DESARROLLO: ”Precio justo para la madera de los pobres”

La africana Wangari Muta Maathai es, desde hace tres décadas, una de las principales activistas contra la tala ilegal de madera en el mundo.

En 1977 fundó el movimiento Cinturón Verde, en su natal Kenya, con un mensaje simple pero contundente: los árboles son fuente de vida y un instrumento de lucha contra el hambre y la desigualdad de género. Desde entonces, se dedicó a transmitir este concepto a las sufridas mujeres de su país y de su continente.

Y consiguió, solo en Kenya, que sus compatriotas sembraran unos 30 millones de árboles en casas, escuelas e iglesias, según datos de su movimiento.

Nacida en 1940 y madre de tres hijos, Maathai logró algo a lo que muy pocas mujeres africanas pueden aspirar: excelencia académica. Es maestra en biología y doctora en anatomía. Actualmente es viceministra de Medio Ambiente de su país.

En 2004 se convirtió en la primera ambientalista en obtener el Premio Nobel de La Paz, por ”su contribución al desarrollo sostenible, la democracia y la paz”.

Maatahi dialogó en exclusiva con Tierramérica en Nueva York, donde participó en el proceso de revisión de la Conferencia de Beijing sobre la Mujer, realizada hace 10 años.

—¿Cómo evalúa la tala ilegal que se mantiene en muchos lugares del planeta? —Me preocupa mucho, porque no significa sólo la pérdida de bosques, sino también de biodiversidad. Es un problema muy grave en la Amazonía, en Indonesia y en muchas partes del mundo. Hace poco, once jefes de Estado de la cuenca del Congo me pidieron que fuera embajadora de buena voluntad para el ecosistema de esa región, que afronta la amenaza de tala ilegal.

—¿Cómo afecta la tala ilegal la vida de quienes habitan en los bosques? —Los bosques son recursos muy valiosos, que pueden brindar gran riqueza a quienes los habitan. Lamentablemente, esos habitantes suelen carecer de conocimientos, habilidades y capital para aprovechar la riqueza del bosque, y la ceden a cambio de casi nada. Así permanecen pobres y sus recursos son explotados por otros, que se enriquecen. Las madereras, muy deseosas de explotar regiones pobres, pero no los bosques de sus países de origen, deberían considerar mejores pagos por el producto que se llevan, e incluso apoyo a los gobiernos de las regiones en que operan, para que puedan agregar valor a sus recursos naturales y obtener más ingresos.

—¿Qué papel debe jugar el mundo industrializado para frenar la tala? —Los países industrializados, y especialmente los del Grupo de los Ocho más poderosos (G-8, formado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia) deben abrir sus mercados a las naciones más pobres, cuyas materias primas aprovechan. Sin comercio justo, será muy difícil que se cumplan las Metas del Milenio en el mundo en desarrollo.

—¿Y qué rol deberían asumir los consumidores ricos en Estados Unidos y Europa, como aquellos que quieren ser enterrados en ataúdes de caoba talada ilegalmente en la Amazonía, que cuestan miles de dólares por unidad? —Necesitamos educar a los ciudadanos de naciones industrializadas acerca del consumo excesivo, que denunciamos desde hace muchos años. Debemos introducir la filosofía del reciclado y la reutilización, que no es muy bien aceptada en los países ricos. Todos tenemos que comprender que el mundo tiene una cantidad finita de recursos. El desperdicio se realiza a costa de otras personas que permanecen extremadamente pobres. Hace poco estuve en Japón, y hay una palabra japonesa que me complació mucho, porque muestra cómo los habitantes de ese país, después de la segunda guerra mundial, se volvieron muy concientes de la importancia de reducir, reutilizar y reciclar los desechos. La palabra es ”mottainai” y significa ”¡Qué desperdicio!”. Esa palabra debería ser adoptada especialmente por los países del G-8, que necesitan emplear los recursos en forma eficiente, teniendo en cuenta que millones de habitantes del planeta viven en extrema pobreza.

—¿Cómo recibió la noticia del asesinato el 12 de febrero de la activista estadounidense Dorothy Stang, quien estuvo comprometida durante años con la lucha de los pueblos indígenas de la Amazonía brasileña? —R: Sabemos que los ambientalistas y otros activistas siempre están en peligro, porque cuando abogan por la protección y mejor utilización de los recursos naturales, trabajan contra el interés de compañías e individuos con mucho poder. En Brasil ya perdimos a Chico Mendes, en Nigeria a Ken Saro Wiwa, y estoy segura de que hay muchos otros que desaparecieron y cuyos nombres nunca se conocerán. Es muy peligroso tratar de detener a gente que controla los recursos naturales.

—Su activismo le ha valido hostigamiento, amenazas e incluso prisión en su país. ¿Qué siente ahora al ser parte del gobierno, como viceministra de Ambiente de Kenia? —Es el premio a una lucha larga y consistente.

* El autor es colaborador de Tierramérica. Publicado originalmente el 12 de marzo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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