Finalmente un buen filme aprovecha hechos de la efímera resistencia guerrillera a la dictadura militar en Brasil, entre fines de los años 60 y comienzos de los 70, para estimular una reflexión más profunda sobre la realidad brasileña.
Casi dos hermanos (Quase dois irmaos) fue realizada por una ex guerrillera y presa política, Lucía Murat, como guionista y directora. Pero no se concentra en la lucha armada de los pequeños grupos que soñaron con hacer la revolución, cuyos militantes aparecen solamente presos.
El filme abre su foco sobre 50 años de intentos frustrados de convivencia entre miembros de la clase media y los favelados (residentes de las favelas, los barrios marginados de Río de Janeiro).
Son tres instancias que evolucionan simultáneamente, en una estructura con fines esclarecedores y dramáticos. El eje es la amistad entre dos personajes, Miguel y Jorge, quienes se encuentran en la cárcel a inicios de los años 70, el primero como preso político y el segundo como preso común, pagando posiblemente un asalto a un banco.
Ante los robos que cometía la insurgencia urbana con fines recaudatorios para la revolución, la dictadura militar (1964-1985) pasó a enjuiciar bajo la Ley de Seguridad Nacional a todos los asaltantes de bancos, mezclando a militantes políticos y criminales.
Pero la amistad entre Miguel, blanco e hijo de un periodista, y Jorginho (Jorgito), negro e hijo de un favelado compositor de sambas, es anterior. Se hicieron amigos en la niñez, acompañando a sus padres en ruedas de samba en los años 50.
La afinidad musical terminó en frustración, y el compositor murió pobre sin grabar el disco que le había prometido gestionar el periodista.
En la cárcel de la hermosa Isla Grande, más adecuada al turismo que a la reclusión y a poco más de cien kilómetros de Río de Janeiro, la convivencia termina en separación.
Inicialmente, los reclusos subversivos, más numerosos, logran disciplinar a los comunes, imponiéndoles las rigurosas reglas del colectivo, resueltas en votación: nada de marihuana, ni pederastia ni hurtos. Además, todo se comparte solidariamente, incluso los beneficios logrados por una huelga de hambre de 28 días cumplida por los políticos.
Esa parte del filme se basa en hechos reales en las cárceles, que generaron la creencia de que la organización de la criminalidad de Río en la llamada Falange roja y luego en varios comandos que dominan el narcotráfico, se debe a la influencia que ejercieron los presos políticos en la prisión.
La convivencia carcelaria se deteriora con los hurtos y asesinatos practicados por nuevos delincuentes. Surgen divisiones incluso entre los subversivos, pero se impone la separación.
Una pared se construye entre las celdas de los políticos y las del proletariado, como ironiza Jorginho, quien lidera a su grupo imponiendo radicalmente nuevas reglas, y exterminando a cuchilladas a los disidentes.
El muro confirma el apartheid social, de hecho el tema central del filme que aparece en los tres momentos.
En el último, en 2004, Miguel se ha convertido en diputado y visita a Jorginho, nuevamente preso, pero comandando desde la cárcel una banda de narcotraficantes en una favela y ordenando ejecuciones sumarias por su teléfono móvil.
El viejo amigo viene a proponerle un proyecto social para beneficiar a la favela. Pero vive un drama. Su hija adolescente se enamoró del jefe operativo de la banda de Jorginho, en un nuevo acercamiento entre el asfalto y la favela, ahora en una dimensión afectiva y sexual.
La directora Murat dijo haberse inspirado en hijas de sus amigos de clase media, que han establecido de hecho relaciones con traficantes de drogas de las favelas.
El final es trágico. Jorginho termina estrangulado en su celda, marcando el fin de su reinado en la favela. La hija del amigo que fue subversivo es violada por la banda enemiga. En definitiva, es imposible la integración entre los mundos de los casi hermanos, parece concluir el filme.
Los temas políticos y las divisiones son permanentes en los cuatro largometrajes de Murat, quien debutó con Qué bueno verte viva, un documental sobre mujeres torturadas durante la dictadura militar, como ella misma.
Luego, Dulces poderes retrató la relación entre el periodismo y el poder político, y su tercer obra, Brava gente brasileña, cuenta una batalla histórica en la que triunfaron los indígenas sobre los colonizadores portugueses.
En Casi dos hermanos, Murat contó con su propia experiencia de subversiva y la colaboración en el guión de Paulo Lins, autor del libro Ciudad de Dios, que dio origen al elogiado filme de igual título dos años atrás.
Lins aportó su conocimiento de la vida en la favela, su origen, y se convirtió en importante guionista y consultor para la oleada de películas que muestran la violencia urbana en Brasil, especialmente en los barrios marginados.
Son actores de Casi dos hermanos muchos de los jóvenes favelados que actuaron en Ciudad de Dios y componen dos grupos dedicados al teatro y a otras artes, como forma de rescate social.
El filme de Murat obtuvo aprobación entusiasta de los críticos, uno de los cuales ya lo apuntó como el mejor del año, y ganó varios premios. En el Festival de Río de Janeiro del año pasado fue la mejor película latina para la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica. (