El presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva asumió su cargo el 1 de enero de 2003 con escaso margen de maniobra en el terreno económico, pero también en el político, y la menor atención que le prestó a esta segunda debilidad está en el origen de la crisis que soporta ahora su gobierno.
No se trata sólo de que el gobernante e izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) obtuvo apenas 91 de los 513 diputados y 14 de los 81 senadores del Poder Legislativo, y se vio obligado por eso a forjar alianzas para asegurarse la aprobación de sus proyectos.
Además, Lula y el PT llegaron al poder sobre bases muy contradictorias.
La primera, y probablemente la más conflictiva, es la contradicción entre el programa que llevó a Lula a la presidencia y las políticas y principios que defendía tradicionalmente el PT, junto con la izquierda que lo apoyó. Esas diferencias fueron muy evidentes en la gestión económica del gobierno, pero se extendieron a otras áreas.
Para neutralizar temores del sector empresarial y financiero ante el triunfo de un candidato izquierdista, la dirección del PT adoptó en junio de 2002, tres meses y medio antes de las elecciones, la Carta al Pueblo Brasileño, que aseguraba el respeto a los contratos y el sostenimiento de la política de estabilidad económica.
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La euforia electoral y la expectativa de llegar al gobierno después de 20 años de lucha no permitieron entonces una evaluación ponderada de lo que representaba la Carta: una negación de las ideas que pregonaba el PT, desde las cuales había ejercido una dura oposición a las administraciones anteriores.
La consecuencia lógica de esa decisión fue la resistencia constante y en algunos casos la oposición abierta de parlamentarios del PT a las propuestas de Lula y sus ministros.
La aprobación en 2003 de una medida que restringió derechos previsionales para reducir el déficit público, costó al PT la deserción de dos diputados y una senadora, que luego fundaron el Partido Socialismo y Libertad (PSOL).
Muchos proyectos oficiales provocaron disensos entre parlamentarios del PT. Los mayores problemas del gobierno en el Congreso legislativo provienen de las propias filas del partido, señalan con frecuencia los líderes de la oposición.
La base parlamentaria del gobierno se conformó también con una coalición de actores incompatibles. El PT, nacido y desarrollado en la izquierda, reunió a algunos de los partidos más conservadores de Brasil, como el Liberal (PL) y el Progresista (PP), este último creado por notorios seguidores de la dictadura militar (1964-1985).
Una fuerza política de centro no se construye uniendo los extremos, ironizó un opositor. Las circunstancias políticas conformaron una situación inusual, en la que los principales partidos adversarios coinciden en la defensa de ideas socialdemócratas, confirmando la tesis de que la peor enemistad se da entre los vecinos.
El Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) encabeza la oposición al gobierno del PT, aunque reconoce, especialmente en economía, que Lula sigue las mismas orientaciones del ex presidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2003), principal dirigente del PSDB.
Por depender de pequeños grupos de derecha, el PT terminó por fomentar una práctica que rechazaba en el pasado, la migración de parlamentarios de unas colectividades a otras. Así, el PL y el Partido Laborista Brasileño (PTB) engordaron sus filas de legisladores, duplicando la cantidad de bancas que habían obtenido en los comicios de octubre de 2002.
Como ese juego no era aceptable dentro del PT, el gobierno estimuló la migración hacia sus aliados conservadores, PL, PP y PTB.
Tales transferencias se acompañan de ofertas de ventajas que fácilmente degeneran en corrupción. Así se creó una situación propicia a los escándalos que ahora acorralan al PT, a Lula y a su gobierno.
El principal factor de la actual crisis política —la acusación de que el PT sobornó a diputados del PL y del PP para asegurar sus votos a propuestas gubernamentales— partió del ex presidente del PTB, Roberto Jefferson, es decir un embrollo íntegramente oficialista.
Pero el gobierno de Lula contradijo también otras ideas y principios defendidos por sus militantes. La aprobación de una ley que abrió las puertas a los productos transgénicos y los compromisos incumplidos de demarcar las tierras indígenas y de acelerar la reforma agraria provocaron molestia y protestas de petistas y de movimientos sociales aliados.
Según varios ex militantes, el PT viene contrariando la ética que lo destacaba de los demás partidos brasileños desde hace 10 años, cuando sus dirigentes ejecutivos decidieron financiar las campañas electorales con dinero de bancos y empresas que prestan servicios a gobiernos, sin conocimiento de la militancia.
Nació y creció así la izquierda de negocios, un proceso que promovió el ascenso de nuevos dirigentes encargados de la captación de fondos, según afirma Cesar Benjamin, ex miembro de la dirección nacional del PT.
La crisis encuentra entonces a un gobierno y a su partido hegemónico debilitados por disensos y contradicciones internas. Por eso el escándalo de corrupción gana colores aún más dramáticos.