef lanzó en enero la campaña Vuelta a la escuela, gracias a la cual varios colegios reanudaron sus actividades y se crearon otros 216 en tiendas de campaña. Además, la agencia de la Organización de las Naciones Unidas proveyó 1.712 libros de texto y otros materiales.
Esto ha permitido que unos 550.000 niños y niñas regresaran a clases, según Unicef.
No obstante, los indonesios esperan que este compromiso sea a largo plazo y que haya más oportunidades para que la propia población participe de los esfuerzos de reconstrucción.
Con todo respeto, creo que los voluntarios algún día se irán. El financiamiento y las donaciones llegarán a su fin, pero la vida seguirá, dijo Zaky Anwar, residente del campamento para refugiados de Meusra Agung.
(* Éste es un artículo escrito por Asia Media Forum, www.asiamediaforum.org, coordinado por IPS)
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