El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, se anotará una importante victoria política si la Unión Europea (UE) decide mantener el embargo de armas que aplica a China desde 1989.
El bloque tenía previsto levantar la sanción antes de julio de este año para venderle equipos militares al gigante asiático, a lo que Bush se oponía.
Pero ahora algunos legisladores europeos, sobre todo británicos, piensan que no es el momento oportuno para cancelar el embargo. El argumento, paradójicamente, lo dio Beijing hace dos semanas.
La Asamblea Nacional del Pueblo de China aprobó una ley anti-secesión, que permite el uso de la fuerza para aplastar todo intento independentista de Taiwan. Esto agravó la tensión en Asia oriental y llevó a Washington a insistir en la necesidad de que la UE mantenga la sanción.
En el fondo, el gobierno de Bush intenta contener el crecimiento militar de China, que viene acompañado de una expansión económica sin precedentes y de una mayor influencia en la política internacional.
El mes pasado, Estados Unidos apeló a Japón, su histórico aliado en Asia oriental, con el que emitió una declaración conjunta según la cual la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwan era un ”objetivo estratégico común”.
Beijing sigue considerando a Taiwan parte de su territorio, a pesar de que la isla ha tenido un gobierno propio desde la revolución china en 1949
La UE todavía tiene que anunciar oficialmente su decisión, y se espera que el jefe de la diplomacia del bloque, Javier Solana, negocie con el gobierno chino los términos en que el embargo podría levantarse.
El bloqueo de armas fue impuesto a Beijing en 1989, en rechazo a la matanza de estudiantes disidentes perpetrada por las autoridades en la plaza de Tiananmen.
Alemania y Francia, los principales defensores del levantamiento del embargo, se esforzaron por aclarar que no venderían a China la sofisticada tecnología militar que Washington teme sea empleada contra Taiwan o contra las fuerzas navales estadounidenses eventualmente enviadas a defender la isla.
También aseguraron que su objetivo primordial es fortalecer las relaciones comerciales con China, ya que ese país había prometido beneficios a las compañías europeas si se reanudaba la venta de armas.
Pero ninguna de estas aclaraciones satisfizo a Estados Unidos.
La Cámara de Representantes de ese país aprobó el mes pasado una resolución deplorando el posible levantamiento del embargo y advirtiendo que la medida era ”inconsistente con la política estadounidense” y supondría ”limitaciones y restricciones” en la relación de Washington con Bruselas.
Por su parte, senadores del gobernante Partido Republicano manifestaron en un comunicado que Estados Unidos se vería obligado a ”redoblar sus esfuerzos para construir coaliciones de países dispuestos y reducir su dependencia con la UE” si el bloque suspendía el bloqueo de armas.
La administración de Bush está dividida entre los que creen que se debe tratar a China como ”socio estratégico” y los que la consideran una peligrosa competencia, pero todos coinciden en que se debe evitar un conflicto en el estrecho de Taiwan.
Estados Unidos reconoce que la isla es parte de ”una sola China”, pero se opone a cualquier acción unilateral de Beijing para recuperar su soberanía.
Bush prometió ”hacer todo lo necesario” por la defensa de Taiwan, pero no aclaró las circunstancias en que podría concretarse una intervención estadounidense.
Lo cierto es que Washington se esfuerza por evitar un conflicto bélico que lo comprometa.
El presidente taiwanés Chen Shui-bian propuso en diciembre de 2003 reformar la constitución de la isla y formalizar su independencia, pero Bush, tras recibir al primer ministro chino Wen Jiabao en Washington, expresó reservas sobre la iniciativa.
Ante la inesperada reelección de Chen en marzo y la posibilidad de que su propuesta de reforma constitucional se concretara, los líderes comunistas chinos lanzaron su ley anti-secesión.
Washington calificó la norma de ”inoportuna”, aunque le sirve para convencer a la UE de que no levante el embargo de armas.
El canciller de Gran Bretaña, Jack Straw, señaló esta semana que la ley anti-secesión china ”creó un ambiente político muy difícil”.
Mientras, organizaciones de derechos humanos solicitaron a algunos gobiernos europeos que no levantaran el embargo, e incluso señalaron que se corría el riesgo de alejarse aun más de Washington justo cuando las relaciones transatlánticas se estaban recomponiendo.
La continuidad del embargo significará una importante victoria política para Bush y supondrá un impulso para los neoconservadores de su gobierno, que quieren una actitud más agresiva para con Beijing y una más estrecha relación con Taiwan y Japón.