Las coloridas láminas de plexiglás, que Inés Silva combina hasta crear obras tridimensionales de geometría rigurosa, muestran el vigor del arte cinético con el que desde hace décadas ha brillado la plástica de Venezuela.
Estoy dedicada a la investigación y composición de estructuras abstractas, a partir del juego con las proporciones, y de objetos que son artísticos en sí mismos; no sólo no son figurativos sino que no representan y no significan, dijo Silva a IPS.
Se trata de obras que, por otra parte, aceptan la propuesta del movimiento, real o virtual según el espectador, y tienen carácter lúdico, pueden ser tocadas y manipuladas además de vistas, añadió.
Silva, una arquitecta de 35 años que comenzó a experimentar con creaciones geométricas cuando cursaba sus estudios universitarios pero con materiales que no eran resistentes, ha podido mudarse ahora al plexiglás o polimetacrilato, un acrílico.
Después del uso de láminas de plexiglás en las obras iniciales de Jesús Soto, nadie en Venezuela se había servido mejor de este atractivo material que Inés Silva, dijo el crítico Perán Erminy. Esa es una característica principal de su trabajo y una de las claves de su éxito, agregó.
Según Erminy, los trabajos de Silva son de un abstraccionismo muy riguroso y depurado, sobre láminas transparentes, incoloras o pintadas con líneas y franjas de colores. La transparencia de las láminas de plexiglás permite que la visión de la obra varíe según el ángulo de incidencia de la mirada y de la luz que la ilumina.
Soto, Carlos Cruz Diez, Alejandro Otero y Omar Carreño son artistas cinéticos venezolanos que destacaron internacionalmente durante la segunda mitad del siglo XX. Soto, en particular, se valió de materiales como el plexiglás para construir penetrables, obras en medio de las cuales camina o se planta el espectador.
Silva prepara la exposición Expansión Gravitación en una galería de Caracas, después de cosechar éxitos en Maracaibo, la capital del occidente petrolero venezolano.
Con anterioridad expuso en presentaciones colectivas de la Universidad Central de Venezuela, donde estudió, en salones de jóvenes artistas y en los museos Bargellini, en la ciudad italiana de Bolonia, y Madì, en las estadounidenses Dallas y Miami.
El movimiento Madí fue iniciado en los años 40 del pasado siglo por el artista vanguardista uruguayo-argentino Carmelo Arden Quin, quien adoptó el nombre como contracción de la expresión materialismo dialéctico, una noción diluida a medida que la tendencia ganaba adeptos en Europa, América Latina y Amércia del Norte.
El arte Madí defiende la creación de objetos sin referencia a figuras, representaciones o significado, y facilita el contacto con el público, la actividad lúdica, al poder ser manipulados y permitir muchas lecturas, recalcó Silva al admitir la influencia de esta corriente en sus trabajos.
Cada artista tiene su propia línea de trabajo, recuerda Silva, pero son inescapables influencias como las de los maestros Otero y Soto, añadió.
Otero (1921-1990), maestro de la combinación de color y movimiento, lo que llamó colo-ritmos, fue expositor en salones oficiales franceses y en la bienal de Venecia, donde estrenó Abra Solar, una escultura metálica de 50 metros de envergadura.
En tanto que Soto (1923-2005) es considerado con Otero el creador en Venezuela del cinetismo, como ambiciosa y original búsqueda de forma y movimiento bajo la luz y por entre los intensos colores del trópico. Ganó galardones en Venecia y obras suyas fueron requeridas para la Exposición de Montreal (1967) y las Olimpíadas de Seúl (1988).
También está el público, que en Venezuela se ha desarrollado como importante fruidor (que goza de la obra) del arte cinético y de propuestas como las nuestras, dice Silva, algo que se dispone a constatar cuando en breve exponga en esta capital. (