El pasaje a la era digital puede convertirse en alternativa de distribución y exhibición del cine no comercial en América Latina, además de una opción para la producción independiente.
Cientos de películas realizadas en las últimas décadas por realizadores de México, Perú, Argentina, Cuba o Brasil, y que se conservan en el baúl de los recuerdos, podrían empezar a llegar a un público mucho más amplio gracias a la tecnología digital.
La iniciativa promovida por el grupo peruano Chaski (voz de la lengua quechua que significa emisario o correo) supera los presupuestos del Festival Internacional del Cine Pobre que, desde 2003, se realiza en Cuba por iniciativa del cineasta cubano Humberto Solás.
La idea original, de grabar esas obras en soporte digital a costos muy bajos y después pasarlas al formato tradicional de 35 milímetros para acceder a la gran pantalla, puede sustituirse por una opción más revolucionaria: la digitalización de todo el sistema, desde el rodaje hasta la proyección.
Cuando cambias la tecnología de manera radical, todo cambia. También cambia el pensamiento. De repente, tenemos la posibilidad de acercar el cine más a la gente, dijo a IPS el realizador y productor suizo Stefan Kaspar, radicado en Perú en 1978.
La respuesta, para Chasqui, fueron los microcines.
Tras más de 20 años de intentos para lograr que el cine latino(americano) llegara a la gente latina, el grupo Chaski impulsó en 2004 la construcción de una red de microcines con la aspiración de llegar a todo el territorio peruano.
Para instalar un microcine se necesita un ambiente con sillas, un proyector de vídeo, un reproductor de DVD (siglas en inglés de disco digital versátil), un sistema de sonido y una pantalla. La inversión ascendía hace unos años a 5.000 dólares, ahora es de 2.500.
La diversidad ha caracterizado el lanzamiento de la red, que ya cuenta con 25 sitios de proyección, e inició 2005 con una programación quincenal que incluye un largometraje, un cortometraje, un documental y una película infantil.
Hay microcines manejados por personas que podrían convertirse en microempresas, otros son posibles mediante la coordinación con autoridades municipales, y algunos se vinculan a organizaciones no gubernamentales o a centros educativos.
El grupo Chaski fue fundado por cineastas en 1982 para impulsar la realización nacional en Perú y distribuir filmes, propios y extranjeros, en barrios alejados o marginales de Lima y en el interior del país.
Kaspar, productor de filmes como Gregorio (1985) e integrante de Chaski desde su creación, está convencido de que la lógica de los nuevos tiempos va a ser la producción, distribución y exhibición digitales. IPS lo entrevistó durante la tercera edición del Festival Internacional del Cine Pobre, realizado en la oriental ciudad cubana de Gibara, entre el 18 y el 24 de abril.
El nuevo modelo disminuye al mínimo las inversiones en publicidad. La información pasa de boca en boca, asegura Kaspar a partir de una primera experiencia realizada el pasado año con una muestra itinerante de cine peruano y suizo.
A la gente le gusta la propuesta y también el precio, porque es popular. La entrada no debe superar los dos soles (0,60 centavos de dólar), siete veces más barata que la entrada a los multicines comerciales, comenta el realizador.
Cuando el grupo Chaski estrenó Gregorio, logró un millón de espectadores en todo el país. Cuatro años después, Juliana convocó sólo 630.000 espectadores y, en 1995, apenas 94.000 personas vieron Anda, corre y vuela.
A juicio de Kaspar, el impacto de Gregorio —filme que relata la peripecia de un niño que llega a Lima desde una zona rural y andina— fue posible porque aún existía una red de exhibición descentralizada en Perú, con unas 230 salas en todo el país. Ahora sólo quedan 33 multicines (complejos con varias salas de exhibición), 31 de ellos en cinco barrios de Lima.
Donde ponen un supermercado, ponen un multicine. Los multicines están concentrados en zonas de clase media alta, y el cine se convierte así en un producto más de consumo rápido, fácil, superficial, dijo.
En Perú, como en otros países de la región, mucho público abandonó el cine, en parte, por la irrupción del vídeo de reproducción hogareña, pero también porque las opciones se hicieron cada vez más distantes, las salas de barrio desaparecieron y el precio de las entradas se disparó.
En sintonía con tendencias globales, 95 por ciento de las películas que se programan en los nuevos espacios de exhibición en ese país andino proceden de Estados Unidos, los títulos latinoamericanos representan cuatro por ciento y los europeos apenas uno por ciento.
La popularidad de Gregorio fue una prueba del interés del público por un cine propio, referencia de la vida latinoamericana con toda su diversidad y riqueza.
Para Kaspar, hay un bloqueo en la distribución de la riqueza espiritual propia. Así y todo, la región produce 150 largometrajes por año, y al menos un 20 por ciento son joyas cinematográficas, opinó.
Ahora surge la posibilidad de acercar a la gente ese oro audiovisual desconocido. Se trata de un esfuerzo descentralizado para llevar nuestro cine donde está la gente, donde está trabajando, en sus mismas organizaciones, dijo.